El árbol de la locura y la modernidad

La palabra griega skizo es ciertamente la más apropiada para indicar esa separación, escisión o disociación de la personalidad que constituye la caracterísitica más típica de la esquizofrenia, ciertamente la más grave y la más compleja enfermedad mental. De hecho, la diferencia entre otras alteraciones mentales y la esquizofrenia radica precisamente en el fenómeno disociativo de esta última enfermedad mental. Y de hecho, es precisamente el fenómeno disociativo el que caracteriza más que ningún otro la auténtica esencia de la demencia precoz, tal y como fue definida en los tiempos de Bleuler y Binswanger. Una enfermedad psiquiátrica que se diferencia claramente de otras como la paranoia, la melancolía o la manía, así como de aquellas otras en las que predomina la coacción.

Este elemento propio de múltiples patologías mentales -desde las formas más leves a las más demenciales- está casi siempre presente, aunque a menudo no se le reconozca como enfermedad. De hecho, la disociación ente mente y sentimiento, entre acción y reacción, entre instinto y razón está a menudo presente en todos esos casos patológicos, incluso cuando permanecen no identificados o sólo considerados como «un poco extraños». Y esto puede explicar que, como sucede a menudo, la disociación afectiva y cognitiva sea, en cambio, signo de una enfermedad mental que a menudo se encuentra en sus primeras fases.

Pero, prescindiendo de la auténtica enfermedad mental y de sus diversas formas de tratamiento, lo que me parece más interesante, sobre todo en lo que respecta a los aspectos sociales, es que, más allá de una auténtica enfermedad mental, el cociente disociativo está presente asimismo en muchas situaciones normales de nuestra sociedad. De ahí que considere que, en efecto, uno de los aspectos más significativos de nuestra época -incluso en ámbitos alejados de cualquier enfermedad o anomalía psíquica- consiste en que se la pueda considerar como una parcial, si no total, forma disociativa. Una forma disociativa que, obviamente, puede ser diferente de la del ámbito psicológico, sobre todo cuando atañe exclusivamente al dominio social y al político.

Por lo tanto, la nuestra puede ser considerada una época disociada, no sólo en los casos patológicos, sino, en cierto sentido, como testimonio de la psicosis que, a menudo, sufre nuestra sociedad. Un interesante ensayo -un auténtico manual científico- sobre los problemas de la relación entre esquizofrenia y modernidad en las diversas artes es el reciente tratado de Louis A. Sass, titulado Locura y modernidad. Se trata de una puesta a punto de las relaciones efectivas o aparentes entre la esquizofrenia y algunas formas creativas como la literatura y la pintura, cuando las realizan literatos como Musil, Sartre, Breton o artistas como De Chirico, Modigliani, Klee... ya sea por la especial personalidad de los citados, como por los personajes que conciben.

Naturalmente, tales tesis deben ser consideradas con mucha atención y cautela. La importancia del paralelismo realizado por Sass -reconociendo el interesante trabajo del prestigioso psicólogo de la Rutgers University de New Jersey- es un intento de trazar una analogía entre la auténtica locura y las diversas formas encarnadas o citadas por los artistas estudiados. Es oportuno, pues, tomar con mucha cautela el valor efectivo de esta asociación, dado que, a menudo, los artistas citados son reconocidos como perfectamente normales desde el punto de vista psíquico y sólo como fantasiosas las obras literarias por ellos proyectadas.

Es demasiado simplista identificar en las diversas obras pictóricas y literarias la presencia de una «vena de locura» sin que tenga algo que ver con una auténtica esquizofrenia. Pero también es bastante fácil identificar en cualquier creación artística aquella anomalía de la norma que puede ser clasificada como patológica por parte de quien no posee los debidos conocimientos científicos. Por lo tanto, citar a Klee o a Modigliani como afectados por anomalías psíquicas es sólo una hipótesis que, en ningún caso, se puede considerar como un diagnóstico científico.

Dejando de lado el tema del volumen -que, por lo demás es considerado una óptima guía por parte de uno de los más agudos especialistas de la psicología patológica-, es mejor no detenerse tanto en la presunta psicosis de estas personalidades comocaer en la cuenta de que su mentalidad no basta para justificar lo que sigue siendo solo una «rareza» y no tiene nada o tiene poco que ver con una auténtica anomalía psíquica.

Ya a partir de Ludwig Binswanger, la alteración espacio temporal, la Schrump- fung (el arrugamiento) del componente espacio-temporal había sido examinada en algunos casos de esquizofrenia, pero sin precisar hasta qué punto dicha alteración -ideativa, pero también perceptiva- se puede poner en relación con la existencia de un componente cognoscitivo. O sea, hasta qué punto las dificultades interpretativas de la vida de todos los días para el enfermo mental podrían reconducirse a alteraciones del componente espacial y temporal antes citado. Éste es, quizás, el punto fundamental del análisis realizado por el autor para justificar el problema de algunas experiencias psicóticas como inherentes a la condición normal del hombre y para desvelar algunas relaciones entre lenguaje literario-artístico y lenguaje esquizofrénico.

De ahí que para vencer el arrugamiento espacio-temporal del pensamiento que conduce a la presentación de toda idea y a un arrugamiento espacial, es, a menudo, necesario que el paciente se sirva del lenguaje simbólico. En este sentido, se puede quizás admitir que el lenguaje esquizofrénico mantenga relación con los lenguajes artísticos de los que habla el autor.

No pretendo detenerme más en los meandros de las diversas formas esquizofrénicas y su relación con las formas artística contemporáneas, porque a menudo el elemento disociativo está presente no sólo en algunos enfermos mentales, sino también en gran parte de la Humanidad, aunque no se considere que esté afectada por trastornos de la relación afectivo-cognitiva, como sucede en muchos ejemplos de esquizofrenia.

El hecho de que un sector de la Humanidad -considerado habitualmente normal- haya tenido la posibilidad de desarrollar elementos creativos de tipo netamente disociativo (novela, pintura, teatro), pero aceptados como tales por la población normal, demuestra una notable diferenciación de la realidad cotidiana, de tal forma que puede ser asimilada por algunos a delirios esquizofrénicos.

En cambio, lo que me parece más importante es distinguir entre el nivel de la anomalía psíquica y la carga creativa de un artista, de tal forma que no se creen esas desagradables consecuencias que conducen a proporcionar un juicio estético sobre una anomalía real, dado que las producciones fantásticas de una mente creativa presentan casi siempre un elemento simbólico y metafórico que supera con creces a la desnuda realidad existencial.

Gillo Dorfles es crítico de arte, pintor y filósofo. Es autor de una numerosa obra entre la que destacan Símbolo, comunicación y consumo y La in-civilización del ruido.

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