El agua, materia prima de la agricultura

Sin ninguna duda, una situación de emergencia como la actual requiere la aportación y sentido de colectividad de todos. Por otra parte, el agua y sus soluciones no deberían haber entrado jamás en el mundo de las palabras sagradas y los dogmas irrefutables. Pero, probablemente, tras las tensiones territoriales de estos días, entre los agricultores no preocupa tanto la posibilidad de compartir el agua como la desconfianza hacia una cultura de desconocimiento y de baja valoración de la actividad agraria.

Hemos oído que el 73% del agua disponible lo gasta la agricultura, que solo aporta un 2% al PIB de Catalunya. Esta sentencia simple, rotunda e impactante contiene algunos errores. La estadística no se ajusta a la realidad a analizar --que no debe medirse con este parámetro--, se difumina la función del agua en la actividad agrícola y se pierde de vista el valor estratégico clave del sector agroalimentario catalán.

Hablemos de estadísticas. Según la Agència Catalana de l'Aigua, el uso agrícola en la región donde se plantea el problema (las cuencas internas de Catalunya) es del 23%; el uso industrial, del 24%, y el urbano, del 53%. Si hablamos en términos de interconexión de cuencas, los términos son distintos, pero las variables a tener en cuenta, también. Según el Instituto Nacional de Estadística (2005) el PIB del sector agroalimentario catalán representa el 4% del total en un país de servicios. En relación con la industria (integrando la agricultura en el sector agroalimentario), este es el primer sector (17,4 %), seguido de la industria química (14,4%) y metalúrgica (12,14%).

Sin embargo, esta es una medida inapropiada para establecer la importancia de la agroalimentación en relación con el consumo de agua. No tiene sentido decir que la industria metalúrgica "gasta" la mayor parte del hierro, ni creo que nadie se sorprenda por el hecho de que la industria del mueble "gaste" mucha madera. Esta madera aparece más tarde como disfrute en nuestros hogares en forma de mesas, sillas y armarios. Este es el tema. Para la agricultura, el agua es una materia prima. Se necesitan 500 litros de agua para producir un kilo de maíz o 60 litros para producir un melocotón. Productos que culminan su ciclo como alimentos en nuestra mesa.

Recientemente, la Escuela Económica de Estocolmo señalaba el cluster agroalimentario catalán como el más importante de Europa. Se trata de un sector competitivo, que aporta el 11,6 % de nuestras exportaciones. El sector agroalimentario, además, es una de nuestras mejores bazas de estabilidad como sector anticíclico. En este sentido, es un sector estratégico y básico para la salud económica de Catalunya. Más aún si consideramos las reales sinergias de este sector con la restauración y el turismo sobre la base de una gastronomía propia y de calidad. Desconsiderar el valor de este sector supone comprometer el futuro de este país.

Ahora bien, los alimentos pueden venir, por ejemplo, de Brasil, Argentina o Nigeria. Pero estamos entrando en un nuevo escenario mundial, con una población creciente, un espectacular incremento de demanda desde los nuevos países emergentes, con dificultades cada vez mayores en el suministro de energía y un nuevo papel de la agricultura (y agricultura significa agua) como productora de agrocarburantes y captadora imprescindible de CO.

La Agencia Internacional de la Energía nos advertía en noviembre pasado de que, si sostenemos las actuales políticas, en el 2030 habremos incrementado un 55% nuestras necesidades de energía. Ello prefigura un escenario de cambios y re- ajustes importantes, lo cual siempre va acompañado de tensiones, tales, por ejemplo, como las que se están produciendo en los mercados alimentarios. En cualquiera de los supuestos, la agricultura aparece en el lado de las soluciones y el agua, a su vez, como bien escaso que deberemos saber gestionar.

En la actualidad muchos países están tomando medidas para garantizar su suministro alimentario en unos mercados enloquecidos. En Catalunya sería un error propio de nuevos ricos poner en riesgo un sector estratégico clave. Al contrario, deberemos optimizar nuestros potenciales agrícolas para ganar en seguridad y estabilidad económica.

Sin embargo, falta agua en Barcelona y habrá que arbitrar medidas de emergencia y soluciones de fondo. Falta agua por dos razones: porque gastamos más (somos más) y porque llueve menos. Deseemos que la falta de lluvia sea un elemento coyuntural, una broma pesada de la meteorología, aunque todos los síntomas nos llevan a considerar el nuevo factor del cambio climático. En cualquier caso, el mayor consumo requerirá una cultura distinta basada en la gestión de la escasez. Habrá que modificar costumbres. Por ejemplo, para nuestros jardines la xerojardinería o jardinería con poca agua nos ofrecerá muchas oportunidades igualmente estéticas y mas apropiadas a nuestro clima.

En general deberemos moderar nuestro consumo y reforzar nuestra capacidad de reciclaje. Y, por supuesto, nuestra agricultura deberá seguir modernizando sus sistemas de riego hacia tecnologías más eficientes. En fin, mucho trabajo que hacer como país y con la mirada puesta en el futuro.

Francesc Reguant, economista especializado en agricultura.