El anciano no decrépito

Un buen amigo de EL MUNDO me pide un artículo corto sobre mi percepción del trabajo intelectual en mi condición de ciudadano de la tercera edad.

En efecto, he cumplido ya los 90 años. No tengo Alzheimer ni Parkinson y, por lo que parece, sigo trabajando. Pero de lo que no estoy muy seguro es de saber que significa trabajar. Lo sabía cuando pertenecía al gremio de los profesores de enseñanza media ('trabajadores de la enseñanza') o de la enseñanza universitaria, porque entonces el trabajo era una tarea que comportaba un salario y la pertenencia a un gremio o comunidad. Gremio o 'comunidad' que tenía que segregar no ya sólo a los viejos (próximos a la decrepitud), sino también a los ancianos ("metidos en años") transformándolos en eméritos y luego simplemente en jubilados que pasarían a engrosar a los miembros del IMSERSO.

Pero, ¿qué es el trabajo intelectual? ¿en qué se diferencia del trabajo físico? Si el trabajo lo definen los físicos por el producto de la fuerza, el espacio y el coseno, el trabajo intelectual podría definirse por el número de letras que escribe con su pluma o por el número de pulsaciones que produce en el teclado de la máquina de escribir, del ordenador, o del piano. Pero los artistas, sin embargo, y ridículamente, no se consideran tanto 'trabajadores' como 'creadores'.

Pero si dejamos de lado tanto la definición del trabajo intelectual como creación (damos por supuesto que el concepto de 'intelectual' reducido a la condición de ideólogo publicista es un concepto inadmisible puesto que tan intelectual como el publicista es el que sabe arreglar el motor del coche que traslada al ideólogo desde su domicilio hasta el edificio de su diario), como la definición del trabajo intelectual como resultado de un trabajo mecánico (f × e × cos ) sólo queda prácticamente la posibilidad de definir el trabajo intelectual por el grado de inserción en una comunidad dotada de un mundo propio; una comunidad que en nuestros días ha tomado la forma de un gremio de profesionales en competencia mutua.

La salud socializada del trabajador intelectual, como la salud de cualquier otro trabajador, depende por tanto de la necesidad de dejar el puesto a otro más joven. Para que los cinco ancianos del pueblo puedan sentarse en el banco de la plaza, es necesario que alguien les deje un hueco en el banco, bien sea trasladando al viejo, si es decrépito, al hospital o, en su caso, al cementerio.

Sin embargo ningún IMSERSO jamás se atrevería en una democracia respetuosa, a suscribir la sentencia de Lenin relativa a la salud intelectual del viejo: «80 años de estupidez no justifican a un hombre».

La dificultad aparece en el momento de definir al trabajo de los ancianos no decrépitos, que no perciben un "corte", fuera del corte administrativo, en el curso de su actividad. Probablemente la diferencia en la salud del anciano cuando formaba parte de un gremio, aunque fuera como emérito, y cuando fue segregado de él como jubilado (o simplemente cuando se suprimiese la categoría misma de emérito perpetuo para pasar directamente a la categoría de jubilado común protegido por el IMSERSO) acaso tenga más que ver con la fractura de las conexiones con los nuevos despliegues que tienen lugar en el mundo de su gremio. Pues aún cuando el anciano mantenga los contactos con ese mundo, será el gremio quien rompa los contactos con él. No le consultará, dejará de citarle, no le pedirá opinión. Y esto aún cuando el anciano haya alcanzado una notoriedad de primera línea en el mundo mismo de las estrellas. Einstein, en su ancianidad, dejó de ser consultado por su gremio, aunque cada vez fuera más glorificado y mitificado, junto a Charlie Chaplin y Marilyn Monroe, por el público semi-culto, es decir, por el vulgo.

En muchos casos, también ocurre que la salud social del anciano se ve comprometida no ya por su mera marginación, sino por las represalias de quienes, dentro de su círculo, fueron sus contendientes y no pueden tolerar que el anciano siga viviendo, considerándolo como "perro muerto" dentro de su propio círculo.

Tan solo si han aparecido grupos, gremios, o heterías, que siguen considerándolo como ser vivo, y no como perro muerto, entonces la salud del anciano se mantendrá intacta, y esto sin necesidad de que el anciano considere como trabajo, menos aún como creación, la necesaria labor requerida por su propia obra.

Gustavo Bueno, filósofo.

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