El asfixiante y largo otoño de los Castro

Otra vez, un hecho dramático orienta nuestros ojos y nuestros sentimientos hacia Cuba. Acaban de enterrar en el pueblo de Banes, tomado por la policía y el Ejército, el cadáver del disidente Orlando Zapata. No era una figura destinada a jugar un gran papel en el futuro. En cambio, se jugó la vida en el presente por una cuestión de dignidad en su condición de preso político. Era albañil y negro, tenía 42 años y, por supuesto, era pobre. Lo encarcelaron por primera vez en el 2003 «por vilipendiar al Comandante en Jefe Fidel Castro». Lo soltaron y al cabo de unos meses lo volvieron a encerrar.

Se había alineado como activo militante del Movimiento para la Alternativa Republicana. Defendía una oposición pacífica que diera a conocer la situación de los presos políticos y la lucha por los derechos humanos, citando los de expresión, reunión y manifestación. Amnistía Internacional lo había declarado prisionero de conciencia. Luchaba por la libertad de pensar y decir lo que había pensado, trataba de ser una conciencia crítica contra el régimen castrista. Recorrió varias cárceles del país, según sus testimonios, recibió una gran batería de malos tratos, entre ellos palizas sistemáticas. Le llevaron a la cárcel Kilo 7 de Camagüey, y allí decidió ponerse en huelga de hambre. Renunció a comer de forma indefinida y por lo que se ha visto definitiva, porque no le dejaron vestir traje blanco, el de los detenidos de conciencia o políticos, y le obligaban a llevar el de los presos comunes. Resistió 85 días, hasta que se le paró el corazón.
Su muerte ha causado una enorme perturbación. Incluso Raúl Castro, contra la costumbre del silencio, dijo que lo lamentaba, añadiendo que la culpa la tenía el imperialismo norteamericano. Una gimnasia mental y verbal difícil de entender. Después de más de 50 años de un poder hermético y monolítico, el Régimen se ha ganado a pulso el calificativo de dictadura. La izquierda europea y la americana encuadradas en la socialdemocracia presionan de distintos modos a Cuba para que respete los derechos humanos y dé pasos para articular una convivencia en libertad que desemboque en una democracia sin cortapisas. La verdad es que con poco éxito. A pesar de todo, no hay que renunciar a la esperanza, ni a la exigencia. No se trata de la misma exigencia que podemos tener con otros países como China o Arabia Saudí, aunque también a estos hay que exigirle el respeto a los derechos humanos. Con Cuba debemos tener un mayor nivel de exigencia, ya que forma parte importante de nuestra cultura.
Hace medio siglo, Cuba nos deslumbró hasta convertirse en un símbolo de la esperanza en donde podrían convivir la libertad y la justicia. En el bullicio auroral de aquellos primeros días de los barbudos en La Habana, cuando Cuba era una fiesta, Fidel dijo: «Aquí no habrá ni capitalismo, ni socialismo, en Cuba habrá humanismo». En el año 1992 me recibió en un largo encuentro en La Habana. Hablamos mucho de Galicia, de Felipe González, de las presiones del imperialismo sobre Cuba, que habían estrangulado la economía de la isla y por eso habían llegado a lo que llamaban «periodo especial». No me recibió como periodista, sino en mi calidad de gallego y presidente de la agencia Efe. Me lo dijo así. La Revolución tenía ya una larga historia de frustraciones y represiones, pero el imperialismo era el culpable de todo. En un momento de la conversación, le pregunté: «¿Qué queda de aquel humanismo del que usted habló al principio?».En las distancias cortas, aparte de brillante, es seductor y, en un cuarto de hora de asombroso despliegue verbal, trató de convencerme de que en Cuba lo que había era un comunismo humanista. Un comunismo con rostro humano. No me convenció. Y después de pasar cinco días en La Habana hablando con la gente más diversa, me convencí de que fuera del castrismo no crecía la hierba. Cualquier idea nueva o diferente, que cuestionara aquel universo dogmático, era rechazada y lanzada a las tinieblas exteriores. Lo peor no era que rechazaran el pensamiento crítico, lo peor es que enmudecían a quienes las lanzaban. Ahora, Zapata ha callado para siempre.

Contra su pesar y su pasado, el actual presidente de Uruguay, Pepe Mujica, antiguo guerrillero tupamaro, refiriéndose a Cuba, dice: «En los países que han seguido la vía revolucionaria, se duerme peor y se come peor». Como se sabe, Mujica se confesó ferviente seguidor de la filosofía y la política de Lula. Fidel, en su otoño pensativo de fin de reino, en sus reflexiones que publica en el periódico Gramma, se refugia, para justificar su pasado y consolidar eternamente un castrismo imposible, en las dos frondosas palabras, cuyo significado actual ignoramos: Revolución e Imperialismo. En nombre de la Revolución y en la defensa contra el imperialismo justificó su arsenal represor, uno de cuyos efectos es la muerte de Zapata. A pesar de todo, hay que seguir apostando por el diálogo para lograr una transición pacífica. El viejo patriarca del comunismo mundial debía aprovechar que pasa Obama y tiene la mano tendida.

Alfonso S. Palomares, periodista.