El superciclo de los commodities (por el cual sus precios alcanzan máximos cada vez más altos y luego no descienden tanto como antes) no está terminado. A pesar de la euforia por el gas de esquisto (shale) y, de hecho, a pesar del insuficiente crecimiento de la economía mundial, los commodities se han encarecido hasta un 150% desde que terminó la crisis financiera. En el mediano plazo, esta tendencia traerá consigo una amenaza continua de inflación y un deterioro mundial de los niveles de vida.
Primero está el argumento de la convergencia. El crecimiento de China implica que conforme su tamaño, su riqueza y su nivel de urbanización aumenten, seguirán estimulando la demanda de energía, granos, minerales y otros recursos.
Por ejemplo, Estados Unidos consume (per cápita) más de nueve veces la cantidad de petróleo que consume China. A medida que una mayor proporción de la población china siga acercándose a los niveles de consumo occidentales, la demanda de commodities (y, por consiguiente, su precio) seguirá subiendo.
Por supuesto, los commodities no son todos iguales. En el caso del cobre, este argumento parece evidente (por ser un insumo clave para el cableado eléctrico, la industria electrónica y el tendido de redes de agua domiciliarias), pero no es tan obvio que también deba haber una fuerte demanda de hierro (debido al auge de construcción de infraestructuras que se produjo en China en las últimas dos décadas).
Las estimaciones pesimistas indican que a lo largo de la próxima década, el PIB real de China crecerá a un ritmo aproximado del 7% anual. Al mismo tiempo, se prevé que la oferta de la mayoría de los commodities no crecerá más de un 2% anual en términos reales. A igualdad de otros factores, si China no reduce drásticamente el grado de utilización de commodities por unidad fabricada (intensidad de uso), este año su demanda crecerá respecto del anterior.
Si la demanda china crece más rápido que la oferta mundial, los precios subirán. Y como la dirigencia china debe mantener un crecimiento económico veloz para sacar de la pobreza a enormes cantidades de personas (y así evitar una crisis de legitimidad), los precios mundiales de los alimentos, la energía y los minerales no podrán bajar de ciertos mínimos.
Es cierto que la intensidad de uso de algunos commodities se redujo (por ejemplo, el oro y la energía nuclear); pero hay otros, como el aluminio y el carbón, cuyo uso aumentó desde el año 2000; y otros cuyo uso se estancó en niveles altos o disminuye a un ritmo mucho menor (tal el caso del cobre y el petróleo). A medida que la composición de la economía china vaya pasando de la inversión al consumo, aumentará la demanda de bienes duraderos cuya fabricación supone un uso elevado de commodities (autos, teléfonos móviles, redes de agua domiciliarias, computadoras y televisores).
Luego está el argumento de lo que se denomina precio de reserva (el precio más alto que los compradores están dispuestos a pagar por un bien o servicio). Este pone un tope al encarecimiento de los commodities, ya que una vez alcanzado el precio de reserva, la demanda desaparece (los consumidores ya no quieren o no pueden adquirir el bien o servicio).
Para muchos commodities (como el petróleo), el precio de reserva es mayor en los países emergentes que en las economías desarrolladas. Una explicación de esta diferencia es que en las regiones en desarrollo hay un acelerado crecimiento salarial que aumenta la demanda de commodities, mientras que en los mercados desarrollados el estancamiento salarial provoca la disminución del precio de reserva. Esto implica, al menos, que los precios globales de la energía, los alimentos y los minerales seguirán subiendo, empujados por la demanda aparentemente insaciable de los mercados emergentes, que eleva en gran medida los precios de reserva.
En definitiva, para prever la demanda de commodities y la trayectoria futura de sus precios internacionales es preciso tener en cuenta tanto el tamaño absoluto de las economías emergentes como su tasa de crecimiento; y el ingreso per cápita está estrechamente vinculado con la riqueza de los consumidores. Cuando estos se consideran ricos y tanto sus salarios como el valor de sus activos crecen, es menos probable que para compensar un encarecimiento del consumo de commodities reduzcan otros gastos, sino que pagarán la diferencia y seguirán como si nada.
Claro que la presión al alza sobre los precios de los commodities también viene del lado de la oferta. Las fuentes globales de recursos no solo son cada vez más escasas, sino que también cada vez más caen en manos ineficientes.
Diversos gobiernos de todo el mundo están aumentando el control de los recursos y adoptando políticas que frenan la producción mundial, lo que en definitiva empuja los precios al alza (después del revuelo reciente por la nacionalización de Yacimientos Petrolíferos Fiscales [YPF] en Argentina, el impuesto a la minería sobre las compañías productoras de hierro y carbón que se aprobó en Australia en 2012 es un claro recordatorio de que estas tendencias no son exclusivas de los políticos de los mercados emergentes).
Este aumento de precios puede ser una fuente de inflación particularmente importante en los países importadores de commodities. Y para las economías exportadoras también puede ser desastroso, ya que las expone a una veloz apreciación cambiaria, con la consiguiente pérdida de competitividad.
Por supuesto, puede haber avances tecnológicos que aumenten la oferta y así reduzcan los precios, como ocurre con la fracturación hidráulica (“fracking”) en la industria del gas de esquisto. Pero el agravamiento de los problemas ambientales y la escasez de sustitutos para los commodities son indicadores de que su encarecimiento no se detendrá en un futuro cercano.
Existe siempre la tentación de prestar más atención (incluso demasiada) a los factores tácticos de corto plazo detrás de las variaciones de precio de los commodities y no prestar suficiente a los factores estructurales más duraderos. Si bien el primer grupo (que incluye, por ejemplo, la inestabilidad política, los trastornos climáticos y la actividad especulativa) es un importante determinante de los precios, solo es una cara de la moneda.
La dirección que seguirán los precios de los commodities y la duración del superciclo aún depende en forma determinante de los fundamentos económicos de la oferta y la demanda. En la práctica, quiere decir que, por ejemplo, es más probable que el precio del barril de petróleo durante la próxima década sobrevuele los 120 dólares (en vez de 50), y difícilmente volvamos a ver un barril de petróleo a 20 dólares.
Dambisa Moyo is the author, most recently, of Winner Take All: China’s Race for Resources and What it Means for the World. Traducción: Esteban Flamini.