El apóstol Feijóo y la resurrección del PP

Cuando las circunstancias de la guerra forzaron a Churchill de nuevo a asumir el Almirantazgo británico cedido «con dolor y tristeza» un cuarto de siglo antes, al invadir Alemania el negro amanecer del 1 de septiembre de 1939 a Polonia despertando de golpe a Chamberlain del sueño imposible de apaciguar a Hitler, todas las unidades de la Marina Real recibieron este mensaje por radio como fausta salutación: «Winston ha vuelto con nosotros». Pese a la cálida bienvenida en aquel piélago de calamidades, su regreso no resultó un camino de rosas. Ante tanta desdicha y muerte, sin más compañía que su soledad, hubo días en que rehusó cursar más partes de guerra. «¡Los periódicos ya han publicado suficientes desastres, al menos por hoy!», zanjó mordiendo un puro hasta casi sangrar su labio de rabia y exasperación.

Despojando su decisión de ese carácter épico, por más que Clausewitz acuñara que «la guerra no es más que la prolongación de la política por otros medios», las circunstancias imprevistas han hecho que el presidente gallego, Alberto Núñez Feijóo, se sitúe en una tesitura similar. Así, con igual acogida, el apóstol Feijóo toma el mando nacional del PP. Lo hace tras dejar pasar la ocasión en la primavera de 2018, cuando estaba llamado a reemplazar a Rajoy tras defenestrarlo Sánchez de La Moncloa con su moción de censura con la Alianza Frankenstein, y quedarse el partido esperando en vano al Godot gallego. Ello permitió a Casado colarse de rondón en medio de la greña entre Sáenz de Santamaría y Cospedal para luego suicidarse al destapar con frivolidad la caja de los truenos del PP. En medio de la tempestad, el barón de barones, con cuatro mayorías absolutas en su mochila, toma el mando del Almirantazgo de Génova.

El apóstol Feijóo y la resurrección del PPSi Balzac, deslumbrado por Napoleón, se preguntaba: «¿Hubo alguien antes de él que ganara un imperio con enseñar su sombrero?», se diría que, con sólo atisbarse su postulación para la Presidencia del PP, Feijóo ha concitado tal unanimidad que su problema estriba ahora en discernir el grano de la paja en el estupefaciente loor de multitudes que se presume en su proclamación de dentro de un mes en Sevilla con caracteres de Domingo de Resurrección al cabo de este periodo cuaresmal. No es cosa que, en el cónclave primaveral, como sucedió en cierta ocasión en el templo metropolitano hispalense, salten las alarmas por la cantidad de incienso que esparcían los acólitos de una cofradía. Claro que Feijóo, el gallego impasible, ya debe estar inmune con un incensario tan imponente como el botafumeiro compostelano.

Más le vale, pues, emplear el tiempo que no tiene en remover los cimientos de un partido anquilosado que actúa con candidez franciscana y cegato apoltronamiento. Como si no se compitiera con una formidable maquinaria de poder dirigida por señalados tahúres que apuestan fuerte con buenas cartas -sin renunciar a las marcadas- frente a un rival que no sabe ir de farol y que, cuando prueba, transparenta sus naipes quedándose a dos velas.

Muchas veces las cosas se tienen que poner muy mal para hallar arreglo, y esto acontece en el PP, donde se ha registrado el hito de que una gran victoria a costa de la debacle de la izquierda, dejando tocado a Sánchez y enterrando a Iglesias, acarrea el suicidio del líder nacional del partido después de contraer una alergia primaveral -mal diagnosticada y peor curada- en el mayo florido de la reelección de Isabel Díaz Ayuso. Nadie en su sano juicio cavilaría que, luego de propulsar demoscópicamente sus aspiraciones a la Presidencia del Gobierno con el logro de su amiga «Isa», Casado desatara las hostilidades contra ella en un acopio de estupidez y celos junto con su figuración de que ambicionaba ser candidata a La Moncloa si él erraba su tercer tiro. Una trifulca que ha evocado La guerra de los Rose de la pareja fílmica Michael Douglas y Kathleen Turner y que, al romperse su feliz matrimonio, libran un combate a muerte por el domicilio conyugal hasta arrasar sus cimientos.

Ajustando cuentas con Ayuso con odio cartaginés y métodos calabreses al dar pábulo a un anónimo contra ella para envolverla en una nube tóxica de sospechas y usar ese enrarecido clima para asfixiarla chantajeándola, el inquisidor Casado saltó una raya, como el que franquea la puerta del averno sin reparar en que no cabe marcha atrás, que lo ha aniquilado. Como un búmeran, se han vuelto contra él los puñales que lanzó contra Ayuso con peor saña que sus rivales y emponzoñados con el veneno vertido por la mano amiga de quien, al ser abandonado por todos, niega haber hecho nada malo, como esos pupilos pillados en falta que tratan de justificarse negando la evidencia. Con los espionajes aún por aclarar y con dosieres que sugieren más que cuentan, Casado ha tenido que irse por la puerta trasera sin confirmar la alternativa al haber hecho él mismo una profecía autocumplida con sus aprensiones. Ahora ostentará el rango de ex presidenciable quien, en vez de pastor, ha sido un lobo para Ayuso. Ha acreditado a dentelladas el aforismo latino: Homo homini lupus est.

