El auge del EI en la yihad global (1)

Para entender el súbito auge del Estado Islámico (EI) y sus conquistas territoriales en Iraq y en Siria, es importante enmarcar a la organización en el movimiento yihadista global. En particular, debemos examinar los vínculos con la organización de la que procedió, Al Qaeda en Mesopotamia, conocida también como Al Qaeda en Iraq (AQI).

Entre el 2003 y el 2010, el vacío de poder y la resistencia armada desencadenada por la invasión y ocupación de Iraq liderada por EE.UU., así como el desmantelamiento del anterior partido gobernante Baas de Sadam Husein y del ejército iraquí, proporcionaron un terreno fértil para el crecimiento de AQI y una oportunidad para infiltrarse en el crecientemente débil estamento político. Sin embargo, el rápido despliegue de AQI no logró avanzar de modo indiscutible, dos acontecimientos en especial amenazaron su expansión.

En el 2006, el conflicto del grupo salafista-yihadista con líderes tribales árabes suníes, airados por el reinado del terror y el extremismo impuesto sobre sus provincias, desencadenó una guerra interna que dio lugar a la formalización de la cooperación entre tribus locales y los estadounidenses. En ese mismo año, el fundador y director de AQI, Abu Musab al Zarqaui, fue asesinado por EE. UU., circunstancia que marcó un punto de inflexión de reducción de gastos y declive de la organización militante. Un periodo de transición acabó con la nominación de Abu Bakr al Bagdadi como líder de AQI en el 2010. Su ascenso al poder coincidió con una situación política muy polarizada en Iraq, donde las políticas del Gobierno central marginaron y afectaron profundamente a la comunidad suní.

Las políticas de base sectaria del primer ministro, Nuri al Maliki, se consideraron el resultado de la creciente influencia iraní, lo que permitió a Al Bagdadi convertir su organización reestructurada en vanguardia de los suníes contra el régimen chií con sede en Bagdad. No se sabe mucho sobre Al Bagdadi, el líder del EI, y es difícil deslindar mito y realidad. Sus seguidores afirman que tiene un doctorado por la Universidad Islámica de Bagdad, con enfoque especial en la cultura, la historia, la charia y la jurisprudencia islámicas, y lo definen como un hombre de letras, de formación teológica y ampliamente cualificado para ser líder de la comunidad musulmana mundial. Incluso pintan una imagen de él como adolescente piadoso y amante del estudio. Sin embargo, personas que le han conocido trazan un esbozo muy distinto, propio de un hombre corriente, nacido en la ciudad de Samarra, en el área conocida como “triángulo suní”, al norte de Bagdad; hombre, además, de mal carácter y conflictivo, de fácil transición de un polo ideológico a otro.

Independientemente de la historia personal de Al Bagdadi, una cosa es cierta: su trayectoria e inclinación a la autorradicalización y la militarización tuvo lugar tras la ocupación estadounidense de Iraq y su encarcelamiento en prisiones militares americanas en este último país.

Fue detenido por las fuerzas estadounidenses y encarcelado en la cárcel de Bukaa, cerca de Um Qasr, en el sur de Iraq, entre el 2004 y el 2005, bajo la acusación de ser un “soldado raso” suní. Allí pudo reunirse con los militantes yihadistas de Al Qaeda en Iraq y crear una amplia red de extremistas religiosos de ideas afines. También se reunió con oficiales del disuelto ejército de Sadam Husein, lo que dio lugar a una unión impía entre yihadistas y exmiembros del partido Baas.

Cuando EE.UU. se retiró de Iraq en el 2011, AQI contaba como máximo con unos cientos de seguidores; hoy, el miniejército sectario del Estado Islámico tiene entre 17.000 y 32.000 combatientes. En cambio, en el apogeo de su poder a finales de los años noventa, Al Qaeda central sólo reunía de 1.000 a 3.000 combatientes, lo que muestra los límites del yihadismo transnacional y su pequeño número de seguidores en comparación con el “enemigo más próximo” o yihadismo local de la variedad EI.

En el 2011, Al Bagdadi envió a su agente Abu Mohamed al Golani a Siria para organizar células yihadistas en el país devastado por la guerra, lo que resultó en la creación del Frente al Nusra, filial siria oficial de Al Qaeda central. Además de que Siria ofrece un terreno fértil para el suministro de armas, hombres y recursos, la desintegración de su tejido social y sistema político también proporcionó motivación e inspiración a los yihadistas del Estado Islámico.

Al Bagdadi hizo un llamamiento en favor de la creación de un Estado Islámico en Iraq y Siria (EIIS), que presenciaría la fusión de AQI y Al Nusra. Al Golani rechazó la fusión, iniciativa apoyada por el líder global de Al Qaeda, Ayman al Zauahiri, a quien Al Golani prometió lealtad.

Una guerra yihadista interna entre el EI y Al Nusra mató a miles de combatientes y puso de relieve una feroz lucha de poder entre Al Bagdadi y su antiguo mentor, Al Zauahiri. De momento, el EI ha tomado por defecto el liderazgo operativo del movimiento yihadista mundial, eclipsando a su organización matriz. La escala e intensidad de su brutalidad, derivada de la historia moderna empapada de sangre en Iraq, es muy superior a las dos primeras oleadas yihadistas de las últimas décadas. Su brutalidad refleja la amarga herencia de décadas de régimen baasista que desgarraron el tejido social de Iraq y dejaron profundas cicatrices que aún supuran. Mientras que las dos oleadas yihadistas anteriores contaban con líderes de la élite social y también un cuerpo de soldados rasos compuesto principalmente por graduados universitarios de clase media-baja, el cuadro del EI es rural y carente de preparación teológica e intelectual.

Fawaz A. Gerges, catedrático de la London School of Economics y autor de ‘El viaje del yihadista: dentro de la militancia musulmana’ (Libros de Vanguardia). Traducción: José María Puig de la Bellacasa.

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