El Anti-Suárez

Zapatero es el Anti-Suárez. Desde su primer día de presidente de gobierno, toda su actitud y todos sus pasos llevan a pensar que no es equivocada esta apreciación.

Adolfo Suárez instauró el espíritu de la Transición y la impulsó hasta llegar al gran pacto de convivencia de todas las fuerzas políticas y sociales. Rodríguez Zapatero está deshaciendo aquel pacto y se está cargando su espíritu reconciliador, que permitió establecer la democracia en nuestro país.

Suárez concilió las grandes fuerzas políticas –de izquierda y de derecha- para que redactaran y aprobaran la Constitución que nos ha dado el periodo más largo de estabilidad política y social. Y los partidos –grandes y pequeños- entraron civilizadamente en el juego de las reglas democráticas establecidas. Para ello se empeñó, principalmente, en el entendimiento básico de las formaciones políticas más fuertes y mayoritarias del momento, agrupando en torno a ellas las otras fuerzas políticas minoritarias. Zapatero, por contra, desde un principio se ha empeñado en desmarcarse de la fuerza política más relevante de la oposición, para asentar su permanencia en el gobierno y para su acción política en extraños pactos con los partidos minoritarios. De aquí la debilidad de su posición.

Y cuando, precisamente porque llegó, inesperadamente, a la presidencia tras un dramático atentado y una mala gestión del mismo por el gobierno anterior, era de esperar que emprendiera una acción política moderada y gradualista, desafió al adversario más potente con actitudes y propuestas claramente desafiantes no solamente para este sino también para una mayoría social que empezó a recelar del nuevo gobierno.

Corroboran esta percepción, la autorizada opinión de tres personalidades de prestigio: un ex presidente del gobierno, un reconocido veterano comentarista político y un jurista de gran talla.

Leopoldo Calvo Sotelo recientemente se refería así a lo que ha ocurrido: “En marzo de 2004 la política española se aventuró por una senda radicalmente nueva; el nuevo Gobierno se propuso una ruptura con lo que se venía haciendo trabajosa y eficazmente desde 1976, descalificó la Transición entendida como tierra firme sobre la que cimentar las reformas necesarias, negó la tercera vía –ni 1931 ni 1939- y, en un arriesgado ejercicio de funambulismo histórico, saltó sobre nuestra historia reciente para buscar en los nefastos años treinta del siglo pasado una legitimación que no encontraba en éste”.

Luís Foix escribía hace unos días: “ El presidente del gobierno, a mi juicio, no es ningún genio. Ha trazado una hoja de ruta sin mapas, sin carreteras, sin caminos y sin senderos. Hasta el punto que anda perdido con las negociaciones de paz con ETA y con una reforma territorial del Estado que no va a contentar a nadie, ni a los suyos, porque ha sido fruto de improvisaciones y frivolidades imperdonables. Pero para Mariano Rajoy, con la sombra siempre alargada de José María Aznar, la hoja de ruta sólo tiene un mapa y una carretera: la de la Moncloa. Al precio que sea y como sea”

Y partiendo del caso concreto de la decisión de Zapatero de posponer los traspasos de competencias del Estatut catalán, el notario López Burniol escribe: “Creo que este Estatut no será nunca objeto de desarrollo pleno(...) Me baso, para opinar así, en una convicción característica de los que trabajamos con las leyes: la escasa eficacia de estas cuando no son la expresión de una convicción social dominante”. Ante este panorama, concluye que “no ve salida a esta situación” , por esto piensa que “se planteará –no más allá del 2008- un auténtico y gravísimo conflicto institucional que solo admitirá dos soluciones: o construimos entre todos un auténtico Estado federal o reconocemos el derecho de autodeterminación que deje abierto a Cataluña el camino de su independencia”-

Resumiendo, justo lo contrario de lo que planeó e hizo, con el más amplio consenso social y político, Adolfo Suárez: convivencia democrática y Estado de las autonomías.

Wifredo Espina, periodista y ex director del Centre d’Investigació de la Comunicació.