Si las circunstancias adversas pueden dar a conocer el ingenio, ardua tarea contempla a Feijóo cuando ponga fin al periodo cuaresmal del PP con su elección en un concilio que, a diferencia del que sirvió a Aznar para refundar el partido en 1990 también en la capital hispalense y en la misma estación del año, tendrá que reformular una organización que, sin saber bien dónde va, difícilmente puede merecer la confianza de los españoles para ocupar el poder.

Para esta embarazosa labor, junto a un brillante gestor como refrendan sus cuatro mayorías absolutas y el salto obrado por Galicia con unas cuentas saneadas por mor al «santo temor al déficit», que refería el ministro de Hacienda y Nobel de Literatura, José Echegaray, lo que le lleva a ser catalogado de tecnócrata con ese desprecio que prodigan quienes no saben de lo que hablan ni lo que dicen, Feijóo es un consistente político que, cuando Fraga depuso la Presidencia de la Xunta al quedarse a un escaño de la mayoría absoluta, obtuvo la patria potestad de un partido dividido y huérfano tras contender con tres litigantes, lo pacificó sin garatas estériles con alcaldes y presidentes de diputación, y lo unificó sobre parámetros opuestos a los de la agregación de cacicatos provinciales del patrón de Perbes.

Desde el respeto a la autonomía de las partes para que cada cual peche con su encomienda, y sin necesidad de tener que enseñar los entorchados de la bocamanga ni tener al lado nadie que le repita a todas horas lo de «presidente Feijóo» hasta la sordera para que se crea lo que no precisa creérselo porque lo es, el sucesor de Casado no será ninguna reina madre al frente de un coro de partiditos territoriales que perviertan al PP en una reconstruida Confederación de Derechas Autónomas como la CEDA de Gil-Robles, sino que será el presidente que Casado no ha sido y, cuando hable, todos los demás pondrán punto en boca.

Al modo de El Político de Platón, deberá, como en Galicia, ser un tejedor que hile hebras distintas para entrelazar una tela más sólida. A este fin, ahormar una renovación por adición que deberá engrosar con colaboradores dispuestos a plantar una batalla en la que silbarán las balas y en la que sobrarán los croadores en un partido en el que dejarán de llevar la voz cantante los tuiteros a la sexta pregunta. Junto a esta apertura de la partida, Feijóo deberá forjar un macizo proyecto que enganche a los sectores más dinámicos y que evite caer en la tentación -calculando descubrir un atajo- de imitar al programa socialista con otro tipo de letra porque tal espejismo le haría incurrir en un grave error.

Si quiere ser alternativa, debe hacerlo en todos los terrenos planteando con osadía la batalla de las ideas, sin que ello conlleve entregar bazas al adversario con estupideces de libro ni pisar las cáscaras de plátano que éste arroje buscando su batacazo.

Como asegura un personaje de Paul Auster, «lo que importa no es tanto la capacidad para evitar los problemas, sino la manera en que uno se enfrenta a ellos cuando se presentan». No hay que confundir centrar el partido y centrarse en Sánchez con una visión acomplejada de la realidad que sólo producirá frustración y no hará posible la alternancia atrayéndose a los votantes idos a Cs y Vox a causa de la mayoría absoluta disipada por Rajoy al dejar incólume el marco ideológico de la izquierda.

De momento, frente a alguna manifestación un tanto atrabiliaria y atropellada del presidente del comité organizador del congreso de Sevilla, Esteban González Pons, tras ser condenado al ostracismo por Casado, estigmatizando a Vox en los mismos términos que la izquierda anticonstitucional y separatista -cuando ha permitido el cambio político en Andalucía, sostiene gobiernos populares en Madrid y depende de su voto el de Castilla y León-; Feijóo sabe que ése no es el camino. Como tampoco lanzar OPAs hostiles a Cs y fichar a sus hombres Lobo. La clave estriba en edificar un proyecto que atraiga a sus votantes y que, en última instancia, le permita enarbolar la bandera del voto útil perdida con un Casado que, con sus insultos a Abascal y su falta de tino en sus descalificaciones, ha situado a Vox con probabilidades de dar el sorpasso al PP, como Podemos estuvo en un tris de hacer con el PSOE.

En un momento de reflujo de las sociedades líquidas y en el que parecen emerger la vuelta a los valores sólidos con el regreso de los adultos al puesto de mando, puede ser la hora de un Feijóo que ha llegado en el momento justo de madurez para propiciar un tiempo nuevo en el PP y tal vez también en el conjunto del panorama político después de estos «años bobos» en los que se ha dejado desarbolar España y, con ella, Europa sin reparar en amenazas como la que asola Ucrania por medio del imperialismo ruso.

Cuando Feijóo se aposente en su despacho de la calle Génova (hoy Cuchilleros), deberá echarle paciencia, tesón... y humor. Casi tanto como aquel portero de un club londinense de las Fuerzas Armadas que, al ver llegar a un socio sobrepasado por los acontecimientos -con Alemania preparando su ofensiva final contra Inglaterra-, le animó: «No se preocupe, señor. De todos modos, hemos llegado a la final, y se va a jugar en nuestro campo». A partir de ahora, Feijóo deberá hacer, en cambio, todos los campos suyos para coronar su empeño.

Francisco Rosell, director de El Mundo.

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