El aula magna del Bernabéu

Hoy, en el 70 Aniversario de la inauguración del Santiago Bernabéu, recuerdo que en un hotel de mala muerte, en una aldea china de Yangzhou, unos gritos me despertaron de madrugada. Algunos jóvenes celebraban algo inesperado: Cristiano Ronaldo, a pase de Di María, acababa de meter el gol que otorgaría la Copa del Rey al Real Madrid en 2011. Aquel recuerdo lo ligo con uno reciente, igual de llamativo: paseando por Windhoek (capital de Namibia), observo en la avenida principal unas fotografías colgadas de las farolas, como en época de elecciones, solo que en este caso los presuntos candidatos son Isco y Carvajal anunciando cremas hidratantes.

Comentando ese día estas anécdotas con un empresario sudafricano, me confesó su admiración por el Real Madrid: su equipación era limpia, los jugadores y el entrenador, elegantes, el presidente transpiraba señorío, y sus seguidores antes cambiarían de cónyuge que de equipo. Evocó también la deportiva ovación del Bernabéu a Pirlo e Iniesta y la labor del Madrid con niños en las afueras de Johannesburgo y Pretoria. De pronto caí en la cuenta: aquel señor no hablaba de fútbol, hablaba de valores.

Las mejores escuelas de negocio han estudiado el fenómeno del Real Madrid: Harvard (Quelch y Jerez), IESE (Sandalio Gómez y Nueno), Columbia (Steven Mandis, «The formula Real Madrid») y han llegado a conclusiones parecidas: el Real no solo es el mejor equipo de fútbol del mundo como señala la FIFA, sino el mejor club deportivo conocido, una vez comparado con los Lakers de la NBA, los New York Yankees de béisbol o los Dallas Cowboys de fútbol americano; conclusión basada en cultura y tradición, títulos e ingresos, gestión de talento y edades, proporción de canteranos y superestrellas, entradas, patrocinios y merchandising. En opinión muy personal, los valores sin desmigar que han permitido este modelo de negocio son tres: independencia, excelencia y globalidad, y los tres, vamos a ver, procuran futuro.

El Real es propiedad de sus socios y no de un capital riesgo o un equipo de Estado que le imponga reglas, pero mantener esa autonomía exige un contrapunto de responsabilidad. El éxito de un club, aunque sorprenda, no depende de sus títulos, ni siquiera del acierto de sus fichajes. Lorenzo Sanz incorporó nada menos que a Roberto Carlos, Suker y Mijatovic, y logró la elusiva séptima Copa de Europa, mas no pudo superar la descuidada gestión financiera de su antecesor, Mendoza. El Real Madrid no es una sociedad mercantil, por ello no es «opable», pero solo mantendrá ese estatus mientras sea solvente. De lo contrario, para refinanciarse, tendría que transformarse en una sociedad anónima al albur de buscavidas y tiburones.

Santiago Bernabéu advirtió que para ganar debía disponer de los mejores jugadores del mundo y ello requería un gran estadio que vendiera muchas entradas, necesidad que financió con bonos de los socios. Claro que para pagar la deuda arrastrada, la legislación no permitía ya recurrir a los bonos y se precisó reunir a un equipo eficaz, en torno a Florentino Pérez, esta vez de ejecutivos: Martínez Albornoz, Sánchez, Redondo… El primero de ellos ideó una Sociedad Mixta, para lograr liquidez con ingresos periféricos: derechos de imagen, camisetas, licencias… Ese equipo gestionó la venta de la ciudad deportiva, recuperó activos para rentabilizarlos mejor, e hizo del museo del Real Madrid el más visitado en la ciudad después del Museo del Prado.

El Madrid es probable que siga siendo soberano mientras su ratio contable deuda/ebitda sea inferior a uno pero, para mantenerlo así, no puede pagar un dineral por De Gea teniendo a Keylor Navas en la portería o embarrar escalas salariales con nuevos fichajes sin desprenderse de otros antes. Es más: con los precios desorbitados que tientan a los jugadores, la responsabilidad financiera debería imperar en las cláusulas estatutarias; de lo contrario la independencia estará algún día amenazada.

El segundo gran valor del Real Madrid, decía, es la excelencia: esa pasión ganadora de jugar al ataque unida a unas buenas maneras; hábitos que se inculcan a los canteranos con ejemplo y manuales del club. Lo razonaba Butragueño: «El nuestro es un juego de equipo, que pelea hasta el último minuto y respeta al adversario» (lo del último minuto para Sergio Ramos quizá sea precipitarse). Pero ese estilo educado no ha cuajado del todo en algunos aficionados. Al espectador le incomoda que los jugadores simulen faltas y se dejen caer, algo impropio del Real Madrid, pero se permite agraviarlos cuando le viene en gana. El club, previa consulta con los socios, tendría que ser el primero en implantar normas de comportamiento en el campo como hizo con los Ultra Sur, y erradicar canciones chabacanas, reconvertir a energúmenos vocingleros y fomentar cierto gregarismo positivo. En el Bernabéu no se debería abuchear al equipo contrario cuando salta al césped, ni humillar con «oles» prepotentes al adversario. ¿Por qué? Porque es el Real Madrid, un paradigma de clase, porque le contempla media humanidad y porque representa tácitamente la Marca España.

Lo que nos lleva al tercer gran valor: la globalidad. El Real aspira a que su forma de pensar y de ganar no solo eduque a los noventa y dos mil socios del Bernabéu, a las miles de peñas registradas en el extranjero y a los 450 millones de seguidores que tiene por todo el mundo. Cuando alguien adquiere una camiseta del Madrid compra autoestima: una nueva piel que le da derecho a identificarse con los éxitos del club: tan ganador como Asensio, tan inteligente como Raúl, tan malabarista como Marcelo, tan extraterrestre como Di Stéfano o Zidane. Es un deseo de pertenencia y superación, que favorece que el Real le predique autoexigencia a cambio de concederle un toque de distinción entre los amigos.

El valor esencial del Barça, el otro gran equipo español, es ser «más que un club»; y lo es, pero lo es más debido a «La Liga» que le proporciona globalidad que a méritos de su enseña localista. El Madrid, por vocación mundial, sabe que un exceso de raíces entorpece volar, de ahí que no permita que en su equipación figure una bandera o que sus jugadores sean de un origen determinado, como acontece con los del admirado Athletic de Bilbao.

En definitiva, la marca Real Madrid protege el futuro del club pero no lo garantiza. Precisa algo sólido detrás; algo más seguro que acertar en una tanda de penaltis. Antes el Madrid creaba riqueza vendiendo fútbol de calidad, riqueza que en alguna medida se desperdiciaba. Ahora aprovecha, sobre todo en las noches europeas, el aula magna del Bernabéu, gracias a Microsoft, para trascender ese aforo ofreciendo urbi et orbe no solo emoción y trofeos, sino valores perdurables que refuerzan la consolidación de su proyecto.

José Félix Pérez-Orive Carceller, abogado.

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