El banquete de Bob Dylan

«Escribir sobre música es como bailar arquitectura», dijo Clara Schumann o Frank Zappa o Miles Davis o Elvis Costello o Robert Christgau o Laurie Anderson o Thelonius Monk o Steve Martin o... Los enciclopedistas han asegurado que en verdad fue el actor/cantor/pintor Martin Mull. Y que fue Elvis Costello quien añadió a la frase un «es algo muy estúpido». Lo que no quita que el propio Costello –así como Paul McCartney y Patti Smith y Ray Davies y Kim Gordon y Neil Young y Keith Richards hayan firmado, a veces con una ayudita de algún amigo, páginas más que sabias y encomiables al respecto, aunque, sí, abunden también desilusiones como la autobiografía casi zombi de Pete Townshend o la insistencia en los lugares comunes de Springsteenlandia– sea autor del excelente 'Música infiel y tinta invisible'.

En cualquier caso –de ser cierta la célebre frase y cita a ciegas– entonces Bob Dylan en su flamante 'Filosofía de la canción moderna' (Anagrama) es una suerte, una muy buena suerte, de dinamitero loco más que dispuesto a hacer volar la leonardcoheniana Torre de la Canción por los aires por el solo placer de ver cómo caen sus partes y qué figura acaban conformando.

El banquete de Bob DylanY son sesenta y seis las canciones escogidas, dicen, a lo largo de doce años por Dylan (yendo de lo inmemorial y pasando por los 'standarts' a los que este cantautor nobelizado les debe tanto, hasta llegar a algunas pocas de sus descendientes y deudores) para enseñar escondiendo todo lo que sabe sobre el asunto. Pero, claro, Dylan enseña a su manera: es decir, Dylan esconde revelando.

No es maniobra nueva: ya en sus cancioneros como en sus dos libros anteriores (el centrifugador 'Tarántula' o el muy selectivamente memorioso 'Crónicas: Volumen Uno'), Dylan demostró que es un maestro del ilusionismo a la hora de distraer reescribiendo lo suyo, nutrirse de fuentes ajenas o apuntalar lo real con la más personal de las metáforas. También, claro, Dylan es un excelente escritor al que –también en sus últimas canciones– cada vez le va más y mejor la cadencia parca y seca del narrador omnisciente y detectivesco o criminal de la serie negra. Así, por aquí abundan los callejones oscuros, las mujeres peligrosas (la abundancia de esta especie en particular y la mínima presencia de voces y compositoras ya supo ser criticada) y el alcohol y la fuga y la revancha y el caso para siempre abierto sin cerrar.

Y, sí, en el metódico y discursivo y sabroso banquete que es 'Filosofía de la canción moderna' (potenciado por una tan astuta como brillante selección de material gráfico), Dylan investiga mucho pero filosofa poco, aunque sí instruya con oratoria ejemplar. De hecho, el sujeto 'filosofía' o el verbo 'filosofar' no aparecen ni una vez en las 334 páginas del libro. Más apropiado sería el título 'Sintomatología de la canción moderna', porque de lo que aquí habla/canta casi evangélicamente Dylan es de los efectos que producen y produjeron determinadas canciones en él y que, espera y desea, produzcan en su lector. Para muestra –así habló Dylan– adentrarse en su apreciación de 'Blue Suede Shoes' de Carl Perkins transformándola en algo inesperadamente fetichista y amenazante y todopoderoso.

O en la relectura del 'Beyond the Sea' traducido del 'La mer' de Charles Trenet como postal digna de Melville («Te estás alejando hacia las salobres profundidades, te orientas con las estrellas, calculando longitudes y latitudes. Eres el capitán y navegas hacia tu centro neurálgico, que te espera en la costa sobre la playa fabulosa, tentadora... El mar, el aire, las montañas, las flores. Todo flota. Nunca toca tierra», leemos y oímos allí). O su reconocimiento a Warren Zevon (se extraña algo sobre una de las favoritas de Dylan, la 'Lake Marie' de John Prine) donde acaso se pone en la piel y huesos del personaje de 'Dirty Life and Times' con un «Ahora te falla el físico –pierdes vigor y hombría– hay un vacío en el centro de ti. Le cantas un largo adiós a la grandeza, amontonas las cenizas de tu vida en un rincón. Aun así, sigues teniendo la entereza y la osadía de mirarle a la cara al final y seguir tirando con arrojo. Impávido y duro de roer, ni triste ni lúgubre, te yergues entero, molón, fiero e intrépido. Das por cerrada una vida acribillada, vas a por todas, resuelto y firme». Y luego saluda a su autor caído así: «Ser escritor no se elige. Es algo que uno hace y a veces alguien va y se da cuenta. Warren fue escritor hasta el final». O –teniendo en cuenta que, mientras escribo estas líneas, Dylan anda en alguna nueva escala de su ya muy bien añejada Gira Interminable– el 'On the Road Again' de Willie Nelson despegándola del reflejo automático 'beatnik' para acercarla, primero, a la figura del 'forajido errante' para recién luego alcanzar «la alegría de viajar, de no quedarse en ninguna parte. Porque no te pagan por quedarte. Te pagan para que viajes». Es una actualización de la icónica obra maestra 'beat' 'En la carretera', de Jack Kerouac, sin por eso dejar de advertir que «por otra parte, uno podría construir una canción de pesadilla sobre el mismo tema igual de fácilmente: los baches en el asfalto, los pequeños agobios y mortificaciones que van acumulándose sobre el fatigado viajero».

El resultado de la lectura de 'Filosofía de la canción moderna' (al que se recomienda consumir en dosis homeopáticas acompañadas de su contraparte sónica vía discoteca privada o pública y 'on line'; como si fuese una nueva remesa de sus 'intros' como DJ en su 'Theme Time Radio Hour', y no estaría mal leerlo junto a su audiolibro grabado con Jeff Bridges, Helen Mirren, John Goodman, Rita Moreno & Co.) es, de nuevo, aquello que siempre acaban ofreciendo a la vez que escamoteando todos y cada uno de los generosos pero también calculadores álbumes de Bob Dylan: el autorretrato movido y bailarín con mutante arquitectura de alguien moderno y clásico y ya atemporal. Alguien quien jamás estuvo quieto y nunca cerró su boca, sin que eso lo prive de escuchar como pocos todas esas canciones ajenas rodando como piedras por su carretera 61 o, aquí, por su apropiada ruta 66.

Rodrigo Fresán es escritor.

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