El beso en la boca

El pasado 14 de febrero registré en el Ayuntamiento de Durango una carta que, a modo de extracto, reproduzco a continuación. «...Y un último tema, para mí el más importante. Se refiere a esa especie de felicitación navideña que nos ha mandado estos dos últimos años en los que habla de no sé qué 'conflicto' y dice ponerse a nuestra disposición para cualquier tema. Le diré que me habría gustado creerle y quizás hasta lo habría hecho hace 26, 23 ó 20 años, pero ya no. Si fuese cierto lo que dice (no hace falta ser alcalde para hacerlo) hace tiempo que habría acudido a consolar a mi madre o interesarse por nosotros, por nuestra situación, habría escrito, llamado o visitado en alguna ocasión. Le recuerdo que fue usted concejal durante varios años y ni a usted ni a nadie de su partido le hemos visto jamás en 27 años en nuestra casa, ni a ningún representante institucional, ningún lehendakari, ningún ararteko, ningún concejal... e incluyo a ese personaje que arteramente dice estar cercano a las víctimas, que últimamente se dedica a pasear por el resto de España y que, viviendo en Durango, ni siquiera es capaz de saludar a las de su pueblo (me refiero a Íñigo Urkullu). Que nadie espere otra cosa de mí.

Nosotros no tenemos ningún conflicto más que el que ustedes han creado. Yo tengo muy presente el 'algo habrá hecho', 'no era de los nuestros', el nombramiento de un criminal dirigiendo la comisión de Derechos Humanos, las declaraciones de su portavoz, todavía hace bien poco, diciendo que había que desactivarnos y que las víctimas éramos personas 'non gratas' y un sinfín de 'lindezas' con que nos han demostrado su cercanía todos estos años...

Finalmente me llegan rumores de que el Ayuntamiento va a realizar un monumento a las víctimas de este municipio y como seguramente seremos los últimos en enterarnos le adelantaré que no necesitamos ni consentimos ningún monumento que haga referencia a nuestro padre que no sea sentido, y a los hechos me remito. Quien necesita esos monumentos es el nacionalismo, para lavar su conciencia ante la historia, donde no debe ser muy agradable permanecer por los siglos de los siglos salpicado de sangre. A estas alturas ya no aceptamos ningún homenaje hipócrita, falso, cobarde y en cualquier caso interesado».

Hasta aquí mi carta al alcalde, que fue contestada sin responder a ninguna de mis acusaciones. Resumiendo, venía a decir que «no son rumores, sino una realidad» y que no pretenden lavar sus conciencias, sino «corregir conductas equivocadas».

Y lo hicieron, claro que lo hicieron. El mes que viene hay elecciones. Pusieron su monolito ensangrentado, para que lo pintarrajeen, lo vuelen o como urinario para sus gudaris. En un acto inadvertido, en una plaza llena de obras, un jueves a las 11 de la mañana, que, como todo el mundo sabe, nadie trabaja, consiguieron reunir a 10 personas, la mitad políticos, con la brillante tesis de que a algunas víctimas no habían podido localizarlas, y de paso engañaron a Covite, a quienes habían prometido una serie de condiciones, ninguna de las cuales cumplieron. Ése era todo el tributo que el Ayuntamiento considera que merecían los nueve asesinados de Durango. De esta manera nos ofenden un poco más y es más fácil tildarnos de rencorosos, resentidos y vengativos. Siempre esparciendo infundios por sus mentideros, fieles a su estilo: 'Difama, que algo queda'. Habrá mastuerzos que les crean y cobardes que callen. Mi tiempo ya no existe para ellos. Sólo lo siento por las víctimas, por fortuna pocas, que siguen esa estrategia (y las que van a venir) y a ellas les pediría que reconsideren si la dignidad de las víctimas y la memoria de los asesinados no exige mayor solemnidad. Si nos hiciesen algo más de caso a quienes ya estamos escaldados se ahorrarían mucho tiempo y muchos disgustos.

El gran problema es que cada segundo nace un ingenuo y, quienes lo consiguen, tardan 15, 20 ó 50 años en volverse cuerdos, tiempo más que suficiente para que los de siempre, los sin escrúpulos, sigan dirigiendo los rebaños y/o se llenen los bolsillos. Desengáñense de una vez. Nosotros les importamos un bledo, a unos y a otros, salvo en la medida que puedan sacar algún provecho. Así de claro. El que no lo vea ahora, lo verá después.

Y antes de que los miopes saquen sus conclusiones partidistas, añadiré que si buscase el aplauso de la otra mitad del pueblo acabaría aquí estas líneas, pero quiero que esas tribus políticas terminen de entender que los asesinados no tienen precio. Al menos, mi padre es sagrado y su recuerdo intocable, especialmente para quienes nunca hicieron nada por él, ni por sus hijos y dejaron morir de pena a mi madre. Y aquí incluyo ahora al resto de concejales, especialmente a los conocidos y a los que me llaman amigo, que sí tuvieron toda mi solidaridad cuando a ellos les tocó y que han sido incapaces de notificarme absolutamente nada de lo que estaban tramando en el Ayuntamiento, ni siquiera a día de hoy. A partir de ahora, ni amistad, ni olvido, ni votos.

Hace algunos años, un importante general, ante dolidas críticas dirigidas al Ejército por su comportamiento con las víctimas, me dijo que lo que pretendíamos era el 'beso en la boca'. Aquella frase me dolió profundamente durante mucho tiempo. Yo entonces llevaba a cuestas más de 20 años en la AVT, desde su fundación y muy unido a sus tres presidentas, y soy de los que sólo conocí portazos, negativas, desconfianzas, seguimientos y un largo etcétera, en el que debo incluir el rechazo de la ministra de Asuntos Sociales, Matilde Fernández, a subvencionar a las víctimas con 40 millones (para toda la asociación), porque consideró que no éramos un asunto de interés; mientras ayudaba a las Madres de Mayo, no tenía dinero para las madres de España. Yo era de los que iba a todas las asambleas anuales, cuando no iban periodistas, políticos ni príncipes. Me torearon ministros y obispos. Nunca pedí nada para mí y nunca recibí un céntimo de nadie. Ni siquiera la medalla del Congreso a mi padre (otros lo hicieron), porque había que solicitarla. Las medallas se conceden o no, pero no se piden. Era un perdedor, perdí salud, tiempo y dinero, pero con la cabeza bien alta, siempre consciente de que todos ellos, que nunca hicieron nada por las víctimas, terminarían presidiendo fundaciones, asociaciones y demás 'ones', aunque sea con Alzheimer. De que se intentaría volver a contar la historia al revés, pero consciente también de que por muchos 'repintes' que hagan, siempre habrá algún restaurador que saque a la luz el original. Y aquella frase me estaba diciendo algo así como que éramos un coro de plañideras.

Decepcionado de todos, el tiempo me ha terminado por dar la razón y yo, de alguna manera, se la he dado al general, hoy amigo. Sé quién ha estado a mi lado y los niveles de complicidad y de cobardía de la sociedad. A mí ya sólo me interesa el beso en la boca, el más honesto, el más verdadero, el más sentido. No me interesa el beso en la mejilla, el beso de Judas, el beso del traidor.

José María Urquizo Aranga