El bombero y el pirómano

Cartel que defiende la expulsión de inmigrantes, durante la campaña de un reciente referéndum en Suiza. ARND WIEGMAN (REUTERS)
Cartel que defiende la expulsión de inmigrantes, durante la campaña de un reciente referéndum en Suiza. ARND WIEGMAN (REUTERS)

Son adversarios pero a la vez forman un equipo compenetrado: aquellos que lanzan las consultas populares y aquellos que diluyen de tal forma la aplicación de estas iniciativas que los votantes apenas llegan a sentir jamás las consecuencias de sus propios actos.

Los resultados de este trabajo de equipo parecen evidentes: cuando los bomberos siempre acuden de inmediato a sofocar el incendio que se ha provocado, el umbral de inhibición para lanzar un cóctel incendiario aún más peligroso se rebaja. La letra con sangre entra, se afirma. ¿Pero qué pasa cuando en una democracia no se deja pasar ninguna ocasión de riesgo de causar daños?

Ese es el dilema fundamental en el que tropieza hoy cualquier político consciente de su responsabilidad. Si la política pone en marcha con deliberada lentitud decisiones como el en el referéndum suizo para limitar la libertad de circulación de personas —con el objetivo de amortiguar efectos secundarios no deseados, como poner en peligro las relaciones del país con la UE— se arriesga entonces a ataques aún más intensos y, a largo plazo, incluso al gran estallido.

La política se ejerce hoy no solo en Suiza, sino en todo el mundo occidental, remitiendo a la fuerza de las cosas y a la carencia de alternativas. Los críticos están convencidos de que es precisamente ese entendimiento tecnocrático de la política lo que ha preparado el terreno a los populistas y ha causado la actual crisis de la democracia.

Sin embargo, la experiencia de muchos años de Suiza muestra que el juego entre la élite y la base no transcurre conforme a un simple modelo de escalada. No hay un solo caso en el que diluir una iniciativa popular en su traducción a la práctica haya dado alas a posiciones aún más extremistas. Con su no en la consulta promovida por el Partido Popular Suizo (SVP) a comienzos de este año para implementar las medidas de deportación acordadas en otro referéndum previo, la población se ha situado explícitamente frente a las espirales de escalada.

Prolongados procesos y las divisiones de poder erosionan en Suiza cualquier proyecto planteado con gran ambición, incluso cuando procede del propio sistema político. Esto se aplica actualmente al Proyecto de Reforma del Sistema de Pensiones 2020 o la Estrategia Energética 2050.

Pero a pesar de que esa dilución forma aquí parte del sistema, en Suiza la confianza en la democracia sigue en un nivel altísimo, según un estudio sobre valores de alcance mundial. Según ese mismo estudio, precisamente en Estados Unidos ha caído de forma dramática.

Esto es digno de atención, porque en el país de las oportunidades ilimitadas las decisiones democráticas tienen graves consecuencias. En las elecciones no solo se enfrentan personalidades contrapuestas, sino que estas además representan programas políticos claramente diferenciables. Sin embargo, es evidente que disponer de alternativas claras no es ninguna garantía frente al populismo. En unos EE UU polarizados y no en la Europa de las grandes coaliciones y los estrechos márgenes de actuación es donde ha llegado ahora un pirómano populista al centro del poder.

Está claro que el juego aquí bosquejado entre el bombero y el pirómano tiene sus limitaciones. Si quienes combaten el incendio se niegan a prestar sus servicios, puede que eso atemorice a quienes juegan con fuego pero a fin de cuentas socava la confianza en los bomberos. Incluso aunque en las siguientes elecciones se cambie la persona que los dirige, la falta de confianza perdura. No es tanto la implementación de una supuesta voluntad popular como la calidad y la eficacia de las instituciones lo que finalmente echa en falta la población en la política. La proximidad al ciudadano y la democracia directa contribuyen a aumentar esa calidad, pero no sustituyen a la conciencia del deber del bombero.

La letra con sangre entra. Esto vale para los individuos como tales. En nuestra sociedad, tan asegurada frente a todos los riesgos, individualmente sin duda sería beneficioso que se jugara algo más con el fuego y se tuviera algo menos de benevolencia con los fracasos . Sin embargo, la buena política reconoce el daño antes de que se produzca. Un tratado traicionado con arrogancia, una modificación del sistema mal planteada o una guerra que escapa a todo control pueden poner en marcha procesos de aprendizaje. Pero quienes sangran no son los pirómanos, sino la comunidad.

Michael Hermann es columnista del Tages-Anzeiger. Traducción de Jesús Albores. © Lena (Leading European Newspaper Alliance)

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