El americano demasiado tranquilo

Ya ha quedado patente que los Estados Unidos son el principal culpable de que las negociaciones comerciales multilaterales que se iniciaron hace diez años y se conocen como la Ronda de Doha no vayan a concluir este año. Los EE.UU. han desdeñado incluso el desesperado intento del Director General de la Organización Mundial del Comercio, Pascal Lamy, de conseguir que los Estados Miembros apoyen un acuerdo completamente desvirtuado, calificado por sus críticos de “Doha descafeinado” y que se limita a hacer algunas concesiones a los países menos adelantados.

Si bien hay actores secundarios a los que se podría señalar como los malos de la película, el embajador de los Estados Unidos ante la OMC, Michael Punke, ha adoptado el papel de Sr. No del comercio mundial, pero el problema no es Punke. La posición negativista de los Estados Unidos procede de lo alto del Gobierno de los EE.UU., comenzando por la falta de capacidad de dirección del Presidente Barack Obama.

Desde el comienzo de su presidencia, la defensa por parte de Obama de un régimen de libre comercio ha sido insuficiente. Ha dicho repetidas veces que las exportaciones son buenas para los EE.UU., porque crean puestos de trabajo, pero las exportaciones de los EE.UU. son las importaciones de otras naciones, por lo que el argumento de Obama equivale a decir a los otros que pierdan sus puestos de trabajo. Debería recordar a los americanos que las importaciones también son buenas: podría perfectamente pedir a su auditorio que piense en los empleos correspondientes a los aviones de carga de UPS, los trenes de mercancías y los camiones que transportan dichas importaciones al interior de los Estados Unidos.

Sin embargo, el problema principal es el de que Obama no ha sido capaz de hacer frente a los sindicatos de los EE.UU. y acabar con su hostilidad al comercio, causada por el miedo. Tampoco ha estado dispuesto a hacer frente a los grupos de presión de comerciantes que están dispuestos a mantener como rehén la Ronda de Doha para obtener cada vez más concesiones por parte de otros países, aun sabiendo que las negociaciones comerciales están a punto de desaparecer en el triángulo de las Bermudas de las elecciones presidenciales de 2012 en los EE.UU.

No obstante, poco hay en la oposición por parte de los temerosos sindicatos y los avariciosos grupos de presión de comerciantes que Obama no pudiera rebatir con argumentos convincentes. Además, como ha demostrado recientemente la respetada analista de las encuestas de opinión Karlyn Bowman, el público de los EE.UU. en modo alguno se opone firmemente al comercio, cosa que en parte se debe a que en casi todos sus Estados tantos puestos de trabajo dependan hoy día –y no sólo en UPS– del comercio. De hecho, el proteccionismo puede ser un dinosaurio electoral.

En cualquier caso, los grandes estadistas de la Historia siempre han demostrado su valía yendo contra corriente por una cuestión de principio. Si Obama escribiera menos y leyese más, descubriría al menos dos episodios históricos de valerosa capacidad de dirección en materia de comercio dignos de su admiración y emulación.

Uno es la derogación de la legislación inglesa sobre el maíz por el Primer Ministro Robert Peel en 1848. En la decisiva votación al respecto que puso fin a su carrera política, Peel consiguió sólo 106 votos favorables de su Partido Conservador, mientras que 222 se opusieron. Consiguió la victoria, pero perdió el apoyo de su partido. Como observó Lord Ashley en su diario: “[Peel] dirigió a los Tories y siguió a los Whigs”.

El otro ejemplo es el de Winston Churchill, que fue elegido diputado conservador al Parlamento por la industrial ciudad norteña de Oldham. Después de convertirse al libre comercio en 1904, tuvo que abandonar el partido. Entonces se unió al Partido Liberal, al aceptar la invitación de la Asociación Liberal del Manchester Nordoccidental.

Churchill estaba también a favor de la libertad de inmigración y se opuso firmemente al proyecto de ley de extranjería de 1904 (en parte porque vio rastros de antisemitismo en el miedo, infundido por la gran afluencia de inmigrantes judíos procedentes de la Europa oriental, a una “invasión extranjera”). Churchill fue un político de principios que, como Peel, luchó contra su propio partido y, a diferencia de éste, sobrevivió para alcanzar otro triunfo político mayor, en la épica batalla contra los nazis.

Esos “rasgos de valor”, por usar la famosa expresión de John F. Kennedy, deberían inspirar a Obama en un momento en que la capacidad de dirección presidencial es una necesidad apremiante en Washington en relación con asuntos económicos decisivos. Obama hizo campaña con el lema “Sí, podemos”, no “Sí, podemos, pero no lo haremos”. Mientras él contempla una economía americana asediada por la ignorancia económica, yo tengo otra –y mejor– expresión para él: Nec aspera terrent, es decir, “no arredrarse ante las dificultades”.

Jagdish Bhagwati, profesor de Economía y Derecho en la Universidad de Columbia, investigador superior de Economía Internacional en el Consejo de Relaciones Exteriores y ex copresidente del Grupo de Expertos de Alto Nivel sobre el Comercio nombrado por los Gobiernos de Alemania, Gran Bretaña, Indonesia y Turquía. Traducido del inglés por Carlos Manzano.

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