Debo empezar pidiendo la venia a María San Gil, Maite Pagaza, Rosa Díez, Ana Iribar, Marimar Blanco, Sandra Carrasco y al resto de vascas indomables que, al plantar cara a ETA y a los suyos en los peores momentos, han demostrado que el valor no es una cuestión de género. Pero cuando escuché el otro día las reacciones lastimeras de Patxi López sobre la «evidente vuelta al pasado» que suponían los actos de coacción protagonizados por Bildu en las tomas de posesión de los alcaldes y sobre todo cuando le oí quejarse de que el PNV se esté prestando a configurar «un frente nacionalista» con los radicales, no pude evitar dirigirle mentalmente el reproche machista más famoso de la leyenda histórica: «Llora como mujer, lo que no supiste defender como hombre».
Y es que sólo la agria descalificación que su madre Aixa la Horra dirigió a Abú Abd Allah, último rey de Granada, más conocido en el bando cristiano como Boabdil, compendia al mismo tiempo el desdén que merece quien no ha sido capaz de batallar por su causa a tiempo y la constatación de la esterilidad de sus lamentos cuando la catástrofe ya se ha consumado y sus consecuencias resultan irreversibles.
Siento tener que levantar acta de esta decepción pero en medio del abigarrado retablo de perdedores del 22-M, cuyo denominador común es ya, por cierto, seguir aferrándose a sus cargos orgánicos como si nada hubiera sucedido, la figura de Patxi López supera en patetismo incluso a la del Invictus de Parla y a la de la criaturita valenciana de Pepiño Blanco. Si siguiera otorgándose la distinción al Tonto Contemporáneo o se instituyera el Abundio de Oro, para señalar a quien con más ahínco haya actuado contra sus propios intereses generando mayor estropicio por el camino, el lehendakari sería este año su ganador indiscutible.
Los constitucionalistas vascos -y por ende todos los españoles- han tenido mala suerte al encontrarse con un personaje de muy escasa envergadura cuando se les abrió la ventana de oportunidad de colocar a uno de los suyos -a uno de los nuestros- en Ajuria Enea. ¡Qué distinto habría sido el curso de los acontecimientos si el paladín para esta ocasión hubiera sido Redondo Terreros o la propia Rosa Díez, Mayor Oreja o el propio Basagoiti!
Lo malo no es que la forma en que Patxi López se hizo con el liderazgo del PSE, aupado por Ares y todos sus abencerrajes del aparato, recordara bastante aquellas guerras civiles del reino de Granada plagadas de traiciones y oportunismo, sino que a la hora de la verdad ha resultado ser un líder tan débil y torpe como aquel malhadado Boabdil que enseguida se convirtió en rehén de sus enemigos.
Si había una persona en toda España que debía haber liderado ardorosamente la oposición a la legalización de Bildu, ese era el lehendakari del cambio, el hombre que prometió a los demócratas vascos que «se acabó la arrogancia de quienes utilizan el argumento del amparo velado de la capucha» y a continuación añadió que «este país se construirá sobre la memoria de las víctimas y no sobre la de sus verdugos».
Patxi López pronunció estas palabras, en una de sus mejores horas, con motivo del asesinato del inspector Eduardo Puelles, calcinado vivo hoy hace dos años dentro del toro de Falaris en que ETA convirtió su automóvil en el parking de Arrigorriaga mediante una bomba lapa cargada con un voraz combustible llamado aminotol. Resulta más que elocuente que la familia, liderada por el hermano ertzaina de la víctima, no haya invitado al lehendakari al homenaje que le tributará en este segundo aniversario.
Y es que, claro, ha bastado que transcurrieran estos 24 meses para que la trágica realidad sea exactamente la opuesta a la descrita con tintes de compromiso por López. «La pregunta clave es cómo se contará aquí el final de ETA», me comentaba el otro día Josean Izarra, director de EL MUNDO del País Vasco. «Con los resultados del 22-M ETA y Batasuna ya tienen el elemento central de su relato. Dirán que todas las muertes tuvieron sentido porque permitieron que sus reivindicaciones fueran escuchadas y quedaran reflejadas en el reparto institucional vasco».
O sea que la memoria oficial sobre la que se construirá el futuro será la de los verdugos, a costa de la de las víctimas que seguirán viendo desgarrada y pisoteada su dignidad a diario. Y eso en el mejor de los casos, porque aún cabe una pesadilla mayor, alentada por los movimientos que se detectan en Francia -véase el material que transportaba el detenido anteayer-: la de que no exista tal final de ETA y la ocupación institucional se simultanée con la reanudación de los atentados.
Sí, ya sé que quienes tomaron la decisión de legalizar a Bildu, revirtiendo el criterio del Tribunal Supremo, fueron Pascual Sala y los otros cinco magistrados del Constitucional cuyos nombres recuerda cabalmente Luis del Val todas las mañanas en la COPE. Pero ese fue el desenlace de un intenso debate jurídico y político en el que Patxi López, doblemente legitimado como lehendakari y como líder de los socialistas vascos, desempeñó exactamente el papel opuesto al que le correspondía. Todavía hay que frotarse los oídos para creerlo.
