El asesinato de lo real por la imagen

Jamás la sociedad ha vivido rodeada de tantas imágenes. Chul Han la describe como la sociedad de la transparencia. Vivimos tan sobreestimulados por la conexión digital que nos estamos desconectando de lo real. Numerosos niños modernos aprenden la verdad –el olor y el color– de las cosas solo a través de pantallas y no por correr por un prado, pasear por un hayedo o remontando un río (Lecuyer). Perdemos el asombro por la belleza de la realidad porque la estamos banalizando a través de la coacción de la imagen. Hemos convertido todo lo real en datos y fotos en medio de una fascinación visual que 'pantalliza' la realidad hasta el punto de que solo existe la imagen de lo real, y apenas lo real en sí. Sustituimos las cosas y a las personas por sus imágenes a las que preferimos mirar en pantallas. Acaba gustándonos –y valiendo– más la imagen de las cosas y de nosotros mismos que el original que son y somos en realidad. Sin una pantalla de por medio ya no sabemos configurar ni la realidad ni nuestra identidad porque solo vivo y me siento real si reproduzco lo vivido y lo represento en una imagen.

El asesinato de lo real por la imagenLa disolución de lo real consiste en su secuestro tecnológico en televisión, móviles, tablet o redes. Aumentan los incapaces de comer o esperar al metro, al semáforo, en la cola de la compra, o asistir a clases sin ver imágenes y videos. Todo se nos da y lo queremos –lo registramos– a través de imágenes reproducidas en pantallas. Muchas de nuestras relaciones son con imágenes, y el tiempo de conexión virtual supera al real. Nos rodean más seres virtuales que de carne y hueso y construimos nuestra propia vida y la de los otros a través de imágenes. El humano actual se reconoce a sí mismo como una imagen. De hecho, no paramos de hacernos selfis, duplicados del yo, nuevos espacios autoeróticos de visión. La pantalla es el nuevo templo en el que sacralizamos la imagen porque lo real ha muerto. Declara Baudrillard que el poder mortífero de las imágenes está asesinando lo real, porque dejan de representar nada, aunque ese crimen nunca sea perfecto. La realidad solo es imagen, es el único ser. Ahora sí que es cierto que una imagen vale más que mil palabras porque vale por sí misma, ignorando la verdad de lo que representa.

Los creadores de imágenes se han hecho con el monopolio del ser. El poder hegemónico de la imagen ha destronado al ser y la virtualidad ha desalojado a la realidad. Es la primacía del ver sobre el ser, desprestigiado ante la seducción de lo virtual. El ocupa de la imagen impide el acceso al que era propietario de su casa –la realidad– mandándolo –al ser– a vivir al desierto. Sin casa y sin cosas, las imágenes ocupan el espacio, fuera del cual no hay ni se entiende nada que no sea una imagen que pueda ser vista. Ahora la experiencia del 'vivo y en directo' solo puede tenerse en el espectáculo visual del 'reality show', apogeo del simulacro (Gutiérrez Pozo).

Y curvados sobre pantallas, navegamos por esos sumideros absorbentes en una sociedad convertida en un plasma global (Lipovestsky). La dictadura de la imagen impone la representación sobre lo real, la copia sobre el original. Enclaustra a la realidad en un permanente simulacro que aparenta ser algo que no es pero que acaba siéndolo. Porque el abuso y la perfección técnica del simulacro lleva a pensar que el incendio simulado no es una falsificación, sino fuego de verdad que coincide con el original. Igual que con los videojuegos, el porno, o las imágenes estéticas, que confunden el objeto de la pantalla con la realidad.

El consumidor bulímico de imágenes deja de creer que lo que está viendo sean fantasías porque siente violencia y sexo real, cuerpos carnales positivos. De tal modo que, para conocer la naturaleza, las personas y el sexo, no hace falta viajar al exterior, porque la realidad ya no está fuera sino dentro de la propia web de la agencia de viajes, de la web de la clínica estética o de la web pornográfica, Instagram, etc. El simulacro acaba atrapándonos con una fuerza tan irresistible que llegamos a pensar que lo exterior es falso. El espectador del show visual rechaza lo real porque se siente engañado por ello y al vivir sobre simulacros ya no se fía de lo real.

Asegura Debray que hemos alcanzado el culmen del espejismo mediático al creer que, embebiéndonos de imágenes, puede tenerse acceso directo a una experiencia vivida y real. En línea con Baudrillard, el simulacro perfecto genera en el observador una situación cerebral de hiperrealidad, drogando tanto la realidad que imposibilita su distinción de lo ficticio. Actúa como alucinógeno, convirtiéndose en la fuente de lo real. Gutiérrez Pozo habla de una nueva ontología digital que bendice las imágenes otorgándoles un carácter verdadero. Y al santificar el simulacro –en palabras de Deleuze– el ser se escapa, 'l'être s'échappe'. No sorprende que Vattimo celebre su fuga, asegurando que así la realidad queda más aligerada de su 'opresora' verdad.

¡Cuántos desengaños por culpa de hechizos visuales que no son más que 'fake reality'! Aumentan las víctimas de los juegos ilusionistas, desprotegidas sin saber distinguir lo ficticio de lo verdadero, sin reconocer la irrealidad. Desde la tierna infancia generamos ciudadanos conectados a pantallas a través de las cuales crecen controlados y manipulados. Los asociamos a nocivas tapaderas de simulación (Baudrillard) que efectúan el engaño sobre la verdad de lo real, seduciéndolos con el deseo de transportarlos a la isla de lo virtual en cuyo sistema de gobierno domina un poderoso Ministerio de la Imagen.

Estamos perdiendo el contacto con lo real y nos está costando mucho reencontrar el camino de vuelta. Una crisis ontológica recorre el mundo porque hemos ficcionalizado la realidad hasta el punto de mitologizar al ser por encontrarse fuera de pantalla. La experiencia del misterio del ser, reivindicada por Heidegger, está desapareciendo en la civilización de la transparencia en donde rige una ontología fantasmal que inaugura un nuevo modo de vida, el ciberespacio, y un nuevo modo de ser, la imagen. Es una ontología espectral o, como dice Debray fantasmal, resultado de un proceso de banalización del ser convertido en imagen. Hemos de volver a aprender a mirar para que las ilusiones ópticas no engañen al ojo, haciéndole creer que no hay nada fuera de ellas. Paradójicamente nunca había habido tantos ciegos en el país de la imagen. Pero solo recuperaremos la vista, el encanto por lo real –y la libertad– a través de la desconexión virtual.

Emilio García-Sánchez es vicepresidente segundo de la Asociación Española de Bioética y Ética Médica.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *