El autor

Estaba viendo un partido de fútbol, Real Madrid-Barcelona, y pensaba en la memez de nuestra época: 22 bigardos luchando por meter un balón en cualquiera de las dos porterías enfrentadas e igualmente trasdosadas por redes receptoras; observados por cien mil espectadores a pie de obra y algunos millones a través de la televisión.

¡Semejante pérdida de tiempo, fruto de la insensatez contemporánea!

Hasta que algo, dentro de mí, me contradijo: «Fíjate en que cuando juega el Barcelona gozas más –soy madridista– que cuando juegan los tuyos». Y es que aquellos tienen un ritmo y una armonía virtuosa que convierte su juego en un concierto de habilidades de singular compás y belleza; Messi e Iniesta. Este evade la más complicada de las encerronas enemigas con magias plenas de suavidad, dulzura y destreza; y aquel, tras uno de sus «slalom», produce un pase penetrante e inesperado que deja al goleador solo ante el portero contrario. Prodigios seductores, admirables, enseñan caminos nuevos que surgen de hombres dotados al máximo. De ahí su éxito multitudinario. Una maniobra específica, y su administración con hábil excelencia, educa, anima y convoca futuros. Lo de menos es el gol, orgasmo terminal del proceso; lo de más el entretanto en el que los actores se esmeran para ser más. No les interrumpas cuando están siendo; no les desprecies, que suman. Cada uno de ellos genera insólitas esperanzas al saltarse las reglas consabidas. Unos son guapos y otros son feos. Su guapura no pertenece al canon clásico sino a la expresión virtuosa del esfuerzo entrenado; su fealdad, extremadamente educada, interesa.

Existe un nuevo factor en la evolución física del ser humano. Su inteligencia se evidencia en su fisonomía a través de la que asoma su determinación; su capacidad para conseguir. La mujer elige en infinidad de ocasiones al que encapsula en su expresión talento interior, capacidad para dominar las taras del esfuerzo total: Murray es intenso, alto pero antiestético, feliz en su monogamia. Ronaldo, en cambio, se anuncia, se desnuda, presume y vende calzoncillos, pero compra sexo.

Sánchez, el calificado de «guapo», aspira a presidir un partido desde la incompetencia insultante.

El hombre se siente atraído fundamentalmente por la belleza canónica de la deseada. Y en su creación, como artista, mantiene los objetivos que persiguió desde siempre. Cuando nosotros extraíamos del granito los Toros de Guisando (+/- V a.d.C), Mirón esculpía el Discóbolo y Fidias proyectaba El Partenón. Los Guerreros de Riace (V a.d.C), el Niño jinete de Artemisón (II a.d.C) Museo de Atenas y El Carnero de Siracusa (III a.d.C) Museo de Palermo, son bronces, para mí inolvidables, que nadie ha sabido igualar. Aristóteles, el filósofo de la humanidad, enseñaba paseando; hoy, época de comunicaciones supersónicas, le seguimos citando; como «peripatético estagirita» orientó los 2000 años del faro europeo hacia el cristianismo postulante.

Salgo al campo, ayer sediento, hoy contento porque ha llovido y me vuela por encima una pareja de tórtolas auténticas; raudas bailan en el aire ¡qué espectáculo! Y esta percepción gratificante se repite en cada una de las miradas hacia mi paisaje. La indefinible belleza «idea que reside en el alma» (Platón) me despierta, me convida de continuo, nunca aburre. Y pienso en cómo lo pasará El Autor al presenciar Su obra infinita, activa a pleno rendimiento, con sus horrores y excelencias, incendios y hermosuras, dolores y agrados, profanaciones y virtudes; unas poniendo en valor a las otras; todas necesarias para cumplir con una escala de valores en la que los contrastes impulsan la creación del mañana con castigos correctivos y premios. Apoteosis final que ajusta las cuentas desde las descalificaciones –como juez– hasta sus generosos aplausos de justicia incardinada en nuestro ser a su imagen y semejanza.

¿Replicará El Todopoderoso aportando también Su empeño? Seguro que sí, supuesta Su atención indesmayable. Nunca Le pillaremos distraído. Todo hombre persigue un beneficio del que aspira a disfrutar, aunque sea mínimo. Él, también.

¿Qué sentirá El Autor cuando presencie fuera del tiempo, sin antes ni después, el gigantesco sistema de sistemas planetarios que Él crea y mantiene vivo en inconmensurable actividad?. Nosotros disfrutamos de nuestra pequeña ración: el firmamento nocturno estrellado: belleza parpadeante; el tic seductor de aquella mujer...

Nadie singular o en equipo resulta memo sino implementador de un programa en que como actor, libre, interesa al Causante que goza hasta de los imprevistos. Porque, a pesar del argumento filosófico que le adjudica la atemporalidad, Él paladea cada vista, el fuego, cada sonido, el trueno, cada aroma, las rosas, cada sabor, el caviar, cada tacto, la caricia y cada cosa a su tiempo, consecuente al continuo creativo. Así que suponemos Su infinito gozo ante la suma de incontables eventos inesperados por nacidos de la libertad por Él distribuida.

Estas opiniones suenan a antiguas pero estuvieron vigentes siempre, desde antes hasta el futuro. Los sabios griegos (V y IV a.d.D.) se sabían escasos de precedentes: «nuestra política, nuestra filosofía no copian las de los países vecinos sino que somos la imagen, la madre pensante que otros imitan». Dios, o los dioses para alguno de ellos, «no eran una creencia sino una conjetura, nacida no de una demostración sino de una inspiración universal».

La humanidad cercana fue de tal manera conquistada que cristalizó en religiones creyentes dignas de fe que hicieron de nuestro continente el faro universal durante más de 2500 años. Pasamos en ese entretiempo desde la prehistoria hasta la puesta en marcha del futuro, desde apogeos gloriosos –Renacimiento– hasta perigeos pegados a tierra, crédulos los actuales únicamente de sus invenciones inmediatas. Por este irrespetuoso presente ¿a dónde nos lleva el futuro?

Me animo, al leer en prensa, esa que se descara para sorprender, que Fillon, probable presidente de la «católica» (¿?) Francia es apostólico-romano; formado por los jesuitas, no sólo no esconde su fe sino que la publica. El Papa Francisco se ocupa del mundo, no únicamente de occidente.

¿Estamos entrando en un ciclo de ortodoxia positiva?.

Hoy la cultura, (el Arte, parte de ella), harta de sorpresas anárquicas, ávida de avanzar en su interrumpida trayectoria, recupera esperanza.

Cuando me releo, veo, una vez más, que quiero creer en lo que creo.

Miguel de Oriol e Ybarra, doctor arquitecto de la Real Academia de las Bellas Artes.

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