Mahmoud Ahmadinejad ha caído en el error que cometen todos los presidentes de Irán: ha desafiado la autoridad del líder supremo del país, el ayatolá Ali Jamenei. Está condenado al fracaso.
El desafío de Ahmadinejad es una parte predecible de la política iraní que ha llegado a ser conocida como "el síntoma del presidente", que surge de la convicción de un presidente de que, como líder elegido por el pueblo, no debe verse limitado por la supervisión del líder supremo. Sin embargo, la historia de la república islámica está llena de intentos fallidos de sus presidentes por consolidar un centro de poder independiente. En última instancia, la autoridad divina prevalece sobre la autoridad política.
Esta doble autoridad está consagrada en la Constitución de la República Islámica e inevitablemente se inclina hacia lo divino, sobre todo en el segundo mandato de un presidente. Ahmadinejad no es una excepción a esta regla. De hecho, porque ha presionado más que sus predecesores, su estrella está cayendo más rápido. Por otra parte, la controvertida elección presidencial de junio de 2009 y la crisis política que le siguió dañaron irreparablemente su legitimidad democrática.
Jamenei se vio obligado a usar su autoridad para apoyar al presidente y desde entonces ha condenado en repetidas ocasiones el "Movimiento Verde" que se opuso a la reelección de Ahmadinejad. Como resultado, Ahmadinejad ha sido el presidente más costoso para Jamenei hasta la fecha, ya que obligó al líder supremo a agotar su poder frente a un enemigo común, medida que pone en cuestión su propio juicio y empaña su reputación.
Sin embargo, Ahmadinejad mismo en general ha ignorado la crisis post-electoral en sus declaraciones públicas, y evidentemente cree que el apoyo de Jamenei después de las elecciones significó que el Líder Supremo mantendría una actitud pasiva frente a las intrusiones en sus poderes y prerrogativas tradicionales. De hecho, durante los últimos dos años, Ahmadinejad ha socavado repetidamente el Parlamento y despedido abruptamente a ministros vinculados a Jamenei, como el ministro de Relaciones Exteriores, Manouchehr Mottaki y el ministro de Inteligencia Heydar Moslehi.
Desde que se convirtiera el líder supremo hace 22 años, Jamenei ha sido relativamente débil, pero se ha adaptado intentando fomentar la debilidad en los otros altos cargos de la República Islámica. Ha apoyado el fraccionamiento en el gobierno y, cuando ha sido necesario, ha debilitado las facciones a las que antes apoyaba. Lo más importante: se ha asegurado de que los presidentes de Irán se mantengan en un estado de debilidad, independientemente de su programa o su popularidad.
Así que, ahora que la amenaza planteada por el Movimiento Verde ha disminuido (al menos a los ojos de Jamenei), ha llegado el momento de hacer que Ahmadineyad rinda cuentas. Ambos están trabajando duro para preparar la elecciones parlamentarias de 2012, así como la elección presidencial de 2013, y Jamenei se ha quitado los guantes. Ha dado luz verde a los propagandistas oficiales para atacar a Ahmadineyad y sus compinches de forma explícita, presentándolos como personas que no creen en el principio de la tutela del jurista chií, el concepto clave legado por el fundador de la República Islámica, el Gran Ayatolá Ruhollah Jomeini.
Desde el punto de vista oficial, Ahmadinejad y su círculo carecen de racionalidad y sabiduría; de hecho, se dice que está preso de las garras de la superstición. Incluso hay rumores de que algunos de ellos han recurrido a la brujería para convocar a espíritus de ultratumba y que Ahmadinejad ha estado en contacto directo con el Imán oculto (el Mesías chií).
De manera similar, el poder judicial, bajo control de Jamenei, ha acusado al vicepresidente, Mohammad Reza Rahimi, de dirigir una mafia económica y muchos de los aliados de Ahmadinejad han sido detenidos o están bajo investigación.
Es probable que el Consejo de Guardianes, que puede vetar la legislación e impedir que candidatos específicos se presenten a las elecciones, haga uso de su poder para inclinar la balanza a favor de los críticos conservadores de Ahmadineyad. Los líderes del bando anti-Ahmadinejad, los hermanos Ali y Sadeq Larijani, a la cabeza del parlamento y el poder judicial respectivamente, ayudarán a Jamenei a alejar al presidente del centro de poder.
Pero, puesto que Jamenei no puede aceptar una sola facción política unida, es muy poco probable que permita que el bando de los Larijani (que incluye al alcalde de Teherán, Mohammad Baqer Qalibaf y al ex ministro de Relaciones Exteriores Ali Akbar Velayati) se vuelva lo suficientemente potente como para ganar las próximas elecciones presidenciales.
Es probable que Jamenei cree una nueva facción para competir con los conservadores tradicionales tras el declive de Ahmadinejad. Esto puede obligarlo a elegir un nuevo rostro para las próximas elecciones presidenciales, alguien con poca experiencia en política interna y poca influencia en la vida de la gente común. Un posible candidato es Said Jalili, el actual negociador nuclear de Irán, o alguien como él. Sólo tendrán opciones quienes posean una sólida formación en inteligencia o en la Guardia Revolucionaria, y un bajo perfil en la política interna.
El hecho de tener el control total sobre el poder judicial, el aparato de inteligencia y los militares hace que Jamenei parezca invencible frente a todas las facciones políticas o los funcionarios electos. Esto llevará al régimen por un camino cada vez más autocrático, aplicando más represión en el ámbito nacional y desafiando a Occidente con mayor confianza.
Sin embargo, la concentración de poder en las manos del Líder Supremo plantea riesgos para la República Islámica. No hay un sucesor fuerte y evidente para suceder a Jamenei. Y, puesto que ha debilitado sistemáticamente las instituciones políticas de Irán para que la República Islámica se llegue a identificar con su persona, su ausencia creará un vacío. Su fortaleza actual anuncia mayor incertidumbre en el futuro de Irán.
Mehdi Khalaji, investigador senior del Washington Institute. Traducido del inglés por David Meléndez.