El bien y el mal

Lo oímos continuamente en los doblajes. Un héroe escindido entre el deber y la conveniencia exclama patéticamente: “Tengo que hacer lo correcto”. Otro se remuerde entre rejas: “No hice lo correcto”. Una madre advierte a su hija extraviada: “Harás lo correcto”.

Estamos también acostumbrados a leerlo en traducciones:

“La joven sintió una oleada de compasión por él, un hombre que se empeñaba por hacer lo correcto sin ayuda del poderoso priorato” (Ken Follett, Un mundo sin fin, Plaza & Janés, Barcelona, 2008, trad. de Rosalía Vázquez, Google Libros).

“… personas que pagaban sus facturas, ahorraban para su jubilación y hacían lo correcto” (Arianna Huffington, Traición al sueño americano, Taurus, Madrid, 2012, trad. de Hernando Valencia Villa, Google Libros).

Y, como ya sabemos, las fórmulas de traducción hallan “espontáneamente” una forma de reproducirse fuera de las traducciones:

“… un mundo […] en el que lo correcto no es hacer lo correcto sino lo que se quiere: hacer lo que se quiere será entonces lo correcto” (Carlos Fuentes, Cristóbal Nonato (1987), FCE, Madrid, 1988, p. 321).

“… se consuela pensando en que hará lo correcto y lo que dicta su corazón” (Jaime Bayly, La mujer de mi hermano, Planeta, Barcelona, 2002, p. 357).

“… las autoridades hicieron lo correcto al actuar con celo ante una posible amenaza” (“Un caso que debe dejar lecciones”, La Tercera, l4/12/10).

“Rato sobre Bankia: ‘Hice lo correcto’” (titular, Informativostelecinco.com, 26/VII/12).

“Pirelli: ‘Tenemos que hacer lo correcto para el deporte’” (titular, El Confidencial, 24/V/13).

Es, en fin, el famoso ‘do the right thing’ inglés, esa gran máxima que  ha triunfado en nuestro idioma

Es, en fin, el famoso do the right thing inglés, esa gran máxima que curiosamente ha triunfado en nuestro idioma, como si a éste le faltara inventiva o verbosidad en cuestiones de moral, o como si se creyera, en tales asuntos, necesitado de renovación formal. Ese hombre que “se empeñaba por hacer lo correcto sin ayuda del priorato” bien habría podido empeñarse por “hacer el bien”. Esas cumplidoras y ahorrativas personas que hacían lo correcto habrían podido también “portarse como es debido” o “como Dios manda” (si es que la mención a Dios no les producía urticaria). Sobre el ejemplo de Fuentes casi que corremos un tupido velo, pero el personaje de Bayly habría podido perfectamente “hacer lo que tenía que hacer”, al igual que el señor Rato. Las autoridades habrían podido “acertar” o “hacer (u obrar) bien” o “cumplir con su deber” al actuar con celo y al señor Pirelli podría recomendársele que hiciera “lo que es mejor (o más conveniente)” para el deporte.

La popularidad de lo correcto es, sin embargo, solo parte de un más extenso panorama. El panorama completo lo constituye la misma adaptación de right (o de su antónimo wrong) a una serie de adjetivos repetidos y difundidos por todas partes y que crean la falsa sensación de que no hay otras posibilidades. Right ha manifestado, por ejemplo, cierta predilección por convertirse, además de en correcto, en adecuado, y ha dejado una estela tan solemne como desmesurada de adecuados en el español de hoy, sean o no producto directo de una traducción. Creemos, sin embargo, que esta proliferación podría frenarse sin demasiado esfuerzo. Veamos:

“La empresa velará por la consecución de un ambiente adecuado en el trabajo” (Convenio colectivo de comercio de flores y plantas, BOE, 26 octubre 2005, artículo 39.3): un buen ambiente.

“[El paracetamol] puede no ser el tipo de medicina adecuada para las alteraciones inflamatorias” (Arnie Baker, Medicina del ciclismo, Paidotribo, Barcelona, 2002, trad. de Mª Dolores Lozano Vives, p. 187): indicada.

“Con la información adecuada, y programado convenientemente, [el ordenador] puede resolver muchas tareas rápidamente” (Enrique Ortega Martínez, La dirección publicitaria, ESIC, Madrid, 1991, p. 198): con la debida información.

“La edad adecuada para adquirir un gatito” (Amelia Murante, El gato siamés, De Vecchi, Barcelona, 2001, p. 58): la mejor edad.

“Es un alimento muy adecuado para deportistas” (“Los piñones, muy adecuados en la dieta del deportista…”, La Razón, suplemento A tu salud, 11-17/III/04): idóneo, sin el “muy”.

