El auto de fe a Jesús Eguiguren

Las últimas semanas han traído a la primera línea informativa al presidente del Partido Socialista de Euskadi (PSE), Jesús Eguiguren. Lo han llevado hasta ahí sus propias palabras y el protagonismo derivado de su convocatoria como testigo de la defensa de Arnaldo Otegi en el juicio por el acto de Anoeta de noviembre del 2004. Acto construido estéticamente sobre la parafernalia retórica habitual reivindicativa del papel jugado por ETA en la construcción nacional vasca, pero en el que por primera vez se explicitó por parte de Batasuna una estrategia de superación del conflicto político en Euskadi mediante vías exclusivamente políticas. Sobre aquella Declaración de Anoeta pivotó el fallido proceso de paz posterior, en cuya gestación el propio Eguiguren tuvo un papel destacado. Contenía, por tanto, los mimbres necesarios para iniciar aquella experiencia pese a que hoy ya no sean suficientes. Mimbres cuya presentación puede costar una condena por exaltación del terrorismo a sus promotores y cuya amalgama y reconocimiento suman contra Eguiguren munición en la campaña de acoso y desprestigio de la que es objeto.

Lo ocurrido en las últimas semanas en torno a Eguiguren merece una reflexión por parte de todos los que han querido hacer de él un emblema. Igual da que su intención fuera protegerse tras él que prenderle fuego, que de todo ha habido. De su participación en el juicio no queda sino una presencia estéril en la que el presidente del tribunal impidió que se escenificara la sustancia argumental que buscaba la defensa de Otegi.

Y queda el regusto amargo de un incidente evitable que retrata un estado de ánimo. El que protagonizaron la esposa de Eguiguren, Rafaela Romero, y la presidenta de la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT). La primera dio rienda suelta a la tensión que viene soportando el líder socialista por parte de sectores de la derecha al espetarle a la segunda: «El día en que nos maten, no lloréis». La segunda vino a refrendar la consideración que tienen esos sectores hacia todo el que se sale de la foto fija de su discurso antiterrorista: «A nosotros ya nos habéis matado». El desliz verbal se puede comprobar en los abundantes audios existentes en los que la propia Ángeles Pedraza relata el hecho en la puerta de la Audiencia Nacional. «Nos habéis matado», y no «nos han» como reproducían -no está claro si interesadamente, pero en todo caso erróneamente- alguna agencia y varios medios a las pocas horas. Dirigido a una persona que también soporta una vida con escolta, el reproche no es de recibo. Pero expresa una línea de opinión que se ha venido construyendo y hoy es compartida por Pedraza, presidenta de la AVT en tanto que madre de un asesinado en los atentados del 11-M, no por ETA. ¿A quién han matado Jesús Eguiguren o Rafaela Romero, o cualquier representante del PSE o de cualquier otro partido democrático vasco?

El exceso está servido y ha sido cocinado con intención. Eguiguren puede estar acertado o equivocado cuando habla con la convicción con que lo hace sobre la expectativa razonable del fin de ETA y del compromiso de la izquierda radical aberzale con las vías exclusivamente democráticas. Puede tener suficiente información fiable o puede haber sido manipulado, pero no se merece el acoso y derribo al que le han sometido con insistencia portavoces autorizados del PP como Esteban González Pons. Al presidente de los socialistas vascos no se le perdona que buscara la paz por la vía del diálogo en lugar de la victoria policial. Su posición se ha debilitado en buena medida también porque se ha mostrado como la única voz en el PSE -y en menor medida Odón Elorza- que ha defendido públicamente la oportunidad de preparar el día siguiente a la desaparición de ETA y ha animado a acortar los tiempos de ese proceso sin que ello suponga ceder ni negociar aspectos políticos con la organización.

Sí parece haberse equivocado el presidente del PSE al sumarse al coro de voces que parecen tener prisa por poner fecha a las expectativas. Hay demasiado ruido y demasiado foco atento a cada paso. La paranoia de interpretar cada gesto y palabra resulta insana y constituye, por sí misma, una traba al largo peregrinar hacia la responsabilidad democrática que deben realizar los herederos del proyecto de Batasuna. No podemos pasar en horas de la inminencia más ilusionante a la decepción más agónica. Y, en todo caso, no debe ser porque esa sucesión de estados de ánimo se propicie desde intereses espurios prestos a cobrarse la presa del presidente del PSE en una estrategia para debilitar al del Gobierno español.

Quienes propugnan el auto de fe sobre Eguiguren lo hacen desde la distancia. Donde las llamas no les harán enrojecer el rostro. Desde el desconocimiento de que no está solo ni en Euskadi ni en su partido. Sí lo conocen, en cambio, los populares vascos, que han corrido a bajar el tono de la crítica y a apuntalar su acuerdo con el PSE para no desgarrar a este partido en vísperas de unas elecciones en las que aspira a trasladar ese pacto a las diputaciones y ayuntamientos vascos.

Iñaki González, periodista.