¿Qué impacto tendrá la automatización (lo que ha dado en llamarse “el ascenso de los robots”) en los salarios y el empleo durante las décadas venideras? Esta pregunta vuelve a aparecer cada vez que aumenta el desempleo.
A principios del siglo XIX, David Ricardo consideró la posibilidad de que las máquinas reemplazaran a la mano de obra humana, idea que fue retomada por Karl Marx. Más o menos por la misma época, los luditas destruían las maquinarias textiles que, consideraban, les estaban quitando el trabajo.
Después el miedo a las máquinas fue desapareciendo. En poco tiempo se crearon y ocuparon nuevos empleos (con salarios más altos, en mejores condiciones y para más personas). Pero eso no quiere decir que los primeros temores estuvieran errados. Por el contrario, en el muy largo plazo, esos temores son acertados: tarde o temprano, los puestos de trabajo no serán suficientes.
En algunos países, es posible que esta perspectiva a largo plazo ya esté demasiado cerca. ¿Qué harán entonces las personas cuando las máquinas puedan hacer todo el trabajo (o la mayor parte)?
Últimamente la automatización fabril llegó incluso a áreas donde la mano de obra suele ser relativamente barata. En 2011, las compañías chinas gastaron ocho mil millones de yuanes (1.300 millones de dólares) en robots industriales. Foxconn, la empresa que arma iPads para Apple, espera tener su primera planta totalmente automatizada en funcionamiento de aquí a 5 o 10 años.
La sustitución de mano de obra con capital tampoco se limita a la industria fabril. El ejemplo más mundano puede verse en muchos supermercados, donde en lugar de interactuar con cajeros humanos, los clientes pagan su compra en máquinas autoservicio supervisadas por un único empleado. (Aunque tal vez no sea automatización en sentido estricto: el supermercado simplemente trasladó al cliente parte del trabajo de venta).
Para quienes temen la amenaza que plantea la automatización a los trabajadores poco calificados, la respuesta más sencilla es que hay que capacitarlos para conseguir mejores empleos. Pero el avance tecnológico también se está llevando los mejores puestos de trabajo. Una amplia gama de ocupaciones que en la actualidad nos parecen propiedad protegida e irreductible de la mano de obra humana calificada pueden ser las próximas víctimas.
Como señala un artículo reciente del Financial Times, en dos áreas manifiestamente cerradas a los aumentos de productividad (la educación y la atención de la salud), los avances tecnológicos han comenzado a reducir la demanda de mano de obra calificada. Muchos otros trabajos que requieren destrezas especiales (la traducción, el análisis de datos, la investigación de jurisprudencia) pueden desaparecer. Entonces, ¿para qué debemos capacitar a la nueva generación de trabajadores?
Las optimistas aseguran con ligereza que “habrá muchos tipos nuevos de empleo”, por ejemplo: choferes de carretera que conducirán ellos solos caravanas formadas por varios vehículos (cuando nuestros autos eléctricos sean capaces de unirse en convoyes); analistas para grandes volúmenes de datos; o mecánicos de robots. Pero a mí no me parece que allí haya muchos puestos de trabajo.
Imagine el lector lo que sucederá cuando un puñado de técnicos pueda ocupar el lugar de todo un plantel de taxistas y camioneros; cuando un pequeño grupo de mecánicos humanos pueda mantener todo un ejército de trabajadores robots; o un solo analista de datos con su respectivo software hacer el trabajo de un batallón de investigadores cuantitativos. En una economía semejante, el valor ya no surgirá de la mano de obra asalariada.
Ya pueden adivinarse algunos indicios de ese futuro. Twitter, el gigante de las redes sociales, es una fuente de puestos de trabajo insignificante. Aunque vale nueve mil millones de dólares, tiene apenas 400 empleados en todo el mundo, más o menos lo mismo que una fábrica de alfombras de tamaño mediano en Kidderminster (Inglaterra).
Cierto es que la causa del aumento del desempleo registrado desde 2008 no fue la automatización. Pero es digno de destacar que el desempleo estructural (el que permanece incluso después de que se recupera la economía) viene siguiendo una tendencia ascendente desde hace 25 años. Cada vez se nos hace más difícil mantener niveles bajos de desempleo.
De hecho, hubo un tiempo en que los británicos pensaban que lo normal es una tasa de desempleo del 2%, pero eso ya es cosa del pasado. El último gobierno se anotó un triunfo cuando logró bajar el desempleo al 5% en medio de un auge económico insostenible. Y para ello tuvo que recurrir a subsidiar gran cantidad de empleos innecesarios y esquemas de capacitación inútiles.
No hay duda de que algunas de las predicciones que hablan del reemplazo de la mano de obra humana con robots resultarán tan exageradas hoy como lo fueron en el pasado. Pero es difícil resistirse a la conclusión de que el “desempleo tecnológico”, como lo llamó John Maynard Keynes, seguirá aumentando a la par que crezca la cantidad de trabajadores prescindibles.
Tal vez los optimistas responderán que el problema con los pesimistas es que no son capaces de imaginar la miríada de nuevos puestos de trabajo que creará la automatización. Pero también puede ser que los que no tienen imaginación suficiente sean los optimistas y que no puedan ver que hay otro curso posible hacia un mundo en el que las personas disfrutarán las ventajas de la automatización como tiempo libre en vez de mayores ingresos.
Durante la Revolución Industrial, las horas trabajadas aumentaron un 20% a medida que el trabajo fabril desplazó al calendario festivo tradicional. Pero ahora que gozamos de un nivel de vida posindustrial, bien podríamos sacarnos de encima parte de la culpa puritana que por siglos nos mantuvo atados a la noria.
Hoy día en los países pobres son comunes los esquemas de trabajo compartido, como forma aceptada de distribuir el reducido trabajo disponible. Los economistas lo llaman “desempleo disfrazado”.
Si el objetivo es eliminar la pobreza, disfrazar el desempleo no sirve. Pero si la automatización ya logró eliminar la pobreza, entonces el trabajo compartido es una manera sensata de distribuir el trabajo que todavía demanda mano de obra humana.
Si una máquina puede reducir a la mitad la necesidad de mano de obra humana, ¿por qué en vez de prescindir de la mitad de los trabajadores no los empleamos a todos durante la mitad del tiempo? ¿Por qué no aprovechar la automatización para reducir la semana laboral media de 40 horas a 30, después a 20 y después a diez, contabilizando esa jornada laboral decreciente como un empleo a tiempo completo? Esto sería posible si el rédito de la automatización, en vez de quedar exclusivamente en manos de los ricos y poderosos, se distribuyera equitativamente.
En vez de intentar oponernos al avance de las máquinas (que es lo único que se les ocurrió a los luditas), debemos prepararnos para un futuro en el que la automatización nos dejará más tiempo libre. Pero para ello será necesaria una revolución del pensamiento social.
Robert Skidelsky, Professor Emeritus of Political Economy at Warwick University and a fellow of the British Academy in history and economics, is a member of the British House of Lords. Traducción: Esteban Flamini.
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