El asalto de la derecha extrema

El auge de la derecha radical populista en Europa, producido en los últimos años, debe ser tomado muy en serio por los riesgos que comporta. Las últimas elecciones holandesas nos dieron la buena noticia del descenso del partido xenófobo de Geert Wilders, pero la tendencia del último lustro ha sido otra. Previas a las holandesas fueron las elecciones griegas, en las que el partido neonazi Aurora Dorada obtuvo 18 diputados, a los que cabe sumar los 20 obtenidos por el partido radical populista Griegos Independientes. En este mismo año hemos tenido también las legislativas francesas, en las que el Frente Nacional, de Marine Le Pen sumó el 17,9% de los votos en primera vuelta, demostrando ser el tercer partido del país.

El asalto de la derecha extrema

i retrocedemos al pasado año 2011, nos encontramos con las elecciones finlandesas, en las que el partido Auténticos Finlandeses alcanzó el 19,1% de los votos, situándose como tercera fuerza política; las elecciones danesas, en las que el xenófobo Partido Popular obtuvo el 12,3%, quedando también como tercera fuerza; y por último, las elecciones suizas, en las que el no menos xenófobo y también llamado Partido Popular obtuvo el 26,6% de los votos, manteniéndose como primera fuerza política (lo es desde el 2003). Y si retrocediésemos al 2010 deberíamos hablar de los buenos resultados electorales del populismo radical en Bélgica, Hungría y Suecia. Y el año anterior en Bulgaria, Noruega, Austria… No cabe duda de que la prolongación de crisis económica que estamos viviendo multiplica las posibilidades de éxito de la extrema derecha, y ello se debe a que sus postulados encuentran un acomodo perfecto entre los estragos que está causando la debacle económica.

Se trata de partidos nacionalistas que se oponen, con mayor o menor énfasis, a la Unión Europea y a la globalización, pero en su defensa de la identidad nacional han definido un enemigo al que combaten por encima de cualquier otro: la inmigración. Divulgan eslóganes identitarios, relacionados con la defensa de los valores y la herencia cultural nacional, junto a otros como el retorno de los inmigrantes, la preferencia nacional en el empleo, etcétera. En un contexto de crisis económica prolongada como el actual estos eslóganes son muy eficientes, ya que la tentación a desarrollar posturas centrípetas y buscar culpables ajenos, de fuera, extranjeros, es muy fuerte, como la historia ya ha mostrado en todas las grandes crisis por las que hemos pasado antes.

Otro rasgo destacado de la derecha radical es su populismo antipolítico. Sus líderes apelan al pueblo contra los partidos y contra los políticos, a los que señalan como indefectiblemente corruptos; hablan de movilización del pueblo contra las élites, y al frente se ubican ellos, sin mediadores, como salvadores salidos de las mismas entrañas del pueblo, como si ellos no fueran políticos, como si sus partidos no fueran partidos políticos. Y este rasgo característico del populismo radical también encaja como un guante con la actual situación, dada la incapacidad que están demostrando las fuerzas políticas que nos gobiernan para sacarnos de una crisis que parece agudizarse cada día más. El endiablado bucle en el que nos están metiendo, con una recesión para la que no parecen tener otra receta que no sean los recortes presupuestarios, y unos recortes que generan mayor recesión es el caldo de cultivo perfecto para los populistas. Como igualmente lo es, el cambio de modelo social cuando los recortes se centran en las prestaciones sociales, generando mucha frustración y sufrimiento que conduce al resentimiento y a la pérdida de confianza generalizada en la política lo que constituye de nuevo un campo abonado ideal para los populistas.

Así está Europa. En España el populismo nacionalista tiene otras expresiones. Hay países en los que este fluye por las venas de algunos partidos mayoritarios a los que reconocemos como democráticos, lo que no impide que también haya otros de extrema derecha. Tal fue el caso de Italia, donde el populismo de la Liga Norte fue parejo al del partido de Berlusconi. En España, hemos visto cómo un candidato del Partido Popular se hacía con la alcaldía de Badalona, la tercera ciudad catalana por número de habitantes, con un discurso centrado en la batalla contra los inmigrantes y los gitanos. Y las elecciones catalanas de noviembre pueden dar lugar a un choque de nacionalismos que exacerbe las posiciones excluyentes. Veremos qué pasa en esas elecciones y en las siguientes consultas electorales que se den en España, pero si de algo podemos estar seguros es de que, tanto si prospera un partido radical populista del estilo de los que abundan en Europa, como si el populismo se expande en el seno de algunos partidos mayoritarios, ello redundará en mayores daños a la ya debilitada cohesión social que nos están dejando la crisis y las políticas con las que se gestiona.

Miguel Pajares, doctor en Antropología Social, investigador del Grup de Recerca sobre Exclusió i Control Socials de la UB.

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