El aventurerismo de Xi Jinping

La preocupante declaración del secretario de Defensa estadounidense, Chuck Hagel, en el sentido de que el muy comentado encuentro entre el crucero estadounidense USS Cowpens y un navío de guerra chino que maniobró intencionadamente para cerrarle el paso revistió un verdadero peligro –casi un centenar de metros no representa ninguna distancia tratándose de dos barcos a punto de llegar a una colisión– suscita obvias preguntas. ¿Por qué las autoridades militares chinas juzgaron positivo provocar un incidente con un navío de guerra chino que obligó a una maniobra evasiva al navío estadounidense? Evidentemente, porque en el momento actual los oficiales de la Armada china cuentan con incentivos en su carrera para actuar de forma provocadora, aun a riesgo de incidentes de consecuencias mortales, igual que sus homólogos de la región militar de Lanzhou consideraron una muestra de astucia apoderarse de una parte crucial de Ladakh en el pasado mes de abril, de la que sólo se retiraron cuando los indios amenazaron con anular una próxima visita de Estado; igual que la guardia costera china ha estado patrullando de modo intrusivo las aguas en torno a las islas Senkaku, que actualmente los chinos reivindican como propias, penetrando incluso últimamente en aguas territoriales japonesas.

El asunto adoptó tintes distintos durante la guerra fría. Pese a los innumerables encuentros entre aviones y buques de guerra estadounidenses y soviéticos, además de la famosa pelea permanente entre fuerzas estadounidenses y soviéticas en el puesto de control Charlie, en el corazón de Berlín, se registraron de hecho escasos incidentes porque para las autoridades soviéticas el aventurerismo constituía una falta de consecuencias fatales para la carrera militar. En el caso chino, en cambio, es evidente que los líderes del partido alientan activamente el aventurerismo militar –a cada ocasión, cuenta con la enérgica aprobación de los medios de comunicación bajo control oficial–, lo que obliga a preguntar por qué. A fin de cuentas, el riesgo que corren las autoridades es notable. Con todo el respeto debido al primer portaaviones chino Liaoning en relación con las tareas de vigilancia del USS Cowpens en aguas internacionales, la Armada china no es más que un puñado de fáciles objetivos para los absolutamente más poderosos portaaviones y submarinos de ataque estadounidenses. De hecho, el propio USS Cowpens es por sí solo un impresionante crucero dotado de misiles guiados. En sentido de mayor riesgo para los chinos, la Armada japonesa por sí sola podría fácilmente limpiar las aguas de toda presencia de unidades de la Guardia Costera china alrededor de las islas Senkaku –o, para el caso, de navíos de guerra chinos, incluso los de toda la flotilla de apoyo al Liaoning.

Ni al adolescente más estúpido e insensato se le ocurriría dedicarse a jugar a ver quién es más valiente conduciendo una motocicleta en sentido frontal contra un enorme camión. ¿Por qué las autoridades chinas asumen el riesgo de una derrota humillante?

La respuesta, por supuesto, reside en el contexto mucho más amplio, el abandono tras el 2008 de la política de auge pacífico de China promovida por Deng Xiaoping desde 1978, aunque no fue explicada hasta el 2003 por Zheng Bijian. Su razonamiento era sencillo: no amenazar a nadie, no formular reivindicaciones y no atacar a Taiwán, porque, para ascender económicamente, China necesitaba un entorno receptivo sin impedimentos para sus exportaciones e importaciones y con poder de atracción en el plano inversor. Una política, efectivamente, muy exitosa, porque Estados Unidos favoreció activamente el crecimiento económico de China y otros países hicieron lo propio.

Sin embargo, después del 2008, todo cambió. Pekín, malinterpretando evidentemente la crisis financiera global y augurando la inminente caída del poder estadounidense, reactivó con notable brusquedad su dilatadamente inactiva reivindicación sobre la mayor parte del estado indio de Arunachal Pradesh y desairó a los políticos japoneses que defendían una postura prochina para exigir en cambio las islas Senkaku, y declaró la propiedad de grandes áreas marinas definidas en líneas generales por una línea de nueve puntos que abarca islas, arrecifes y bancos marinos lejos de la costa china pero situados plenamente en zonas económicas exclusivas de Filipinas, Brunéi, Malasia, Indonesia y Vietnam. Tales exigencias constan incluso en los pasaportes chinos, decorados con un mapa que, si se observa con detenimiento, incluye también aguas surcoreanas. Los siete países bajo presión han reaccionado, naturalmente, uniéndose en contra de China, al menos en el nivel diplomático y, en algunos casos, de forma importante y sustancial, como en el caso del acuerdo informal entre India, Japón y Vietnam que dota a la fuertemente presionada Armada vietnamita de modernos submarinos. La rimbombante proclamación china de una zona de identificación de defensa aérea china que coincide en parte con la de Japón y de Corea aumenta incluso esta tensa relación.

Las autoridades chinas se quejan ahora de que se les enfrenta una coalición emergente que abarca de Corea del Sur hasta India y echan la culpa de todo esto a Estados Unidos. Pero, a pesar de su famoso eje, no fue la taimada malevolencia del Departamento de Estado estadounidense la que volvió a sus vecinos contra China, sino más bien el propio Gobierno chino, país por país, exigencia por exigencia (la última, tras el asunto de la zona mencionada, es que Japón no debería incrementar su gasto militar; por ejemplo, conteniéndose a la hora de reaccionar contra las diarias amenazas chinas).

Ciertos observadores consideran que está en marcha un astuto sistema de intimidación. Otros reiteran que no se puede considerar una actitud sagaz pelearse con siete vecinos a la vez en lugar de hacerles frente uno a uno. Tampoco tiene sentido que un país cuyo poder relativo todavía está en fase de crecimiento se dedique a alarmar a todo el mundo de forma prematura, propiciando que se una contra China e incluso induciendo a una oposición del consumidor a las exportaciones chinas. Como los líderes del Partido Comunista Chino han demostrado sin duda su competencia a la hora de dirigir una enorme y dinámica economía, y como su acción represora es asimismo muy hábil minimizando una patente brutalidad (salvo contra minorías), es lógico suponer que también son igualmente competentes en política exterior. Pero las pruebas hasta la fecha dicen que estamos presenciando una prolongado brote de nacionalismo y militarismo irresponsables que evoca el precedente siniestro de la Alemania anterior a 1914, que contaba con las mejores universidades, la industria más avanzada y el sector bancario más potente pero que carecía de la visión estratégica de persistir y continuar por la senda de su propio auge pacífico.

Edward N. Luttwak, Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales de Washington. Traducción: José María Puig de la Bellacasa.

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