El acuerdo con Irán, una victoria interna

Las primeras declaraciones del gobierno de los Estados Unidos acerca del “acuerdo inicial sobre el programa nuclear de Irán” han puesto el acento en las importantes concesiones logradas por Estados Unidos y Occidente. Irán aceptó detener el enriquecimiento de uranio por encima del 5%; neutralizar sus reservas de uranio enriquecido hasta casi el 20%; dejar de incrementar sus reservas de uranio enriquecido al 3,5%; renunciar al uso de “centrífugas de próxima generación”; cerrar su reactor de plutonio; y volver a abrir sus instalaciones nucleares a la realización de amplias inspecciones. A cambio, Irán obtendrá un “levantamiento limitado, temporal, selectivo y reversible” de las sanciones internacionales.

El acuerdo regirá solamente durante los próximos seis meses, en los que ambas partes intentarán alcanzar un acuerdo integral definitivo. Por ahora, como ha señalado el presidente Barack Obama, la postura de Estados Unidos es que “Irán [todavía debe] demostrar al mundo que su programa nuclear apunta exclusivamente a fines pacíficos”.

Presentar la cuestión de este modo responde a la necesidad de convencer a los escépticos congresistas estadounidenses de que acepten un acuerdo limitado y temporal. Los aliados de Israel en el Congreso tienen muy presente el rechazo declarado de aquel país a todo el proceso de negociación (rechazo que en los últimos tres meses el primer ministro Benjamín Netanyahu no se cansó de repetir a quien quisiera escucharlo).

De hecho, la postura de Israel es un aliciente para la oposición republicana que quiere pintar a Obama como un presidente débil e ingenuo por negociar con Irán, país que todavía describe a Estados Unidos como “el gran Satán”. Y tanto republicanos como demócratas amenazan con aprobar en diciembre una nueva ronda de duras sanciones contra Irán. De modo que Obama se encuentra en la posición de tener que contener la oposición de los halcones estadounidenses y al mismo tiempo actuar como un halcón de cara a los negociadores iraníes.

No hay nada de raro en ello. Es de suponer que el anuncio del gobierno iraní a su pueblo, que hace énfasis en las importantes concesiones obtenidas por los negociadores iraníes, deba interpretarse del mismo modo, pero en dirección contraria. Esas concesiones incluyen que se suspenden las sanciones internacionales a las exportaciones iraníes de petróleo, oro y automóviles (algo que supondrá ingresos por 1.500 millones de dólares); se destraba el acceso a 4.200 millones de dólares derivados de la venta de petróleo; y se liberan pagos de becas del gobierno iraní a sus estudiantes en el extranjero.

El presidente iraní Hasán Ruhaní está tan necesitado como Obama de conseguir apoyo local para el acuerdo. Para ello, deberá sobre todo reducir la inflación y revitalizar la economía del país. Si con esto logra aplacar las tensiones internas (especialmente las de la inquieta clase media iraní), el gobierno se llevará los laureles y la Guardia Republicana iraní y otros sectores intransigentes saldrán debilitados.

Lo mejor para Occidente es esperar que el relato iraní termine siendo verdadero, ya que el espacio político para cualquier acuerdo diplomático significativo (la voluntad de alcanzarlo y el margen para hacerlo) debe crearse fronteras adentro. Esto vale especialmente en el caso de un gobierno nuevo que asume con promesas de mejoras económicas. Para que Ruhaní pueda ganarle a los halcones, que querrán impedir cualquier acuerdo definitivo, es imprescindible que la población iraní experimente un alivio económico y al mismo tiempo atribuya el logro a su gobierno.

De modo que en definitiva, el éxito de este acuerdo provisorio depende de que ambas partes puedan obtener margen interno para seguir negociando. Nunca ha habido tanto en juego; y no sólo por las consecuencias geopolíticas (tangibles y sumamente arriesgadas) que se derivarían de que Irán obtenga la bomba atómica. Como lo expresa Obama: “Si Irán aprovecha esta oportunidad, el pueblo iraní saldrá beneficiado, ya que se reintegrará a la comunidad internacional, y nosotros podremos comenzar a trabajar para reducir la desconfianza entre ambas naciones. Esto daría a Irán un modo decoroso de iniciar una nueva relación con la comunidad internacional, basada en el respeto mutuo”.

Imaginemos por un momento cómo serían Medio Oriente y Asia Central si Estados Unidos e Irán volvieran a hablarse. Como se vio brevemente después de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, se podría lograr una reducción drástica del tráfico de drogas desde Afganistán. Además, sería mucho más fácil alcanzar un acuerdo regional entre Irán, India, Pakistán, Rusia, China, Turquía, la Unión Europea y Estados Unidos que establezca el contexto de seguridad y crecimiento económico que una larga lista de diplomáticos (desde Henry Kissinger hasta el difunto Richard Holbrooke) han señalado como requisito para lograr una paz duradera en Afganistán.

Y lo más importante, tal vez, es que las conversaciones entre Estados Unidos e Irán facilitarían el logro de un acuerdo de paz duradero en Siria, ya que Irán tiene mucha más influencia que Rusia sobre el régimen del presidente Bashar Al Assad. No hay que olvidar que fue la acción de combatientes del Hizbulá (representante de Irán en el Líbano) lo que hace unos meses dio vuelta los combates en contra de la oposición siria.

Irán lleva mucho tiempo manifestando intenciones de reasumir su posición histórica de potencia regional (e incluso global), una ambición que no puede sino acrecentarse ante el incremento de la estatura geopolítica de Turquía. Después de todo, Irán y Turquía son, respectivamente, los países 17.° y 18.° más poblados del mundo; ambos cuentan con élites educadas y un pasado ilustre a sus espaldas.

En definitiva, el gran ganador del acuerdo provisorio con Irán será la causa de la diplomacia. El secretario de estado de Estados Unidos, John Kerry, la alta representante de la Unión Europea, Catherine Ashton, y los otros negociadores (todos ellos asistidos por hábiles equipos diplomáticos) llevan meses trabajando para esmerilar los detalles del acuerdo, negociando, alternando entre ceder y mantenerse firmes y conteniendo las expectativas de los diversos actores (incluida la prensa). El gobierno de Obama se comprometió a ejercer el liderazgo internacional por medio del poder civil más que del militar: pues así es como se hace.

Anne-Marie Slaughter, a former director of policy planning in the US State Department (2009-2011), is President and CEO of the New America Foundation and Professor Emerita of Politics and International Affairs at Princeton University. She is the author of The Idea That Is America: Keeping Faith with Our Values in a Dangerous World. Traducción: Esteban Flamini.

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