El ascenso del racismo en Italia

Lo que tenía que suceder, sucede: el odio contra los extranjeros, y en particular los inmigrantes, destilado con regularidad por el poder berlusconiano y sus aliados neofascistas de la Liga del Norte, ahora apoyados por las organizaciones mafiosas, especialmente la N’Drangheta calabresa, acaba de ser descargado contra los trabajadores subsaharianos de Rosarno. Sus habitantes han organizado una cacería humana, comparable a la de El Ejido en España, pero mucho más violenta: 68 inmigrantes han sido heridos y dos millares evacuados bajo protección policial. Las agresiones se realizaron con barras de hierro y coches lanzados contra los «negros». Los habitantes llegaron incluso a organizar cordones en las calles, parando a los africanos para golpearles despiadadamente. La ciudad se ha vaciado de inmigrantes y el día 9 se usaron bulldózers para destruir el campamento de barracas.

Pretendían responder así a una manifestación pacífica organizada el jueves anterior por los inmigrantes para protestar contra las vejaciones, humillaciones y agresiones racistas de las que eran víctimas en esta pequeña localidad. Diez días atrás, habían atacado con escopetas de corredera a los inmigrantes que reclamaban unas condiciones decentes de trabajo. La organización mafiosa N’Drangheta, vinculada a los empresarios, es la que ha organizado estos pogromos a fin de reprimir las reivindicaciones salariales y de condiciones de trabajo de los obreros extranjeros. La mafia, brazo armado de los patronos clandestinos, controla la cosecha de cítricos, que usa unos 4.000 inmigrantes cada año. Estos trabajadores no solo no tienen documentos de identidad, sino que les está prohibido reclamarlo; viven en campamentos de barracas insalubres y no perciben más de 25 euros por día.
Se trata, pues, de una conjunción particularmente salvaje de racismo y fascismo antisocial en un país de la Europa democrática. La prensa vinculada al poder político, la más escuchada y leída, o bien silencia esta situación o intenta minimizarla. En paralelo, el Gobierno no deja de aprobar leyes tan liberticidas como portadoras de violencia contra los extranjeros. La oposición, si es que se puede hablar de ella, reconoce su impotencia y no hace gran cosa para ayudar a los inmigrantes. Probablemente no haya otro país donde la violencia racista se dé con tanta rienda suelta como en Italia, y es un escándalo ver cómo las autoridades europeas callan.
El odio xenófobo también se desarrolla en otros países. En Francia y en ciertas regiones de Alemania, los extranjeros sirven de chivos expiatorios de todos los males provocados por la crisis económica y financiera. Ahora bien, al relacionar crisis e inmigración clandestina, los poderes políticos abonan este estado de ánimo. La inmigración clandestina siempre ha existido y no se ha desarrollado masivamente estos dos últimos años. Aún más, en Italia son los empresarios clandestinos quienes organizan la llegada ilegal de trabajadores tanto de los países del Este como de los campos de internamiento instalados en suelo italiano. Pero ello no impide exponer oficialmente al clandestino a la venganza popular, convirtiendo así en sospechosa a toda persona de origen o apariencia extranjera. Algunos llegan incluso más lejos, como en Francia, y fomentan la guerra identitaria entre los extranjeros y los franceses en nombre de una pretendida reflexión sobre «la identidad nacional». Por ello, en un momento en que los estados, tras haber reflotado los bancos y perdonado a los filibusteros de las finanzas la terrible crisis que han provocado, pretenden luchar contra el aumento del paro, hay que esperar un aumento de la violencia y de las agresiones contra los más desposeídos, especialmente los inmigrantes.
Esta situación recuerda dramáticamente a la de la Europa de los años 20 y 30 del siglo XX. Ratificándose en estos comportamientos, Europa se desacredita y desacredita la democracia y el Estado de derecho. Pero lo cierto es que al adoptar, en el 2008, la circular de la vergüenza, así calificada por la minoría de los diputados europeos que la combatieron, Europa hacía posible, si no estas derivas, al menos su posibilidad en un contexto jurídico en que los no comunitarios están sometidos a una vigilancia casi penal a diario.

¿Dónde se detendrá esta loca lógica de exclusión? ¿Cuántas agresiones, humillaciones o asesinatos harán falta para que los poderes públicos comprendan que es necesario luchar enérgicamente contra estos actos? La mejor manera es no relacionar presencia de extranjeros y crisis de empleo; es conceder derechos a los que trabajan y contribuyen a la riqueza social. El control de las fronteras o la interrupción de la inmigración de trabajo son medidas legítimas en periodo de crisis, pero también es necesaria una verdadera política de reconocimiento de los derechos de los ya instalados. Al negarse a condenar enérgicamente los actos racistas en Italia, Europa demuestra que no tiene conciencia ética. La historia se repite ante nuestros ojos y todo parece suceder como si no tuviéramos memoria.

Sami Nair, politólogo y ensayista. Traducción: Xavier Nerín.