Su falta de personalidad, su inconsistencia política, su levedad estratégica le convirtieron en presa fácil por un lado de las fantasías de un desequilibrado con brotes agudos de síndrome de Estocolmo como Eguiguren y por el otro del doble juego de Rubalcaba que, creyéndose más listo que nadie, una vez más ha terminado siendo el auténtico ingeniero de este suicidio institucional que lastrará a nuestra democracia mucho más que la actual crisis económica. El resultado de esa doble atracción fatal no fue otro sino la sucesión de guiños del PSE y el Gobierno vasco a favor de la legalización de Bildu, con argumentos idénticos a los del PNV, que desconcertaron a sus electores hasta el extremo de mantenerles en casa o hacerles cambiar su voto el 22-M.
Nunca un presidente autonómico tuvo tantos motivos para plantar cara a un ensayo de laboratorio urdido desde la distancia de los despachos madrileños en perjuicio de los intereses de su comunidad y, muy especialmente, de los de su propio electorado. Si Bono le montó a Borrell la que le montó a propósito de Cabañeros o las Hoces del Cabriel, o Ibarra, Chaves, Maragall y hasta el pobre Montilla plantaron cara al Gobierno central en defensa de sus respectivas regiones, qué no podía haber hecho López con una causa mucho más nítida y justa entre las manos.
La legalización de Bildu nunca se hubiera llevado a cabo contra el Gobierno vasco. Habría bastado su veto para impedirlo, pero no sólo no lo ejerció, sino que se puso a la cabeza de la manifestación pro-abertzale, confundiendo dentro del PSOE las posiciones del PSE con las de un PSC que siempre apoya lo que pueda convenirle menos a la estabilidad constitucional de España. Ahora debe empezar a darse cuenta de que, una vez más, al químico prodigioso -el tacticismo hecho carne, según recordaba el propio González- le ha estallado la retorta entre las manos; y de que la legalización de Bildu se ha hecho, en la práctica, a costa de la destrucción del Gobierno vasco.
Porque no nos engañemos, la debacle socialista en las municipales significa de cara a las próximas autonómicas lo mismo que la pérdida de la plaza avanzada de Alhama supuso para la suerte del reino de Granada: el anuncio de lo inexorable. Si Zapatero es ya un pato tan cojo como para que el Rey le preste sus muletas con discoteca incorporada, Patxi López tendría que comparecer desde el 22-M a cualquier acto público en el tipo de silla de ruedas reservada a quienes han sufrido un siniestro total. Su ejecutivo sobrevive aún más de prestado y con menos resortes de poder que el Gobierno central, pues en el Parlamento de Vitoria sólo le mantiene la caridad cívica de Basagoiti y por primera vez en varias décadas el PSE no controlará ninguna de las tres diputaciones y ninguno de los tres ayuntamientos de las capitales y encima, ha perdido buena parte de sus feudos tradicionales.
Sólo los troyanos lo hicieron igual de mal al abrir sus puertas al caballo que determinó su perdición. Faltaba un ejemplo contemporáneo de lo que Barbara Tuchman describió en su libro The March of Fools como «la persecución de políticas contrarias al propio interés» y Patxi López -tradúzcase fool indistintamente como loco o tonto- nos lo ha proporcionado. Da igual que agote o no la legislatura: ya nadie le toma en serio y sus posibilidades de seguir en Ajuria Enea dentro de año y medio son entre cero y ninguna. Es muy probable que el PSE emerja de esas nuevas autonómicas como cuarta fuerza vasca y su triste destino será intentar volver a servir de peana bien al PNV, bien al propio Sortu que, con Otegi a la cabeza, ocupará el lugar de Bildu y competirá por la hegemonía nacionalista. Entre tanto ETA ejercerá su satisfecha tutela a través de comisarios políticos, como ese que le han colocado al nuevo alcalde de San Sebastián.
En junio de 2005 la madre del asesinado Joseba Pagaza escribió a Patxi López en términos proféticos: «Ya no me caben dudas de que cerrarás más veces los ojos y dirás y harás muchas más cosas que me helarán la sangre, llamando a las cosas por los nombres que no son». Se refería a su público encuentro con Batasuna y anticipaba la ignominia de la negociación política con ETA. Seis años después, aquella estrategia ha sido sustituida por Rubalcaba por otra mucho más sutil, consistente en ir comprando la interrupción de la actividad terrorista con recompensas políticas y estímulos penitenciarios. Cada parte parece actuar unilateralmente pero, como en el fondo se trata del mismo do ut des, es ahora cuando adquiere más importancia esa falsificación del lenguaje. Hemos pasado de llamar «proceso de paz» a esa negociación política, a referirnos al «fin de la violencia» para describir el triunfo paulatino de los violentos.
Al repasar la merma del poder municipal socialista el propio Zapatero se ha dado cuenta de que han hecho un pan como unas tortas y anda mandando mensajes crípticos con timbres de reproche. Sobre todo después de la huida hacia delante del lehendakari, prestándose a servir de punta de lanza a la conjura palaciega de Rubalcaba y Blanco que acabó con las primarias. Que en ese contexto alguien llegara a considerarle una opción de futuro como líder del PSOE indica lo bajo que se ha colocado el listón en ese barco a la deriva. Porque si a Boabdil no le llamaban el Chico sólo porque fuera bajito, ahora ha quedado demostrado que quienes hablaban premonitoriamente de Patxi Nadie tampoco se referían sólo a que fuera poco conocido. ¡Ay de mi Alhama!
Pedro J. Ramírez, director de El Mundo.