Los traductores conscientes del exceso de clichés son también quienes ensayan y encuentran las soluciones más convenientes. Catalina Martínez Muñoz nos descubre una forma limpia y natural de traducir taking us the right way: “guiándonos por el buen camino” (Francis Spufford, Abundancia roja, Turner, Madrid, 2011, p. 135). Pilar Vázquez ha dado para una frase tan peligrosa como Finally someone had done something right una solución inspirada como “Por fin alguien había hecho algo a derechas” (Joana Kavenna, Venid hasta el borde, les dijo, Alba, Barcelona, 2014, en prensa). Concha Cardeñoso, en su traducción de Ángeles rebeldes de Robertson Davies (Asteroide, Barcelona, 2008), propone para I don’t want it to get into the wrong hands, and have the wrong sort of promotion: “No quiero acabar en malas manos ni que me hagan una mala promoción” (p. 230) (¡qué riesgo había aquí de que se colaran un par de equivocados!); cuando un clérigo manifiesta que es su deber enfrentarse a la fragilidad humana y llamarla by its right name, se deja de correctos, adecuados, verdaderos o auténticos (que bien habrían podido aparecer) y dice sencillamente “por su nombre” (p. 340); y cuando dos tipos are right in the pattern del erudito moderno, dice que “se ajustan al modelo” (p. 352). También creemos que acierta al no traducir literalmente el wrong Eugenia Vázquez Nacarino en there was something wrong with this interpretation y dejarlo en “algo no encajaba del todo” (Alice Munro, Mi vida querida, Lumen, Barcelona, 2013, p. 100).

Pensándolo un poco −bueno, vale, a veces mucho, que las cosas no siempre salen a la primera−, se puede dar con soluciones convincentes: el amplio campo que cubren right y wrong en español realmente las reclama tanto como, por otra parte, las permite.

Aunque a veces debemos admitir que hay cosas que se nos resisten… Pensamos especialmente en la famosa expresión in the right (wrong) place at the right (wrong) time. No sabemos si en español −o en otras lenguas, porque no ha sido el único en caer bajo su seducción− hemos tenido alguna vez necesidad de expresar así la oportunidad de una situación, pero lo cierto es que, desde que conocimos la frase, o desde que nos dieron la idea, nos hemos apresurado a incorporarla, en toda clase de modalidades y derivaciones. A veces repetimos el adjetivo en las dos cláusulas de la fórmula, para que quede todo claro:

“… me da miedo no estar en el lugar adecuado en el momento adecuado...” (Jorge Volpi, En busca de Klingsor, Seix Barral, Barcelona, 1999, p. 74).

“Hay una forma de dejarse llevar para poder encontrarse en el momento justo en el lugar justo” (Mario Levrero, El discurso vacío, Caballo de Troya, Barcelona, 2007, p. 36).

“… una muy estudiada planificación de escena, […] con personajes principales y extras en el sitio apropiado en el momento apropiado, para facilitar el encuadre óptimo” (Pedro, “Historias y leyendas de los Tres Reinos”, Filmaffinity, 18/III/10).

“Y la suerte elige quién está en el lugar preciso en el momento preciso” (Jack O’Connell, El palacio del porno, Akal, Madrid, 2010, trad. de María Raquel Vázquez Ramil, p. 95).

A veces elegimos dos adjetivos “distintos” para “no repetir”, en aras del buen estilo, y así parece que así hemos hecho una finura:

“…estuvo en el lugar adecuado en el momento idóneo, y conoció a la gente que había que conocer” (Jorge Carrión, Viaje contra espacio: Juan Goytisolo y W. G. Sebald, Iberoamericana, Madrid, 2009, p. 16.)

“… su acierto para estar en el lugar conveniente en el momento justo” (“Un tablero sin rey”, Diario de Sevilla, 7/III/10).

“Aquello fue un ejemplo de la influencia desproporcionada que ejerce alguien cuando se encuentra en el lugar preciso en el momento adecuado” (Felipe Fernández Armesto, 1492: el nacimiento de la modernidad, Debate, Barcelona, 2010, trad. de Ricardo García Pérez, Google Libros).

“La suerte hizo que este fotoperiodista gerundense se encontrara en el momento exacto en el lugar oportuno” (“Salvamento marítimo”, web Cómo la hice, 19/III/12).

Y a veces, en fin, ya no necesitamos el “lugar” o el “sitio”, tan solo el “momento”, para extender creativamente la fórmula:

“… se expresa la inquietud de que ésta [la economía española] puede producir, de no adoptarse las medidas adecuadas en el momento oportuno, tensiones muy vivas en determinados sectores” (Eduard Punset, España: sociedad cerrada, sociedad abierta, Grijalbo, Barcelona, 1982, p. 146).

