El bien nombrado

Por Pedro Martínez Montávez, arabista y profesor emérito de la Universidad Autónoma de Madrid (EL PAÍS, 31/08/06):

He vuelto a buscar de nuevo entre las abundantes fotografías que conservo de Naguib Mahfuz. Buscaba una en concreto, que hace unos años recorté de un periódico árabe. Aparentemente, era de una fecha cualquiera, pero de hecho no. Naguib Mahfuz, el unánimemente reconocido como padre de la novela árabe moderna, el único escritor en esa lengua galardonado hasta ahora con el Premio Nobel de Literatura -aunque la literatura árabe viene mereciendo desde hace tiempo bastante más que esa singular distinción-. Cumplía 91 años. Era un 11 de diciembre. Advertí entonces algo que para muchos no pasa de ser un dato, un detalle anecdótico, pero que para otros es más: un signo, un emblema. Es sagitario.

Aquella foto suya me sorprendió desde el primer momento que la vi. Me asustó también un poco, y sobre todo me reafirmó en algunas de mis ideas y convicciones sobre este hombre excepcional. Excepcional en lo que es y todo lo que representa. Es una fotografía prodigiosa, porque Mahfuz, decrépito ya, huesudo y perfilado, con incipiente barba semidescuidada (yo creo que era la primera vez que lo veía con barba), parece estar a punto de ser vencido por el tiempo, pero también parece dominarlo.

Es una impresión engañosa. En realidad, todo el tiempo está en él, en las manos mimbrosas que siguen aferrándose al objeto, en los ojos cansados y semiciegos que siguen viendo, sin embargo, todo. Esa lengua tan hermosa y tan sabia en la que tú escribes, que te ha valido para que recrearas su prosa en tu escritura, tiene dos verbos para expresar el hecho de ver, el ver físico y el ver mental. ¡Con cuánta maestría empleas los dos y los sitúas, tú, absolutamente lúcido en los dos caminos de visión! Todo el tiempo está en tu boca firmemente apretada, en la espaciosa frente limpia.

Se ha dicho siempre que Mahfuz representa ejemplarmente a Egipto. En esa imagen se consigue de manera asombrosa y excepcional. Todo parece eterno, intemporal. Como en realidad no es, pero que sí lo parece, y lo creemos firmemente en Egipto. Es la magia prodigiosa del símbolo. Y poco nos importa al final que sea engaño, o sea verdad. El Mahfuz de esa foto es el Mahfuz más auténtico y entero.

Casi todo el mundo está de acuerdo en que Naguib Mahfuz tiene un valor y un significado ejemplares, incomparables. Yo no quiero sugerir explicaciones más o menos imaginarias, evasivas, indemostrables. Prefiero en este punto entrar en la pulpa y en la materia de la lengua. Quizá podamos explicárnoslo, al menos parcialmente, a partir de su propio nombre, a partir de cómo se llama y cómo le identificamos y conocemos. Hagamos caso también en esto a los poetas, porque los grandes poetas nos recuerdan que los nombres, que las palabras, "significan". Y tu nombre, Naguib Mahfuz, constituye un ejemplo y una demostración cabales de esa creencia. Por partido doble además: los dos, y no uno solamente.

Porque no se puede ser naguib -modalidad fonética egipcia, propiamente cairí, del árabe común nayib- sin ser de noble condición, magnánimo, desprendido; sin ser también fecundo, porque no por casualidad la raíz de la que ese nombre deriva significa también procrear. ¡Cuántos hijos literarios has tenido, padre eminente y generoso! Mahfuz es lo que se guarda, lo que se conserva, lo que se atesora en la memoria, porque es digno de que así se haga y así lo merece. Una especie de patrimonio, de legado, de herencia. Y para todos, sin distinción. Justamente lo que Mahfuz es.

Por ello, tú, el bien nombrado, tenías que ser la voz, el intérprete, de algo bien nombrado también, cabalmente nombrado, intencionadamente nombrado como es. Ese algo es El Cairo. Resulta una lástima y una irreparable devaluación que a esta prodigiosa ciudad se dé en lengua española el nombre en masculino. ¡Cuantísimo pierde con ello! Tu hermosa y sabia lengua se lo da en femenino, que es lo que le corresponde por alcurnia y por naturaleza: Al-Qáhira, que significa literalmente La Triunfadora.

Si Naguib Mahfuz es el bien nombrado, desde el mismo tuétano nominal, El Cairo no le va en absoluto a la zaga. Estaban destinados a entenderse, a fundirse, a dar a la Humanidad y al mundo entero un mensaje común, un mensaje que conjuntamente crean y que conjuntamente mantienen, porque creen en él. Quizá por ello, El Cairo es menos sin Naguib Mahfuz y Naguib Mahfuz es menos sin El Cairo. Los dos son definitivamente ellos, una unidad, una totalidad plena. Por ello este hombre ha sabido ver, comprender, interpretar, penetrar, sentir y amar a la ciudad por entero, en cada uno de sus detalles, rasgos, secretos, enigmas, insinuaciones, gestos.

No se puede conocer plenamente al uno sin conocer al otro. Si su unión es perfecta y hermosa es porque es entrañable, al tiempo carnal y espiritual. Constituye el caso infrecuente de dos seres surgidos para encontrarse y para fundirse, en cópula neta e intacta, totalmente sincera y mutuamente entregada. Por eso han estado unidos y seguirán estándolo. Todos los vencejos que cruzan y pueblan los cielos de El Cairo, desde Fustat hasta Zamalek, desde Roda hasta la Ciudadela, desde Sayyeda Zenab hasta Ben el-Qasrén, cantarán siempre el nombre de Naguib Mahfuz, y Naguib Mahfuz irá con ellos en su vuelo eterno y final. Volando hasta un lugar más profundo y extenso que el firmamento. Hasta la entraña de la tierra de tu país, de Egipto. Todos los pájaros aprenderán el camino que tú les enseñarás.