El año en que Europa vivirá a la defensiva

Desde una perspectiva europea, 2019 promete ser otro año difícil, dominado por grandes retos que fácilmente se podrían convertir en crisis amenazantes. Si no ocurre un importante cambio de dirección, el Reino Unido se retirará de la Unión Europea el 29 de marzo. En Italia se intensificará la crisis económica y financiera, poniendo en riesgo la estabilidad de la eurozona. Y es probable que Francia siga acosada por protestas populistas, reduciendo su potencial de asumir un papel protagónico en la búsqueda de reformas a nivel de la UE.

Más todavía, las elecciones al Parlamento Europeo en mayo bien pueden arrojar una mayoría o cuasi mayoría nacionalista, lo que a su vez determinaría a los próximos miembros de la Comisión Europea, los líderes del Consejo Europeo y el Banco Central Europeo, además del Alto Representante para Asuntos Exteriores y Políticas de Seguridad. No es necesario decir que una victoria nacionalista sería un desastre para la UE, porque postergaría reformas necesarias y dividiría más aún a los estados miembros.

Sea lo que sea que ocurra, el drama político interno de Europa se desarrollará con un trasfondo de desorden internacional. Al mismo tiempo que Rusia eleva su agresión en Ucrania del este, el Presidente estadounidense Donald Trump libra una guerra comercial contra China, y podría ampliarla a la UE (a la que ha calificado de “enemigo”). En términos más generales, la economía global se está debilitando y el crecimiento seguirá ralentizándose en los próximos meses.

Frente a estos retos previsibles, lo que está en juego es la supervivencia del proyecto europeo mismo. En cuanto al Brexit, mucho dependerá de si la retirada del Reino Unido ocurre de manera ordenada o caótica. En este último caso, habría muchos perjudicados, y las relaciones entre el Reino Unido y la UE podrían quedar envenenadas por largo tiempo. Nadie, a ninguno de los lados del Canal debería desear este resultado. Después del divorcio, la vida sigue, y en general mantener una relación sana beneficia a ambas partes. Cabe esperar que prevalezca el sentido común.

Como con el Brexit, los líderes de la UE en Bruselas no pueden solucionar la crisis italiana, pero puede y debe ofrecer una mano. Italia necesita crecer, para lo que se requerirá la plena modernización de su economía. Por desgracia, su gobierno actual no impulsa políticas necesarias para lograrlo, y en su lugar ha provocado una confrontación en torno a las reglas presupuestarias de la UE. La UE tendrá que mostrar flexibilidad al tiempo que sostiene los principios en los que se basa la sostenibilidad de la unión monetaria, lo que sugiere que les esperan largas y agotadoras negociaciones.

En Francia, en gran medida los “Chalecos Amarillos” han articulado sus demandas en términos económicos, tras haber salido a las calles para protestar contra la propuesta de un impuesto a los combustibles. Pero el movimiento también comprende fuertes elementos “identitarios” que reflejan sentimientos de descontento por la pérdida de modos tradicionales de vida en la era de la globalización y la integración europea. Como en la mayoría de los países occidentales, es una sensibilidad que se concentra en votantes tradicionales de clases trabajadora y media que han llegado a la conclusión de que el contrato social de posguerra ya no funciona. Trabajar duro ya no garantiza seguridad económica y ascenso social.

Las elites occidentales no recuperarán la confianza del pueblo sino hasta que ofrezcan una respuesta a esta pérdida, sin la cual no pueden funcionar la democracia y sus instituciones centrales. Para complicar más las cosas, el equilibrio global de poder está pasando con rapidez desde el Oeste al Este, la crisis climática global está empeorando, las nuevas tecnologías digitales están revolucionando nuestro modo de vivir y trabajar, y las olas de migrantes y refugiados añaden combustible a la reacción populista.

Pero si las fuerzas populistas tienen un plan que habilitarían a su objeto de deseo –el estado-nación tradicional- a enfrentar estos crecientes desafíos, lo han mantenido en secreto. En realidad, solo una Europa unida está a la altura, razón por la que son tan importantes las elecciones europeas del año próximo. Si gana el populismo, pierde Europa.

No ayuda el que la mayoría de los grandes cambios al orden internacional en las últimas décadas hayan venido a expensas de Europa. El ascenso de China y la revolución de la inteligencia artificial parecen estar dejando a Europa al margen. Hasta ahora, el Viejo Continente no ha sabido manejar el timón. Si no despierta pronto, habrá perdido la oportunidad de dirigir las fuerzas del cambio en su propio beneficio.

Ha comenzado una nueva era, lo que irá quedando cada vez más claro a lo largo del próximo año. Los debates europeos tradicionales ya no pueden dar por supuesta la solidez de la alianza transatlántica ni un avance constante hacia una “unión cada vez más estrecha”. Los Estados Unidos de Trump han dicho adiós y el viejo modelo social de Europa se ha roto, sin que haya una alternativa en el horizonte. Ni la nostalgia por un pasado mítico ni el modelo autoritario de gobierno de China son alternativas viables.

Las crisis que amenazan a Europa se desplegarán de manera implacable y en público. En el mejor de los casos, 2019 será un año de maniobras defensivas, en lugar del comienzo de una renovación europea. Sin embargo, en el largo plazo la única opción es una Europa reconstituida. Será una contradicción que definirá esta era de transición, que no ofrece atajos ni panaceas.

Joschka Fischer was German Foreign Minister and Vice Chancellor from 1998-2005, a term marked by Germany's strong support for NATO's intervention in Kosovo in 1999, followed by its opposition to the war in Iraq. Fischer entered electoral politics after participating in the anti-establishment protests of the 1960s and 1970s, and played a key role in founding Germany's Green Party, which he led for almost two decades. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.

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