¿El Bitcoin es bueno para los negocios?

¿El Bitcoin es bueno para los negocios?
Costfoto/Barcroft Media via Getty Images

En un comentario reciente para Financial Times, la economista Dambisa Moyo se pronuncia a favor de que los líderes empresariales inviertan en Bitcoin. Sus tres argumentos principales son que el Bitcoin es una manera de mitigar el riesgo de las empresas, que las criptomonedas pueden ofrecer soluciones posibles para hacer negocios en las economías emergentes y que las monedas digitales auguran un nuevo futuro emocionante de “plataformas de monedas”.

¿Moyo tiene razón? Analicemos sus argumentos de a uno por vez.

Primero, no resulta claro por qué comprar Bitcoin puede mitigar el riesgo de las empresas. El único riesgo que Moyo identifica es el de desaprovechar lo que podría ser una de las mayores burbujas especulativas de todos los tiempos. Es verdad, una empresa que se perdió una apreciación continua del Bitcoin podría enfrentar consecuencias nefastas –incluida la adquisición por parte de un rival que invirtió en Bitcoin-. Obviamente, invertir en Bitcoin es una manera segura de evitar perderse las ganancias de capital sobre el Bitcoin. Pero eso no hace que sea una inversión inteligente, especialmente cuando se consideran lo potenciales retornos frente al riesgo elevado de pérdidas materiales de capital.

Igual de descabellada es la idea de que las criptomonedas pueden ofrecer soluciones a problemas que se encuentran muchas veces en las economías emergentes. Es verdad que, a diferencia del dinero fiduciario convencional –que incluye las monedas digitales de los bancos centrales (CBDC)-, las criptomonedas privadas descentralizadas como el Bitcoin no corren el riesgo de ser “sobre-emitidas” por gobiernos derrochadores. También es cierto que el riesgo de una sobre-emisión es mayor en algunos mercados emergentes que en la mayoría de las economías avanzadas.

Pero la sobre-emisión de moneda es sólo una amenaza posible para la estabilidad financiera de los mercados emergentes, y eliminarla no hace que, de repente, el Bitcoin se convierta en una reserva de valor confiable. Todo lo contrario: la volatilidad del precio del Bitcoin desde su concepción en 2009 ha sido asombrosa. El 29 de marzo de 2021, su precio alcanzó 57.856 dólares –un poco por debajo de su pico histórico de 61.284 dólares el 13 de marzo-, con una capitalización de mercado cercana a 1 billón de dólares. Según una nota del JPMorgan del 17 de febrero, su volatilidad realizada de tres meses en ese momento era del 87%, comparado con apenas el 16% en el caso del oro. De la misma manera, un estudio reciente determina que la volatilidad de precios del Bitcoin es casi diez veces más alta que la de las principales monedas fiduciarias (como el dólar estadounidense frente al euro y al yen).

Moyo también sugiere que el Bitcoin podría facilitar las remesas a países de bajos y medianos ingresos. Pero esto ignora el hecho de que las transacciones en Bitcoin son notoriamente ineficientes. Como su tamaño de bloque tiene un tope de un megabyte y el proceso de descubrimiento de bloques toma aproximadamente diez minutos por bloque, sólo se pueden realizar siete transacciones por segundo. Por el contrario, Visa ejecuta un promedio de 1.700 transacciones por segundo, y tranquilamente podría manejar más de 65.000 mensajes de transacciones por segundo. Por diseño, el Bitcoin es simplemente demasiado ineficiente como para alguna vez convertirse en un medio efectivo de pago.

De la misma manera, el hecho de que la oferta de Bitcoin esté fijada en 21 millones de unidades es más una desventaja que un argumento de venta. Una moneda apropiada debería poder sobrellevar una expansión masiva de la oferta cuando las circunstancias así lo demandan, como en el caso de una crisis financiera o un shock de la demanda agregada. No puede haber un prestador de último recurso o un creador de mercado de último recurso capaz de operaciones de rescate sistémicas con Bitcoin y otras criptomonedas descentralizadas.

Finalmente, ¿el Bitcoin realmente es la vanguardia de una nueva infraestructura de monedas digitales que los inversores inteligentes no pueden darse el lujo de ignorar? No, porque las CBDC en desarrollo en China y otras partes no tienen nada en común con el Bitcoin y otras criptomonedas privadas descentralizadas. No se requiere ninguna cadena de bloque u otra tecnología de registro distribuido (DLT), ni hace falta una prueba de trabajo para establecer la validez de una transacción.

Más bien, las CBDC funcionan como versiones digitales claras de las cuentas bancarias convencionales. En principio, podrían implementarse como cuentas individuales con el banco central para cada consumidor y empresa en su jurisdicción. Alternativamente, esas cuentas podrían estar garantizadas por el banco central, pero mantenidas con un amplio rango de instituciones financieras privadas.

Las CBDC no representan nada nuevo. No son un desarrollo revolucionario como las criptomonedas descentralizadas basadas en DLT. Pero esa revolución ya ha fracasado, porque el Bitcoin y otras criptomonedas similares son extremadamente poco atractivas como reservas de valor. Ningún inversor sensato debería acercárseles (a menos que tenga muchísimo dinero y una aversión al riesgo extremadamente baja).

Es más, la demanda de energía extremadamente alta del Bitcoin es otra de sus desventajas. Las transacciones con Bitcoin se verifican a través de operaciones de “minado” de prueba de trabajo que exigen esfuerzos informáticos con un consumo de energía exorbitante. El Índice de Consumo de Electricidad del Bitcoin de Cambridge estima un consumo anualizado de 139,15 teravatios-hora –más que el de Argentina.

En resumidas cuentas, el Bitcoin y otras criptomonedas de prueba de trabajo son un desastre ambiental. Peor aún, las criptomonedas se pueden replicar sin límite, ampliando así el daño ambiental. Al 29 de marzo de 2021, CoinMarketCap listó 4.490 criptomonedas, empezando por el Bitcoin (con una capitalización de mercado de 1,08 billones de dólares), seguido por Ethereum (con una capitalización de mercado de 204.000 millones de dólares).

La conclusión es clara: el Bitcoin es una inversión excesivamente riesgosa y ambientalmente indeseable. No es una solución sensata para ningún problema de los mercados emergentes y de ninguna manera puede servir como una reserva de valor o un instrumento de cambio confiable. Cuanto antes ésta y otras criptomonedas basadas en DLT sean relegadas a un pie de página en la historia económica, mejor.

Willem H. Buiter is Visiting Professor of International and Public Affairs at Columbia University.

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