El alzamiento contra la República

Por Daniel Reboredo, historiador (EL CORREO DIGITAL, 17/07/06):

Durante la Segunda República española la polarización de la política que se inició a finales del siglo XIX llegó a su máxima expresión y en la España de la época coincidieron la izquierda revolucionaria y la moderada, la derecha fascista, la republicana y la católica y monárquica, el nacionalismo periférico y el centro anticlerical. Catolicismo ultraconservador y anticlericalismo secular caracterizaron a una sociedad española que intentaba salir, desde principios del siglo XIX, de una tradición absolutista que, a diferencia de los países europeos más avanzados, lastraba aún al país manteniendo fuertes diferencias económicas entre ricos y pobres. La República fue el paradigma europeo en que primeramente chocaron las principales ideologías políticas que entonces convivían en el continente y que entrarían en conflicto poco después: la democracia de tradición liberal, el fascismo y los diversos movimientos revolucionarios (socialistas, comunistas, estalinistas y trotskistas, y anarquistas). En la España republicana, los partidos republicanos defendieron el funcionamiento democrático del Estado por medio de la Constitución vigente (la de 1931); la derecha más radical, la Iglesia, gran parte del Ejército y los falangistas quisieron (y lograron) sustituir éste por un Estado totalitario; los monárquicos soñaron con el regreso de Alfonso XIII y los carlistas, con la instauración de la dinastía carlista; los anarquistas quisieron adoptar un modelo libertario y otros revolucionarios buscaron implantar la dictadura del proletariado y, finalmente, los nacionalistas desearon aumentar su autonomía respecto al Estado republicano. Esta amalgama ideológica no hacía más que reflejar las divisiones internas que existían en la España de los años treinta del siglo XX y que dieron lugar a un clima social muy tenso, en el que la inseguridad ciudadana y los atentados de carácter político o anticlerical adquirieron un triste protagonismo.

Al iniciarse el mes de julio de 1936, la vida española había llegado a su más alto grado de crispación. La tensión social estuvo siempre acompañada de un permanente y frustrante enfrentamiento político, ya que el choque entre izquierdas y derechas se polarizó en un antifascismo y antimarxismo que dividieron a una población para la que el adversario se convirtió en enemigo. La calle no era segura y la vida ciudadana padeció los avatares de una situación en la que la convivencia se hacía cada vez más precaria. Varios hechos puntuales actuaron como detonantes del conflicto bélico que se inició el 17 de julio de 1936, a las 17 horas, y que actuaron a modo de mecha que hizo explotar la España republicana y el ambiente enrarecido y de enfrentamiento directo que la caracterizaba. Fueron éstos la huelga general revolucionaria de octubre de 1934 declarada en Asturias y algunas otras partes de España, como protesta frente a la inclusión en el Gobierno de ministros de la CEDA, y la represión posterior; el apretado triunfo electoral de la coalición de izquierdas agrupada en el Frente Popular y los continuos problemas de orden público que tuvo que padecer y, finalmente, los asesinatos del teniente de la Guardia de Asalto José Castillo (12 de julio) y del líder del derechista Bloque Nacional y conspirador contra el Gobierno, José Calvo Sotelo (13 de julio). No debemos olvidar que el comienzo de la guerra estuvo vinculado al plan establecido previamente por una conspiración (primavera de 1936) de la que formaron parte mandos militares (la antirrepublicana Unión Militar Española y la Junta de generales coordinada por Emilio Mola), monárquicos, tradicionalistas, falangistas y otros sectores de extrema derecha. Militares de la Unión Militar Republicana Antifascista (UMRA) instaron a sus superiores, en los meses previos al alzamiento, a depurar rápidamente los mandos del Ejército vinculados a la Unión Militar Española.

El golpe de Estado fue cuidadosamente planeado, entre otros militares, por los generales José Sanjurjo y Emilio Mola (director del alzamiento) y secundado por Francisco Franco, con el que contaban desde el principio, pero que no confirmó su participación hasta el asesinato de Calvo Sotelo. Los últimos detalles de la sublevación se concretaron durante unas maniobras realizadas el 12 de julio en Llano Amarillo (Marruecos), estando previsto dar el golpe de Estado escalonadamente, el 18 en Marruecos y el 19 en el resto de España. Como estos planes fueron descubiertos, se adelantaron las fechas previstas y el alzamiento militar que daría paso a casi tres sangrientos años de guerra civil se inició de improviso en Melilla el 17 de julio de 1936, hoy hace 70 años, y cuatro días después se podían ver con claridad cada una de las zonas que se crearon. Las principales zonas industriales quedaron en poder de la República y las extensas zonas agrícolas del país, las del campesinado conservador, quedaron en manos de los rebeldes.

El día 15 de julio, el Gobierno republicano decretó el estado de alarma y suspendió las sesiones de las Cortes. Un día más tarde tuvo lugar la reunión de la Diputación Permanente de las Cortes, en la que se produjo la ruptura dialéctica de las dos Españas. En la tarde del 17, los más alarmantes rumores comenzaron a circular anunciando una sublevación militar en Marruecos. La tarde de este mismo día se celebró un consejo de ministros, a cuya finalización Casares Quiroga, a la sazón presidente del Gobierno, pronunció las desafortunadas palabras transmitiendo que si los militares se habían levantado, él se iba a acostar. Aunque los jefes republicanos, los de los partidos obreros y el representante del Gobierno habían sido advertidos unas horas antes de lo que iba a pasar, no se hizo nada serio contra los rebeldes (Indalecio Prieto lo venía advirtiendo desde meses atrás). Los rápidos movimientos de éstos en los primeros momentos, en contraste con la desorganización inicial en el bando republicano, marcaron la diferencia en una guerra dominada por la resistencia de una República herida de muerte. Se iniciaba así el conflicto entre izquierda y derecha que durante casi tres años había de devastar al país en cruenta lucha fratricida.

Setenta años después del inicio de la tragedia española del siglo XX, contemplamos los acontecimientos aquí narrados como consecuencia del exceso de confianza, de la ineficacia y parálisis de un Gobierno republicano que conoció la existencia de la conspiración militar y la negó en múltiples ocasiones (Azaña y Casares Quiroga) y, fundamentalmente, de la traición a su patria de unos militares en los que encontramos desde frustraciones personales en su carrera hasta el mesianismo 'irracional' pero de clase que dominaba gran parte del ideario de los rebeldes, pasando por el idealismo equivocado del fascismo español. La República no fracasó, la República no esparció negligencia e ineficacia, la República nació con fecha de caducidad porque sus numerosos enemigos no podían permitir que se consolidara. La República cometió un gran error: no supo defenderse de todos aquellos que consiguieron destruirla.