El anticolonialismo en Unamuno

La reciente conmemoración del 150 aniversario del nacimiento de Miguel de Unamuno fue ocasión para recordar su figura y obra, generadoras de ingente cantidad de estudios críticos. Quizás convenga subrayar algún aspecto insuficientemente destacado, que completa y actualiza la comprensión del pensamiento del egregio filósofo, pilar en su producción ensayística y literaria. Porque la personalidad de quien, según su autorretrato, pasó su vida «componiendo paradojas que excitaban la ira de algunos que no las comprendían», encierra la singularidad de ser un raro anticolonialista en aquella generación portentosa marcada por la nostalgia del imperio perdido.

Su vasta creación intelectual, que abarca todos los géneros, no incluye ningún tratado específico sobre el tema. Es, ante todo, una actitud, un distanciamiento ético y estético de la vorágine imperialista que sacudió a sus coetáneos, dentro y fuera de España. Su formulación se compendia en apenas tres palabras de su artículo «Morirse de sueño», publicado en «El Día Gráfico», de Barcelona, el 4 de octubre de 1915: «La enfermedad del sueño –escribe–, que hace estragos en nuestra Guinea española –¿nuestra?, ¿es española?–, existe también aquí, aunque en otra forma, y sin necesidad de mosca tsetsé que la produzca». Ni la brevedad ni la marginalidad de la cita empañan el ideario, expresado con rotunda claridad: el autor de La Tía Tula comprime en tan escasas palabras volúmenes enteros, como el muy útil estudio La idea colonial en España, del malogrado amigo Roberto Mesa. En otros escritos, Unamuno manifiesta su irritación ante la «ramplonería de unas celebraciones retóricas» (la Hispanidad), que atribuye a un «nacionalismo cerril». Abogó por la denominación «Fiesta de la Lengua» frente al «obsoleto» Fiesta de la Raza, como empezó a designarse en aquel tiempo el 12 de octubre en ambos lados del Atlántico. Unamuno propuso, asimismo, abandonar el discurso oficial del iberoamericanismo; desde su criterio, «impide o retrasa la difusión de la cultura americana en España».

Es sobre Filipinas donde aparece con amplitud y nitidez el pensamiento anticolonialista del humanista bilbaíno. Confiesa, en su «Epílogo» a Vida y Escritos del Dr. José Rizal, de Wenceslao Emilio Retama, que cerró la doble lectura de esa biografía del mártir filipino «con un tumulto de amargas reflexiones», de las cuales emerge la «figura luminosa» del valeroso autor de Noli me tangere: «Un hombre henchido de destinos, un alma heroica, el ídolo hoy de un pueblo que ha de jugar un día, no me cabe duda de ello, un fecundo papel en la civilización humana». Y cierra su extenso alegato «santificando» a Rizal, fusilado diez años antes por el gobernador colonial, el general Camilo García de Polavieja, recibido por ello con honores a su regreso a Madrid. Palabras sin duda audaces en aquel contexto: esa biografía fue publicada en 1907, aún insondable la abismal sima espiritual producto de la defección del archipiélago, en una España profundamente «ensimismada» tras perder los últimos vestigios de su grandeza.

Trauma que personalidades políticas y culturales de la época pretendieron sublimar mediante nuevas adquisiciones territoriales ultramarinas, ahora en África: Marruecos, Sahara, golfo de Guinea. Período de florecimiento de Sociedades Geográficas auspiciadas por el Regeneracionismo –el propio Polavieja, Joaquín Costa, Ángel Ganivet, Ramiro de Maeztu–. Época de delirio nacionalista, cuyos angostos resquicios dificultaban la introducción de raciocinios heterodoxos. Al contrario que en Francia o Gran Bretaña, no se alzaron voces discrepantes ante los abusos del expansionismo colonial imperante. Lo demuestra La novela colonial hispano africana, del profesor Antonio Carrasco González: inexistentes en español narraciones del tono de El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, o Viaje al Congo y Regreso de Chad, de André Gide. Únicamente Ramón J. Sender, con Imán –ambientada en la guerra de Marruecos, donde combatió– puede acercarse a esta corriente crítica. León Felipe residió en Guinea entre 1920 y 1922, etapa fructífera en su producción lírica, como anotan Guillermo de Torre y Vicente Granados, y sólo al final de su vida evocaría en un único poema («Escuela») aquellas vivencias: He dormido muchas noches, años, en el África Central /allá en el golfo de Guinea, en la desemboca dura del Muni/ acordando el latido de mi sangre / con el golpe seco, monótono y tenaz / del tambor prehistórico africano / de tribus indomables… / He visto a un negro desnudo /recibir cien azotes con correas de plomo / por haber robado un viejo sombrero de copa / en la factoría del Holandés. / Vi parir a una mujer / y vi parir a una gata…/ y parió mejor la gata…

Plagada de exotismo vacuo, concebida como exaltación del «destino manifiesto» del hombre blanco sobre los pueblos indígenas, la inconsistencia de la literatura colonial española remite a Rudyard Kipling y Emilio Salgari, sin rozar su calidad literaria. Quizá por ello sus autores están hoy olvidados. Si durante la República surgió algún alegato contra los excesos de una colonización escasamente controlada – La Guinea incógnita, de Francisco Madrid; Guinea mártir, de Miguel Pozanco–, la etapa franquista, que procederá a la descolonización por imperativos del nuevo tiempo, excitará la fiebre del imperialismo totalitario, impregnada en colonizadores y colonizados.

Puede afirmarse entonces, con rigor, que no existió conciencia anticolonialista en España; paradójicamente, ni en la izquierda política y sociológica. Aquí nunca llegaron Jean-Paul Sartre, André Breton, Albert Camus, quienes, a través de su influencia intelectual y moral, asumieron como propias las legítimas aspiraciones de los pueblos sometidos por Francia: el existencialismo potenció el movimiento de la Negritud; el surrealismo ahijó el renacimiento cultural de los negros caribeños; Camus y otros intelectuales galos amplificaron la voz de los resistentes argelinos durante la guerra de liberación, arropando los escritos de Frantz Fanon y demás tercermundistas. Mientras, el mundillo cultural hispánico permanecía ajeno a las realidades de los pueblos a los que llevaron su lengua. Fenómeno extensible al ámbito político: el proceso descolonizador guineano se desarrolló en la indiferencia generalizada, y los posteriores avatares de guineanos y saharauis apenas tienen resonancia fuera del reducido círculo de las relaciones personales. Por ello resplandece la solitaria clarividencia de don Miguel.

Donato Ndongo-Bidyogo, escritor.

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