“La estrella de los Heat de Miami sigue siendo el mejor porque elige la jugada correcta en el momento correcto” (“LeBron, lo fácil y lo difícil”, El País, 30/XII/12).

“Adolfo Suárez fue ni más ni menos que eso: el hombre apropiado, en el momento oportuno” (“Valor político”, ABC, 24/III/14).

Hemos consultado a varios traductores para que nos dieran su opinión, y nos contaran qué hacen ante semejantes retos. A algunos no les suena tan mal, creen que una traducción que reproduzca la fórmula inglesa más o menos literalmente (repitiendo o no los adjetivos) es algo que se impone. Carmen Montes nos da fe de la existencia en sueco de una frase equivalente y dice que su gracia está en la repetición: la ha traducido en alguna ocasión por “donde tocaba y cuando tocaba” (así lo ha hecho también alguna vez Patricia Antón) y en otras por “donde debía/convenía/interesaba cuando debía/convenía/interesaba”, según las necesidades −reconocidas por todos los traductores− del contexto y del mismo texto (registro, época, etc.). Marc Jiménez Buzzi prefiere “estaba justo donde había que estar en ese momento”; también dice que, en algunos casos, se podría jugar con la expresión “tener el don de la oportunidad”. Elena Abós cree, en la misma línea, que a veces en inglés la frase equivale meramente a “tuvo suerte”. A Amaya García Gallego le parece bien “donde y cuando había que estar” y a Elena Bernardo, “en buen sitio y en buen momento”. L&L piensa que, al menos desde Einstein, existe eso del continuo espacio-tiempo y que a lo mejor no hay necesidad de mencionar las dos cosas, pues una “incluye” la otra: “justo en su sitio” o “justo en su momento” podrían cubrir todo lo que necesitamos cubrir. Concha Cardeñoso cree también que a veces con un “en el mejor momento” basta, y que si, por lo que sea, hay que insistir en el lugar, puede añadirse un verbo que lo presuponga como “llegar”, “aparecer”, “venir”, etc.; en alguna ocasión “no pudo ser más oportuno” también valdría.

En fin, ideas no faltan, y seguro que, entre todos, se nos ocurren más. Cada caso plantea sus propios dilemas. Nosotros tenemos que reconocer que detestamos la frasecita y que nos gustaría que dejara de darnos la lata. Ya que traducirla cuando hay que traducirla es inevitable, ¿por qué no nos ahorramos al menos decirla en español? Bastaría con no pensarla.

Pero quizá eso no sea tan fácil, y no precisamente porque nos aferremos a ella en virtud de su pretendida gracia, elocuencia o intensidad, que, al parecer, se nos antojan superiores. No es tampoco un caso, creemos, reducible a un simple préstamo (como lo serían “blog” o “chef”) ni a un simple calco (como cuando decimos “serio” por “grave”, “básicamente” por “esencialmente”, o “mi nombre es tal” por “me llamo tal”). Parece tratarse más bien de un fenómeno de abducción mental: lo mismo que “demasiado bueno/bonito para ser cierto/verdad” (too good to be true), que bien podríamos despachar con un “es increíble” o un “no me lo puedo creer” (“era demasiado bonito para ser verdad. El presidente me encargaba que me preparara para ser el primer ministro de Deportes de este país”, Julio Feo, Aquellos años, B, Barcelona, 1993, p. 500). O como cuando decimos a alguien “gracias por su tiempo” (thank you for your time) en vez de “gracias por atenderme” o simplemente “gracias” (“bueno, doctor, mejor me lo pienso, ya lo llamaré, gracias, muchas gracias por su tiempo”, Clara Obligado, Salsa, Plaza & Janés, Barcelona, 2002, p. 43). O que algo está aquí (here), ha llegado o venido “para quedarse” (to stay) (“Internet está aquí para quedarse”, titular, ABC, 27/III/02; “El Santander cree que la recuperación económica ‘ha llegado para quedarse’”, titular, El País, 24/X/13). En casos así da la impresión de que no estamos adaptando palabras, expresiones, formas de decir, sino formas de pensar: estamos convirtiendo la oportunidad en un retórico complejo de espacio y tiempo, lo increíble en una confabulación de certeza y bondad, la atención en tiempo, lo definitivo o permanente en un “quedarse”. Son ideas (“filosofías”, dirían algunos) que nunca habíamos tenido, tal vez “realidades” nuevas que estamos creando. En nuestras manos está decidir si las necesitamos.

Luis Magrinyà, escritor.

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