El bluf electoral de Renzi

Fundado el 14 de octubre del 2007, el Partido Democrático (PD) es en Italia la organización política de orientación reformista que acoge a los exiliados políticos de la primera república italiana, que sufrió un colapso a comienzos de los años noventa a causa de los procesos judiciales sobre las “malas prácticas” políticas y la corrupción: los excomunistas y los exdemocristianos; es decir, los que habían sido los adversarios históricos durante por lo menos medio siglo de vida de la República Italiana.

En aquel primer momento fundacional, las previsiones de carácter cuantitativo permitían prever que el grupo más numeroso, representado por la estructura burocrática de la izquierda, iba a englobar al partner católico. Y, en cambio, sucedió exactamente lo contrario: fuertes en el uso de las altas técnicas del poder –aprendidas en la escuela de la santa madre iglesia romana– fueron aquellos jóvenes que frisaban los cuarenta años, formados en las parroquias, los que conquistaron el liderazgo de la nueva formación política. Primero fue Enrico Letta y, ahora, el alcalde de Florencia, Matteo Renzi.

Son unos profesionales de la política hábiles y desde luego dotados de bastante cinismo, pero siempre con una sonrisa cautivadora, de acuerdo con lo que impone la mejor (?) tradición de su cultura; así nos lo ha recordado la manera como el actual presidente del Gobierno ha “segado la hierba bajo los pies” de su predecesor, mientras que le juraba eterna solidaridad. Esto confirma que, tras el aspecto juvenil y la edad adecuada de estos nuevos políticos, es todo el mundo antiguo el que retorna, después del paréntesis de la segunda república, dominada por la personalidad de gran vendedor de Silvio Berlusconi (el célebre periodista Indro Montanelli lo definía como “el mejor tahúr de Italia”), quien, por otra parte, condiciona ampliamente también el postberlusconismo. Comenzando por el convencimiento de que todo se reduce a utilizar bien las técnicas de comunicación y a lanzar promesas, propias de Renzi.

En realidad, eran dos las estrategias típicas de la larga época democristiana: envolver cualquier problema en una inacabable cadena de aplazamientos, y simular el frenesí del movimiento para dar la impresión de que se utilizaba mucha energía en la búsqueda de las soluciones apropiadas. La primera modalidad de este revival la puso en práctica el curial Letta; la otra, el histriónico Renzi. Llevamos ya decenios enteros en los que en Italia se habla de reformas, pero hasta ahora nadie ha logrado entender de qué se trata en concreto. Es pura retórica para tener distraído a un país en declive desde el comienzo de los años ochenta; o sea, desde el momento en que la política se redujo exclusivamente a ocupar el poder y comenzó a apagarse la fuerza impulsiva del sistema económico que había sido la locomotora de la modernización de Italia.

Es algo parecido a las vueltas y más vueltas que da la ardilla dentro de su jaula. Renzi se presenta como uno que corre mucho. En efecto, si no va deprisa, su mensaje político puede acabar muy pronto. Pero estamos sólo ante unas estrategias de poder, no de las tan pregonadas revoluciones.

Letta ha sido echado fuera porque existía el riesgo de que su figura se fortaleciera haciendo suyos los méritos de una hipotética reactivación coyuntural de la situación económica italiana. Pero el Gobierno que lo ha sustituido apoyado en una mayoría que es una fotocopia del gobierno anterior (la alianza con el sector secesionista de Forza Italia, el partido personal de Berlusconi, y los centristas) anuncia un programa prácticamente idéntico al anterior.

En todo caso, como algo novedoso, hay sólo el cinismo de quien se propone reformar el esquema constitucional del país, especialmente la ley electoral, estableciendo una relación anormal con Berlusconi, visto en todo momento como el amo y patrón de lo que en Italia se califica como “la derecha”, personaje marginado de la vida pública en virtud de una condena por gravísimos delitos fiscales (y mientras, a sus ochenta años. tiene sobre su cabeza la espada de Damocles de otros procesos ignominiosos, como favorecer la prostitución juvenil y la compraventa de parlamentarios).

Se trata de una recuperación de claro sabor oportunista, que crea una situación absolutamente inédita (y altamente contradictoria) de un liderazgo de “geometría variable”; sostenida por dos mayorías diferentes: una para la gestión cotidiana del Gobierno y otra para reformar el Estado. Es significativo que el proyecto RenziBerlusconi de ley electoral (Italicum) ha sido calificado por el decano de los politólogos italianos, Giovanni Sartori, como una “chapuza”, pero que es capaz de garantizar a la partitocracia mantener su dominio sobre la sociedad italiana. También esta es una tradición antigua entre nosotros. Pero todavía más antigua es la práctica propia de los emperadores romanos, la del panem et circenses (pan y espectáculos), con la cual Renzi ha comenzado sus declaraciones públicas: la promesa antes de final de mayo de un aumento equivalente a mil euros para todos los réditos del trabajo más bajos. Una maniobra de cara a diez millones de italianos, con un costo previsto de por lo menos diez mil millones de euros. Sin que nadie sepa de dónde va a sacar este dinero un Estado que se encuentra en unos “profundos números rojos”. Tanto es así, que un alto dirigente público se ha preguntado: ¿O Renzi está loco o dispone de garantías secretas o es sólo un jugador de póquer?

Dado que nuestro joven primer ministro no es un loco y que los encuentros en Bruselas del jueves 20 de marzo con Barroso y compañía han confirmado que la Unión Europea no hace descuentos ni regalos en el asunto de las finanzas alegres, la única interpretación posible es que se trata de un bluf: prometer un puñado de dinero para asegurarse los votos en las próximas elecciones europeas. Esas elecciones serán el primer test electoral del nuevo programa político de Renzi.

En el fondo, se da una vez más una antiquísima costumbre italiana: la de la compraventa de votos. Es ya clásico el caso sucedido en los años cincuenta del siglo XX, protagonizado por el alcalde de Nápoles, el espabilado armador Achille Lauro, que intercambiaba votos por zapatos. Pero atención, daba un zapato antes del voto y, el otro, sólo después del sufragio. Así se verificaba que en la urna electoral no había nadie que se quisiera pasar de listo haciendo trampa. Mientras la ciudad se degradaba, su eslogan era: “Aquí no se engaña a nadie”.

¿Podría servir también para el joven Matteo Renzi?

Pierfranco Pellizzetti, ensayista, articulista del ‘Fatto Quotidiano’, profesor de Política Global en Génova. Traducción: José María Puig de la Bellacasa.

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