El ayusismo o la derecha de autor

En esta España chirbesca que pasó de la economía de huerto y taberna al pelotazo del europeísmo, la recalificación chusca y la Mercedes Fashion Week, lo que peta ahora es el producto de autor. Edificios de autor, cocinangas de autor, prendas de autor, tiendas de autor, coches de autor.

En esta España donde son horteras hasta los comunistas, donde todo ñiquiñaque farda en las redes de lo que come y lo que bebe, donde robar imprime carácter, no eres nadie si no sabes lo que es una cerveza de autor para pedirla a gritos en la terraza de abajo.

En esta España pandémica donde está prohibido viajar, ligar y, si me apuras, trabajar, el terraceo es la actividad más emocionante de nuestra vida. La prueba viviente es el Madrid proeconómico de Isabel Díaz Ayuso, donde hasta ese bar mustio y deshabitado que tiene cada barrio ha sacado cinco mesas a la acera y ahora hace cajas que no imaginaba ni en sus sueños más lúbricos.

Sumida España en un nubarrón antiMadrid de bulos, recelos y envidias (¿alguien imagina algo semejante en Francia con París, en Reino Unido con Londres o en Estados Unidos con Washington D. C.?), cientos de miles de votantes tachan a la presidenta Ayuso de retrógrada.

Sin embargo, lo que está sucediendo políticamente en Madrid entronca con el pospartidismo que caracteriza ahora a las democracias más avanzadas.

Del mismo modo que el público occidental busca y compra productos de autor, en las urnas busca al líder capaz de hacer ideología de autor. Al líder que resulte creíble de manera individual o que guste, sin más, con independencia de la etiqueta bajo la que se presente.

Así ha sucedido en Inglaterra con Boris Johnson, en Francia con Emmanuel Macron y en Estados Unidos con Donald Trump, líderes marcadamente personalistas los tres.

Las derechas de Occidente habían sido hasta ahora opciones centradas y moderadas. Pero la mundialización de la socialdemocracia obligó a la derecha a izquierdizarse hasta tal punto que los partidos conservadores se mimetizaron con sus rivales políticos tradicionales, quedando ambos casi desprovistos de elementos diferenciadores.

De ahí que la política partidista haya entrado en crisis en las democracias veteranas, surgiendo el pospartidismo transversal de Macron (al estilo del gobierno de rivales de Abraham Lincoln), pero también un pospartidismo personalista al modo Boris Johnson o Donald Trump.

En nuestra sociedad del espectáculo, la persona es el mensaje. No hace falta irse a Jean Baudrillard ni a Marshall McLuhan porque a mediados de los 80 lo escribió nuestro Francisco Umbral: “España vota las conductas, no los partidos”.

Durante los largos meses de pandemia, Isabel Díaz Ayuso se ha consolidado, intuitivamente o tal vez inspirada en su predecesora Esperanza Aguirre, como una líder con sello de autor (o de autora).

Pero las preguntas que genera la presidenta Ayuso son las mismas que surgían cuando la entonces presidenta Aguirre se definía como el verso suelto.

Si es tan partidaria de la libertad como asegura, ¿qué hace en el PP, que acaba de votar contra la eutanasia? ¿El mismo PP que votó contra el aborto en 1983 y que intentó derogar la ley del aborto de 1985, alegando Gallardón que la maternidad era “lo que a las mujeres las hace auténticamente mujeres”?

¿Qué hace la libérrima Ayuso en el PP que votó contra el divorcio en 1981 y que se oponía al matrimonio gay tan tarde como 2005, cuando Ana Botella daba charletas sobre peras y manzanas para ilustrar su negativa rotunda a que las personas homosexuales contrajeran matrimonio?

Y si la libertaria Ayuso se lleva tan mal con Pablo Casado como se llevaba la musa Aguirre con Mariano Rajoy, es decir, con la cúpula directiva del partido, ¿cómo logrará sus objetivos a medio y largo plazo?

Recordemos la indirecta directísima que soltó Rajoy en 2008 a los modernetes del PP (es decir, a Aguirre y su cuadrilla) cuando les invitó a marcharse del partido: “Si alguien quiere irse al partido liberal, que se vaya”.

Aquello era antes de que todos ellos averiguaran, como Jaime Gil de Biedma, el tío poeta de Esperanza Aguirre, que la vida iba en serio. O sea, que el PP llevaba al hombro una mochila corrupta llena de cajas B de Bárcenas, de escuderos corruptos de Aguirre, de másteres chungos de la URJC y de trinques de Rodrigo Rato. Menudos liberales, menuda tropa, oiga.

Quien no conoce la historia está condenado a repetirla. En España, quien conoce la historia va y la repite de todas formas, tentando al destino, porque aquí somos más chulos que un ocho.

Gabriela Bustelo es escritora y periodista.

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