El año del nuevo mundo

A medida que se agrava la crisis financiera hay una confluencia entre economistas y analistas de la política internacional: los primeros dicen que el mundo neoliberal llega a su fin y que es necesario regresar a la regulación estatal, acuerdos globales y controles. Los segundos indican que hay cambios profundos y nos adentramos en un sistema multipolar. Dos factores serán relevantes en este escenario: el papel de Estados Unidos y las consecuencias de la crisis en los 50 países más frágiles.

La intersección entre el mundo que se derrumba y el que emerge es la llegada a la Casa Blanca de Barack Obama. Hecho político que paradójicamente anida esperanza en el cambio, realismo ante el hecho de que su gobierno no podrá hacer todo e incertidumbre ante la recesión y el impacto sobre productividad, empleo, vivienda y servicios.

El año 2009 será el primero del reconocimiento sobre el nuevo papel de Estados Unidos en el mundo.

Incluso Obama, con su retórica del liderazgo positivo luego de la desastrosa era Bush, reconoce los límites. Los indicadores de producción, comercio, inversiones, demografía y peso geopolítico muestran que Estados Unidos deja de ser la única superpotencia global. China, la Unión Europea, India, Brasil y Rusia son ya potencias regionales y algunos de ellas con alcances progresivamente mundiales. Estados Unidos será uno entre varios. Fareed Zakaria, autor de The post American world,escribe que es un nuevo mundo y que "no volveremos a un sistema dominado por un puñado de países noratlánticos".

Pese a su poderío militar, Washington tendrá serias dificultades para enfrentar solo situaciones como la guerra en Afganistán, la crisis violenta en Pakistán o el conflicto palestino-israelí. El Gobierno de George W. Bush fue un intento desesperado y coercitivo de limitar el cambio social y las libertades en Estados Unidos al tiempo que buscaba dinamitar el sistema multilateral. Liderazgo mediante la fuerza que estuvo simbolizado por la guerra de Iraq, Guantánamo, Abu Graib y el rechazo al acuerdo de Kioto.

En el verano del 2008 Moscú mostró en Georgia y Osetia del Sur los límites de Washington y de los aliados de la OTAN. En el 2009 veremos que Estados Unidos no puede gestionar sin ayuda la salida de Iraq, las tensiones regionales en Asia sudoriental, más las relaciones con Rusia, negociar con Irán y armonizar la lucha contra el cambio climático con el modelo energético actual. Tampoco Washington tendrá la última palabra sobre la dictadura de Mugabe en Zimbabue o el envío de fuerzas internacionales a la República Democrática de Congo y a Darfur que solicita el secretario general de la ONU. En estos casos Washington será un actor más en negociaciones entre los actores locales, potencias y organismos regionales, la ONU y otros países con peso geopolítico o diplomático. En Europa muchos añoran que Estados Unidos vuelva a mandar para no tener que asumir responsabilidades, pero eso es cosa del pasado.

Mientras los jugadores de bolsa globales pierden los fondos de otros y se marchan a sus casas con fortunas blindadas, se pierde de vista el impacto terrible que tiene la crisis en países del Sur: aumento del precio de los alimentos, la caída de los envíos de remesas de los emigrantes desde el Norte hacia el Sur (debido a que hay menos empleo), menos fondos para ayuda al desarrollo, disminución de los precios de sus materias primas y destrucción de empleo tanto formal como precario.

La falta de ideas y decisiones por parte de los países más ricos en la Asamblea General de la ONU y en la reunión del G-20 (el G-8 más potencias emergentes y algunos de la OCDE) en septiembre y en noviembre mostraron la carencia de una visión estratégica por parte del Norte, mientras que Brasil, India y otros tratan de ganar espacio para defender sus intereses, no totalmente coincidentes con la última periferia del Sur.

En este momento de transición es importante que Estados Unidos, Europa y otros países industrializados recuerden que cuanta más pobreza y desigualdad haya en la periferia más graves serán los problemas para todos. El dilema económico no debería centrarse sólo en cómo salvar las empresas y bancos del Norte, sino también en cómo lograr que los nuevos y viejos actores del poder multipolar asuman un plan común contra el impacto de la crisis en los más pobres. Un plan que requiere replantearse los modelos de crecimiento y comercio hasta ahora vigentes.

Mariano Aguirre, director del Norwegian Peacebuilding Centre (Noref), Oslo.