El «americanismo» de Cervantes

Quizás de la azarosa vida de Cervantes, contada tantas veces desde el siglo XVIII con más o menos acierto, con más o menos apoyos documentales, con más o menos fantasía o realidad, nadie pone en duda su intención de pasar a Las Indias al poco tiempo de llegar de su cautiverio argelino hasta el punto de buscar la mediación del secretario del Rey, Antonio de Eraso, cuya carta de agradecimiento es de las pocas que se conservan de él. En el año 1590, estando en Sevilla donde había actuado como funcionario en el cargo de proveedor de la Armada Invencible, Cervantes presenta ante el Consejo otra petición, esta vez apoyada en sus méritos en servicio de la Corona que él mismo se encarga de preparar con dos Informaciones, una hecha en Argel y otra en Sevilla, en las que se vuelcan la mayor cantidad de datos que se conocen sobre su persona y que se guardan en un expediente en el Archivo de Indias. Los cervantistas se preguntan una y otra vez por qué se le denegaron los dos permisos o qué hubiera ocurrido si Cervantes hubiera viajado a América, sin que para ninguna de las dos se haya encontrado una respuesta adecuada.

El americanismo de CervantesQuisiera plantear aquí otras que, aunque tampoco tendrán respuesta segura, se prestan más a ello al apoyarse en unos hechos de los que se pueden extraer algunas conclusiones y explicar la presencia continua de Las Indias en la obra cervantina, como algo presentido pero apoyado en conocimientos de primera mano ¿Por qué su deseo de viajar a las Indias después de sus peripecias en Argel? ¿Por qué volver a intentarlo ocho años después de haber sido ya rechazado una vez? ¿Fue su espíritu aventurero y curioso, espoleado durante el cautiverio? ¿Fue el deseo de cambiar su fortuna siempre precaria mientras vivió en España? Todo ello pudo influir en su ánimo pero existen datos de que, sin duda, bastantes situaciones concretas pudieron estimularlo.

En primer lugar, su relación con los dos secretarios del Rey, Mateo Vázquez y Antonio Eraso, a quienes dirige dos de las cartas de las seis que de él se conservan, ambos perteneciente a la familia de los Leca Colonnna, oriunda de Córcega de la que formaba parte Juan A. Corzo Vicentelo y Leca, riquísimo comerciante con América en la segunda mitad del XVI, que presidía un «clan» de la misma nacionalidad repartido por la geografía americana, la mayoría factores y parientes que dirigía desde Sevilla después de haber hecho fortuna en Perú. Don Miguel tuvo que conocer al personaje, cuya cuñada estaba casada con Antonio Eraso. O a alguno de los muchos parientes que también se enriquecieron.

En segundo lugar, su amigo Juan de Avendaño, afincado en Trujillo del Perú, al que según Ricardo Palma en sus Tradiciones Peruanas, confirmado por Emilio Cotarelo y Mori, en Efemérides Cervantinas, le llegó el mismo año de su edición un volumen del la primera parte del Quijote, dedicada por Cervantes. El segundo de estos autores piensa que el Avendaño que aparece junto a Carriazo en La ilustre fregona, como estudiante de Salamanca, es este personaje y que su amistad y la presencia de Cervantes en las tertulias literarias de la bella ciudad castellana proviene de su relación como ayo o tutor de alguno de estos jóvenes que bien pudo ser Avendaño por dos razones: porque en 1582 había matriculados en la Universidad de Salamanca dos estudiantes llamados Juan de Avendaño y Diego Carriazo y porque es muy significativo que la protagonista de la novela mencionada se llame Costanza, como la hermana del autor, a la que Juan de Avendaño, el amigo de Don Miguel, envió en 1613 desde Trujillo del Perú, mil reales de plata. El tal Avendaño era hermano de un Pedro de Avendaño y Villela, ilustre personaje enriquecido en Perú y miembro del Consulado sevillano en las dos últimas décadas del siglo XVI. Ambos hermanos eran parientes del Doctor Juan de Villela, Oidor de Lima y más tarde presidente del Consejo de Indias. Una familia con similar trayectoria que la del capitán cautivo que tanto se afanan los cervantistas por identificar.

Por último, entre muchos estudiosos de su obra, existe el convencimiento de que, mientras esperaba su destino en Indias y escribía La Galatea, Cervantes pensaba continuamente en ellas como se demuestra en «El canto de Calíope», que introduce en la novela y en el que, junto a los más preclaros literatos españoles incluye bastantes escritores de América, los cuales, si exceptuamos a Alonso de Ercilla, no eran demasiado conocidos, pero sí ostentaban cargos importantes; y decide hacer un elogio de ellos porque «… será bien daros alguna noticia agora de algunos señalados varones que en esta vuestra España viven y algunos en las apartadas Indias a ellas subjetas». Al parecer estas noticias les eran facilitadas por uno de estos poetas, Pedro Montes de Oca, peruano muy amigo suyo que viajó varias veces a España.

Estos hechos documentados no tendrían por sí solos mayor relevancia ni fundamentos si no se pusieran en relación con una serie de documentos aparecidos en pueblos de la campiña sevillana por los que hemos conocido que Cervantes, además de proveedor de la Armada Invencible, trabajó varios años en ese mismo puesto para las flotas de Indias, hecho de una gran trascendencia porque, además de explicar su larga estancia en Sevilla y los numerosos viajes por los pueblos de la campiña, nos proporcionan razones suficientes como para afirmar el conocimiento que adquirió del otro lado del Atlántico y su relación con comerciantes, cosecheros, funcionarios de la Casa de la Contratación y el propio Consulado de Indias. Conocimientos de primera mano como se muestra a lo largo de toda su obra.

El «americanismo» cervantino no es ninguna novedad. Desde principios del siglo XX, numerosos estudios han avanzado bastante en esta dirección, sobre todo a partir de 2005, conmemoración del IV centenario de la aparición de El ingenioso hidalgo D. Quijote de la Mancha, auténtico NIETO best seller del momento que viajó a las Indias con una rapidez inusitada: a los seis meses de salir de la imprenta ya habían llegado a México 192 ejemplares de la edición princeps y, en poco tiempo, fue tan conocida y extendida en aquellas latitudes como en España o Europa.

Una excelente obra de Luis Correa Díaz, Cervantes y América/Cervantes en las Américas, sistematiza toda esta bibliografía y la trata de modo exhaustivo hasta el año 2006 en que fue publicada. No se trata de un simple repertorio bibliográfico, sino que el autor consigue organizar todo el material sobre el tema americanista relacionado con Cervantes y propone unos principios conceptuales y metodológicos que justifican este campo de investigación como una novedad dentro de los estudios cervantistas. Y argumenta, que ya no importa tanto lo que de América haya en las obras de Cervantes, que es mucho más de lo que se supone, sino de la enorme influencia que ésta ha tenido en la sociedad y en la literatura americana.

Por eso, considero un gran acierto la inauguración, en el Palacio de Santa Cruz, de una exposición para conmemorar el IV centenario de su muerte en la que se proclama a Cervantes como el mejor embajador de España. Algo de lo que no cabe duda porque su figura y su obra se identificaron en las tierras americanas de tal forma que en todo el continente de habla hispana lo consideran uno de los suyos. Me ha parecido oportuno recordarlo en este año que tan señalado debe ser para todos los que sentimos el orgullo de tener el español como lengua materna.

Enriqueta Vila Vilar, miembro de la Academia de la Historia.

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