El avieso «Financial Times» dispara de nuevo

El muy leído «Financial Times» inserta en lugar destacado de su portada un resumen de media docena de noticias de interés que son tratadas en el interior. La síntesis del tema de Sijena del martes en portada rezaba así: «España saca objetos de Cataluña. Las autoridades han encolerizado a los separatistas catalanes al usar la cobertura de la noche para retirar objetos medievales de un museo de Lérida y hacerlos desaparecer de la región».

Nadie podría decir que el periódico está descaradamente mintiendo, ¿pero cuál es la impresión que obtiene el lector que no tiene tiempo de ir a páginas interiores? Justamente la que querría los separatistas: el Gobierno de España, con nocturnidad (algo ya sospechoso) sustrae objetos de arte de Cataluña y los traslada, casi con triquiñuelas, a otra parte. Lógicamente, los separatistas están cabreados.

En ese resumen ni se menciona que las obras de arte llegaron a Cataluña de forma totalmente ilegal, que Aragón las viene tenazmente reclamando y que el Gobierno se ha limitado a cumplir la ley ejecutando dos sentencias judiciales. En el interior se explica más ampliamente el tema pero, como es habitual en ese diario, el espacio dedicado a los que están por la devolución a Aragón es inferior al concedido a los separatistas, con afirmaciones truculentas, como las de Puigdemont: «Con nocturnidad y utilizando una policía militarizada, como de costumbre, se aprovechan de un golpe de Estado para saquear Cataluña con absoluta impunidad».

Un observador imparcial conocedor de los hechos, puede sacar la conclusión de que el resumen de portada del «Financial Times» es una versión edulcorada de la disparatada y mentirosa conclusión de Puigdemont.

El tratamiento del tema catalán por ese periódico, prescindiendo de algún editorial sensato (¿cuánta gente lee los editoriales?), viene siendo en los titulares y crónicas de sus corresponsales, Tobias Buck y Michael Stothard, de una equidistancia entre independentistas y el Gobierno o el PSOE que nunca se les ocurriría practicar en su país porque sería considerada claramente sesgada: no se explica diáfanamente al lector, por ejemplo, la chapucería e ilegalidad del referéndum de octubre, se aceptan como buenas las cifras de participación y de heridos y rutinariamente se concede más especie a las manifestaciones de los independentistas (Mas, Junqueras, Rovira, Puigdemont) que a las del Gobierno o de los partidarios de la unidad de España.

Es difícil colegir las razones de este tratamiento salomónico hacia los que respetan las reglas del Estado de Derecho –el artículo 155 está en la Constitución– y los que las pisotean con deslealtad, desobediencia, referéndum, rebeldía. La atención que las autoridades catalanas vienen dando a cualquier corresponsal está, quizás, en buena medida, en el busilis de la cuestión.

Alguien alega también que en varios países occidentales tienen «mono» de que España no sea un paraje singular, autoritario, machista, imperfectamente democrático y un pelín franquista. Estaban más cómodos con nuestras peculiaridades de antaño. Otros dicen –según una teoría conspiratoria– que, a partir de Felipe II, disfrutan con nuestra debilidad como nación. Los hay que humorísticamente apuntan que algún corresponsal está perdidamente enamorado de una independentista que con sus efluvios le aparta de la ecuanimidad y que un segundo, católico ferviente, sufre un lavado de cerebro del inefable cura de la Sagrada Familia que empezó en octubre su homilía dominical con la frase poco cristiana en una sociedad dividida: «Bienvenidos a la república legal y democrática catalana». (¿Qué habrá pensado y hecho su obispo?).

En todo caso, haría falta la perspicacia de la providencia para discernir como diarios tan reputados como «The New York Times» o el «Financial Times» enfocan como «normales» hechos que en sus sociedades serían denunciados por ellos mismos como «flagrantemente ilegales» y, en consecuencia, rotundamente punibles.

Inocencio Arias, Embajador de España.

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