El BCE ha venido impulsando la inflación en la UE

La inflación está galopando en la eurozona, en tanto el euro se desmorona. En agosto de 2022, la inflación anual de la eurozona alcanzó el 9,1% y en los países bálticos hoy se están registrando tasas que superan el 20%. En mayo de 2021, un euro le habría costado a usted más de 1,20 dólar; el 27 de septiembre podía comprarlo por 0,96 dólar. ¿El Banco Central Europeo tiene la culpa?

La pérdida de confianza en el euro pone en peligro la estabilidad de la unión monetaria, porque puede alimentar una espiral inflacionaria y llevar a una fuga de capitales. El Reino Unido actualmente lidia con estas dinámicas, y la eurozona podría ser la próxima.

Las recientes noticias sobre inflación en el miembro más grande de la eurozona, Alemania, son particularmente alarmantes. En agosto, los precios del productor –que miden lo que está sucediendo en las etapas preliminares de la producción industrial- estaban un 46% más altos que en el mismo mes del año pasado. Dada la correlación de largo plazo entre la tasa de crecimiento de los precios del productor y del consumidor, esto sugiere que estos últimos podrían dispararse al 14% en noviembre. La estabilidad de precios –que, supuestamente, es el objetivo intransigente del BCE, según el Tratado de Maastricht- ya no es perceptible.

El BCE niega que deba asumir alguna responsabilidad por las actuales luchas inflacionarias de la eurozona; después de todo, no podía controlar la pandemia o la decisión del presidente ruso, Vladimir Putin, de invadir Ucrania. Pero apuntar a estos acontecimientos exógenos no es nada más que una táctica de distracción. De hecho, existen buenos motivos para creer que el BCE contribuyó significativamente a la inflación actual, tal vez aún más que otros bancos centrales en sus respectivas economías.

Desde la crisis económica global de 2008, el BCE ha permitido que la oferta monetaria del banco central aumentara dos veces más rápido, en relación a la producción económica, que la de la Reserva Federal de Estados Unidos. De ese crecimiento, el 83% fue el resultado de compras de bonos gubernamentales de países de la eurozona por parte del BCE. Con estas compras –que totalizaron unos 4,4 billones de euros- el BCE llevó las tasas de interés sobre los bonos gubernamentales a alrededor de cero. Esto hizo que los países ignoraran las normas de deuda europeas y acumularan deuda a un ritmo vertiginoso.

En 2020, la Comisión Europea se sumó al BCE en su campaña expansionista. El endeudamiento adicional de 750.000 millones de euros de la Unión Europea se presentó como un esfuerzo para ayudar a todos los países de la UE con los efectos de la pandemia del COVID-19; en realidad, estaba destinado principalmente a respaldar a las economías más débiles de la región del Mediterráneo. Como resultado de estas medidas, la deuda gubernamental general de la UE (incluida la tenencia de deuda a nivel de la UE) superará con creces el 100% del PIB.

Como la deuda gubernamental aumenta la demanda agregada, esto ha tenido un claro impacto en la inflación. Mientras que los cuellos de botella de las cadenas de suministro relacionados con la pandemia y la crisis energética inducida por la guerra de Ucrania fueron las chispas, la deuda soberana fue el combustible. Sin ella, el fuego de la inflación no se habría propagado a un ritmo tan acelerado.

El BCE ha contribuido aún más a las presiones inflacionarias al debilitar el euro. Mientras que la Fed comenzó a enviar señales claras en junio de 2021 de que empezaría a aumentar las tasas de interés en el futuro previsible, el BCE defendió agresivamente su política monetaria ultra-laxa hasta julio de 2022, cuando implementó su primer aumento de la tasa en 11 años, que fue seguido por un alza más sustancial en septiembre.

Como resultado de ello, el diferencial de las tasas de interés entre Estados Unidos y la eurozona siguió creciendo, instando a los inversores a huir de Europa hacia Estados Unidos en tropel. En las tres semanas posteriores al incremento de la tasa en septiembre, el dólar subió 4% por encima de la paridad con el euro. Desde el primer anuncio de la Fed en junio de 2021 de que podría aumentar las tasas, el dólar se ha apreciado aproximadamente el 20% frente el euro.

En tanto el euro se debilita, los precios de los bienes y servicios importados subieron, y los exportadores europeos pudieron aumentar los precios sin perder participación de mercado. Si bien los precios de los bienes y servicios que no se comercializan internacionalmente no se vieron afectados de inmediato, es sólo una cuestión de tiempo para que también aumenten.

Mientras tanto, los precios de la energía, en particular, se están disparando. La revaluación del dólar por sí sola hizo subir los precios del petróleo expresados en euros un 25%, además del incremento en el precio en dólares como resultado de la escasez de oferta. Aún los precios del gas natural se vieron afectados por la revaluación, lo que representa un cambio notable con respecto al pasado, cuando los precios del gas europeos se fijaban, en general, independientemente de los mercados globales. La diferencia hoy es que, a partir de que Putin cerró el grifo para Europa, el gas natural licuado comercializado en los mercados globales se ha vuelto la fuente de suministro marginal, poniéndole un tope al alza de los precios en términos de euros en un nivel que es más alto cuanto más se deprecia el euro.

El BCE ha intentado exculparse diciendo que el aumento de los precios de la energía representa una tercera parte de la inflación europea. Pero tiene que reconocer que carga con una responsabilidad importante inclusive por este componente, debido a su incidencia en la depreciación del euro. En lo que concierne a la inflación de la eurozona –incluidos los precios de la energía-, el BCE comparte la culpa con Putin y la OPEP.

Hans-Werner Sinn, Professor Emeritus of Economics at the University of Munich, is a former president of the Ifo Institute for Economic Research and serves on the German economy ministry’s Advisory Council. He is the author, most recently, of The Euro Trap: On Bursting Bubbles, Budgets, and Beliefs (Oxford University Press, 2014).

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