El amigo madrileño

Por Jorge M. Reverte, escritor y periodista (EL PERIÓDICO, 12/11/05):

Barcelona es mi segunda ciudad. Después de Madrid y antes de Nueva York. Para eso no pido permiso. Es mi elección. Hace pocos días vine a Barcelona por razones de trabajo, y me encontré con un gran amigo que me dijo dos cosas que me afectaron mucho. Una, que ya él no tenía amigos en Madrid. La otra era una pregunta retórica: ¿por qué yo tenía que hablar de su ciudad? Me quedé tan estupefacto, que apenas supe qué decirle. Pero no puedo dejar de responder a ambas cosas. Porque en eso me va mucho. Y creo que a él también. Mi amigo es de izquierdas, y es periodista. En las dos cosas coincidimos. También en que nos gusta a los dos comer y beber bien. Lo único que nos separa, realmente, es que él no va nunca a Madrid. Sus razones tendrá. Y las respeto. Yo quiero decirle a Joan que no entiendo por qué le sucede eso de sentir que ya no tiene amigos en Madrid. Y me explico todo lo que puedo. Es posible que yo sea un amigo incómodo. Lo admito. No acepto con facilidad los argumentos que me alteran la escala de valores. Bien. ¿Y qué? Es aburrido hacerlo, pero parece que es obligatorio, dado como están las cosas. Voy a hacer profesión de fe: creo que el proyecto de Estatut es legítimo y está presentado en el Parlamento español con todas las garantías, es decir, cumpliendo todos los requisitos que el sistema democrático exige. Por tanto, me pliego con gusto a su discusión. El Estatut no tiene que ver con el plan Ibarretxe, que era una propuesta étnica basada en la exclusión y en ideas antidemocráticas. El Estatut me parece una propuesta presentada en términos democráticos. Creo que declarar eso es suficiente. A partir de ahí, reclamo que se me permita disentir del contenido del mismo, y decirlo en voz alta. Bush no me ha reprendido por estar en contra de la guerra de Irak, ni Sarkozy me ha descalificado por disentir de su política de inmigración. También he escrito en diarios alemanes sobre la alianza de los socialdemócratas con la CDU, y nadie me ha escupido a la cara. ¿Por qué no puedo estar en contra del Estatut y al tiempo tener amigos en Barcelona? No lo entiendo.

YO ESCUCHO a veces la emisora de los obispos, la COPE, y leo las columnas de los más conspicuos representantes del nacional catolicismo español. Discrepo de ellos, como muchos madrileños, hasta el vómito. No menos que mis amigos catalanes. Pero esos columnistas, que son de todas partes, representan, para mis amigos catalanes, mi pensamiento. Ni siquiera me preguntan, ya saben lo que opino, antes de que yo me manifieste. No me voy a defender de una hipotética acusación de ser un facha español. Hasta ahí podíamos llegar. Detesto el nacionalismo español como a nada en el mundo. Porque lo he sufrido. Eso, aunque parezca absurdo a algunos, me da alguna legitimidad para opinar sobre todos los nacionalismos: el croata y el americano, el vasco y el catalán. Cualquiera de ellos me provoca rechazo. Pues bien, tengo amigos americanos, croatas, vascos y, creo, también catalanes. ¿Cuál es la condición? Que me dejen expresarme libremente sobre cualquier asunto, que no pongan en cuestión mi vocacional calidad de ciudadano del mundo. Si puedo decir en voz alta en Madrid que Esperanza Aguirre, Ángel Acebes y Federico Trillo encabezan, junto con los jefes de la Conferencia Episcopal, la más fiera representación de la derecha nacional católica que se haya visto en años, también reclamo poder decir en Barcelona que Josep Lluís Carod-Rovira me parece un político populista y xenófobo peligroso para la democracia. Y que me parecen tan repulsivos los fascistas que gritan en la Autónoma de Madrid contra Santiago Carrillo como los fascistas que no dejan hablar en la Universitat de Barcelona a Fernando Savater y Aleix Vidal-Quadras. Porque no se trata de saber de dónde es cada uno, sino qué defiende.

UNO DE LOS textos que más me divierten de Josep Pla es un libro sobre su estancia en Madrid en los años que precedieron a la instauración de la Segunda República. Ácido, salvaje, sin piedad. Maravilloso. Con algo menos de talento, ¿tengo derecho a acercarme a Barcelona con humor? Creo que lo tengo. Incluso aunque no amara a la ciudad. Lo tengo como ciudadano. Y tengo el mismo derecho a manifestarme amigo de Catalunya aunque no coincida con las posturas políticas dominantes. Lo lamento, soy de Madrid. Lo lamento, me considero un demócrata y de izquierdas. Lo lamento, amo a Catalunya. Lo lamento, exijo mi derecho a no estar de acuerdo con la ideología dominante. Sobre todo, a dar mi opinión. Joan, soy tu amigo, aunque no coincida contigo. Y me vas a tener a tu lado siempre que, como está sucediendo, las maneras sean democráticas. Incluso aunque tú pienses que no lo soy, soy tu amigo. Lo vas a poder comprobar en los duros tiempos que vienen. Porque vienen duros.