El arte y la ciencia: un matrimonio no reconocido

El arte y la ciencia: un matrimonio no reconocido

¿Eres de letras o de números? ¿Artista o científico? Estas dos preguntas me irritan. Son cuestionamientos que me enervan cuando soy la diana.

El siglo XX se caracterizó por compartimentar el conocimiento y la creatividad. La enorme producción de arte, literatura y ciencia ha hecho casi imposible tener un dominio general de todas las materias. Sin embargo, esto no quiere decir que tengamos que cuadricular nuestro cerebro, gustos e inclinaciones. De hecho, el proceso creativo no se diferencia, en esencia, cuando desarrollamos una teoría científica o creamos una obra de arte.

En el Renacimiento se dio un ejemplo cimero de lo que hoy expongo. Leonardo da Vinci inventó máquinas de guerra, se interesó por la circulación sanguínea y pintó la Monna Lisa. ¿Artista o científico? ¿De letras o de números?

El credo popular ubica a los científicos en una urna de cristal, ensimismados en pensamientos abstractos que devienen teorías peliagudas. Es cierto que se necesita concentración y tiempo para arrebatar un secreto a la naturaleza. Sin embargo, el proceso es indistinguible de lo que hace un escritor, un fotógrafo, un pintor o un escultor.

Volvamos a la historia: Dmitri Mendeléyev, aquel ruso a quien se le ocurrió organizar los elementos químicos según sus características y, de paso, facilitarle la vida a generaciones de experimentadores, contaba que una noche se quedó dormido con música de cámara sonando de fondo y tuvo un sueño. Visionó los elementos básicos del universo fluyendo juntos como la progresión de una secuencia musical. Al despertar trabajó sin descanso sobre esta idea creando la conocida tabla periódica. Es evidente que tras el sueño de Mendeléyev había largas reflexiones, mas la inspiración estuvo en la secuencia musical.

Por su parte, Albert Einstein afirmó que la música sustentó las ideas que le llevaron a su teoría general de la relatividad. "Se me ocurrió por intuición, y la música es la fuerza impulsora detrás de esa intuición", afirmó en una entrevista.

Otra curiosidad en este sentido es la que cuenta Andrew Pelling. Este genial biofísico canadiense se inspiró en la película La tienda de los horrores para hacer crecer tejido muscular en una hoja. El intentó fracasó, pero abrió una nueva línea de investigación que ha resultado en la construcción de “andamios” que dirigen el crecimiento de tejidos en mamíferos.

El mismo científico ha confesado también que cocinando espárragos se percató de su similitud con la columna vertebral. Esta observación ha llevado a su equipo a demostrar que, con una estructura parecida, se podría guiar el crecimiento de neuronas. Ya estamos esperando la aplicación de esta tecnología en las lesiones de la médula espinal.

Todos estos ejemplos pueden sonar a justificación traída a cuento para demostrar que los científicos nos inspiramos en la música, la naturaleza y un largo etcétera al crear una teoría o inventar un artefacto. Yo, además, te puedo contar una historia cercana.

Seguramente has escuchado, en más de una ocasión, la palabra metástasis en relación con un estado, clínicamente complicado, de un paciente con cáncer. La metástasis alude a la extensión del tumor por otras partes del cuerpo, diferentes al sitio donde se originó. Este proceso dificulta la erradicación de la enfermedad y compromete el funcionamiento del organismo. Aún hoy, muy poco se puede hacer en esta etapa. Los tratamientos que funcionan en los tumores primarios no tienen los mismos efectos en las metástasis.

La explicación actual de este fenómeno que tantas vidas arranca es, cuando menos, un poco romántica. Se dice que las células tumorales se desprenden del sitio original, viajan a través del torrente sanguíneo y colonizan sitios lejanos. La realidad de un organismo vivo, con un sistema de defensa capaz de eliminar cualquier aberración, debería dificultar enormemente que esto suceda.

En nuestro laboratorio defendemos otra hipótesis. Pensamos que ocurre una fusión entre las células de las defensas y el tumor, creando una especie de caballo de Troya que podrá viajar con facilidad por el cuerpo del paciente, generando metástasis. Algo así como un policía con alma de criminal que se va colando en los sitios sin llamar la atención y luego hace todo tipo de fechorías.

La idea inicial de la teoría surgió durante un experimento diseñado para explicar un proceso alejado del cáncer y la metástasis. Por aquel entonces, mi grupo era más pequeño, un cuarteto de investigadores formado por Vanesa, Carlos, Alexandra y yo. Alexandra, brasileña de origen polaco, estudiaba la conversión de unas células pequeñas en otras grandes por procesos de fusión.

Una tarde en la que yo andaba con algo de prisa me sacó del despacho para mostrarme la fusión entre varias células de las defensas en uno de sus experimentos. Allí, bajo el microscopio, estaban fusionándose para formar otros entes enormes con una función diferente. En realidad, observábamos un fenómeno ya conocido.

Pero la imagen se me quedó grabada y con ella me fui corriendo hacia el Teatro Real, donde me esperaba una función de ballet clásico, El lago de los cisnes. Me confieso un fanático del ballet, todo un balletómano según la jerga popular, si bien la Real Academia Española no ha admitido aún dicho término. Esto me viene de Cuba. Allí, la danza clásica es casi tan popular como lo puede ser el fútbol en otras latitudes.

Aquella noche me volví a entregar a la historia mil veces vista y disfrutada. Pero algo me rondaba en la cabeza. Mientras el príncipe y la princesa hechizada desarrollaban su pas de deux, yo no dejaba de pensar en aquellas células que se fusionaban bajo el microscopio. El pas de deux del segundo acto de El lago de los cisnes es un momento emblemático de esta coreografía: la pareja baila en una especie de lucha por unirse y crear un ente único, poderoso, para luchar contra el hechizo que cada amanecer convierte a la princesa en un cisne… ¡un ente diferente, con una función nueva!

Dos células diferentes se pueden fusionar para formar algo nuevo, con funciones nuevas. Esto ya era conocido. ¿Y si lo aplicáramos a la metástasis? Por una parte, está el tumor y, por otra, las defensas. El primero tiene unas características y el segundo, otras. Su unión daría lugar a una supercélula capaz de moverse libremente como las células de las defensas y luego proliferar indefinidamente como lo puede hacer un tumor.

Siempre he pensado que los momentos ¡eureka! que tanto eco han tenido en la cinematografía y la literatura dedicadas a la historia de los descubrimientos científicos no son más que exageraciones de los autores.

Sin embargo, esto sucedió tal cual. Salí del teatro dándole vueltas a una hipótesis. Al día siguiente, me reuní con mi equipo y planteamos, emocionados, una serie de experimentos para demostrar que aquello podría ser verdad y así encontrar una explicación palmaria de la metástasis. Los resultados de esta aparente locura experimental inspirada en un ballet los contaré en próximas entregas de esta columna donde, ya sabéis, pretendo difundir ciencia, política científica e investigaciones recientes, siempre en Español.

Eduardo López-Collazo es director científico del Instituto de Investigación Sanitaria del Hospital Universitario La Paz (IdiPAZ), de Madrid.

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