El año de Xi Jinping

En marzo próximo, Xi Jinping asumirá la presidencia de China. Se completará así la transición iniciada en el XVIII Congreso del Partido Comunista, celebrado en noviembre. Tras la elección como secretario general del PCCh y su toma de posesión al frente de la Comisión Militar Central, Xi Jinping retendrá los principales resortes del poder, disponiendo desde el primer momento de todos los atributos indispensables para su pleno ejercicio. En la remodelación interna que vivirá el PCCh en los próximos meses podrá adivinarse la dimensión de la proyección territorial de su poder, en detrimento principalmente tanto de aquellos que osaran apoyar a Bo Xilai como de quienes guardaban lealtad a Hu Jintao y Wen Jiabao. Ambos abandonarán el primer plano de la vida política china.

En su agenda inmediata, Xi Jinping deberá hacer frente a cuatro grandes retos. El primero está relacionado con el signo del impulso a la reforma. Su gira por la sureña provincia de Guangdong, realizada a primeros de diciembre, sirvió para apelar a una movilización en tal sentido. Si bien la ambigüedad sigue presidiendo algunas de sus orientaciones, podemos esperar transformaciones estructurales significativas. Xi ha reclamado “coraje y sabiduría” para encararlas. Los primeros indicios podrían producirse en las sesiones legislativas de marzo próximo con el anuncio de una profunda reestructuración burocrática que pudiera poner fin a órganos de larga trayectoria y gran influencia política como la Comisión Nacional de Desarrollo y Reforma.

Dichos cambios deben complementarse con la adopción de garantías para preservar el ritmo de crecimiento. La economía china puede acabar el año con un alza del 7,8% (inflación 2,7%), tres décimas por encima del objetivo oficial, vaticinándose un 8,2% para el 2013 (inflación 3%). El empleo, la apreciación del yuan, el alza de los salarios, el control del mercado inmobiliario, entre otras, son variables inexcusables de la agenda económica. El relanzamiento interno para garantizar un crecimiento mínimo (nunca inferior al 7%) es esencial para mantener a raya el empleo y la estabilidad.

En segundo lugar, inseparable de esa nueva dinámica que exige una mayor calidad del crecimiento, cabe mencionar la reducción de las desigualdades. El coeficiente Gini de China en el 2010 ascendía a 0,61 (en el 2000 era de 0,412). A finales del 2011, “sólo” 500 millones de personas se beneficiaban de un seguro de enfermedad y apenas 300 millones contaban con una pensión razonable. Los seguros de desempleo, accidentes de trabajo o maternidad están al alcance de unos 150-200 millones de personas. Ha habido progresos en la última década, pero insuficientes para alumbrar esa sociedad de consumo que debe convertirse en el nuevo motor del crecimiento. El consumo en China es débil, equivalente al 37% del PIB. La ampliación de los niveles de bienestar es indispensable para equilibrar las palancas tradicionales del crecimiento, las exportaciones y la inversión exterior. Una reforma de los mecanismos de distribución de los ingresos con un calendario y medidas concretas que aseguren el logro del objetivo de duplicar los ingresos per cápita de la población en el 2020 con respecto al 2010 podría materializarse a lo largo del primer trimestre del 2013.

El tercer reto apunta a la lucha contra la corrupción y sus análogos (el derroche, los abusos de poder, etcétera). Los primeros gestos en este sentido ya se han producido. Son un ingrediente indispensable de la campaña de imagen de cualquier nuevo dirigente, pero está por ver su alcance efectivo e imparcialidad a la vista de su tradicional uso torticero para ajustar cuentas, un proceso de higiene bien alejado de las demandas de transparencia y honestidad que formula una ciudadanía, a menudo escandalizada por el modo de actuar de los cuadros locales pero también recelosa del comportamiento de los más altos dirigentes del país.

Un último frente que deberá atender Xi Jinping consiste en la acomodación de las relaciones con Washington. En los últimos años, el número de chinos que ven a Estados Unidos como país hostil se ha triplicado (del 8 al 26 por ciento), mientras que quienes lo consideran socio cooperativo han pasado del 68 al 39 por ciento. Por otra parte, un 68 por ciento de estadounidenses no confía en China. Beijing necesita construir una relación que eluda la confrontación. Días atrás, Xi Jinping le pedía a Jimmy Carter en Pekín más energía positiva entre ambos países. Pero no será fácil en tanto China se empeñe en preservar a toda costa su soberanía y su proyecto. Y Xi no es menos nacionalista que Hu.

A medida que se opere la transformación interna del modelo de desarrollo, los conflictos comerciales, in crescendo en los últimos años, pueden ir a menos. Por el contrario, los enfrentamientos de mayor calado tendrán lugar en el orden estratégico, con un primer escenario convulso en las relaciones con sus países vecinos, incluyendo a Japón, y las desconfianzas que suscita la maximización de su poderío militar, una variable a la que Xi Jinping parece conceder una extrema importancia.

Xulio Ríos, director Observatorio de la Política China y autor de ‘China pide paso. De Hu Jintao a Xi Jinping’ (Icaria)

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