El boom de la India es un mito peligroso

El boom de la India es un mito peligroso
NOAH SEELAM/AFP via Getty Images

Las élites indias están embelesadas con las perspectivas económicas del país, un optimismo que se refleja en el extranjero. El Fondo Monetario Internacional prevé que el PBI de la India crecerá el 6,1 % este año y el 6,8 % el que viene, lo que la convierte en una de las economías de más rápido crecimiento del mundo. Otros comentaristas internacionales ofrecieron pronósticos aún más efusivos y anuncian la llegada de la década india y hasta del siglo indio.

De hecho, la India va como un bólido por una senda peligrosa, toda esta animación se basa en un juego de números engañoso. El país tuvo más vaivenes que otras economías en los años calendario entre 2020 y 2022: cayó bruscamente con el surgimiento de la COVID-19 y se recuperó luego hasta los niveles prepandemia. Su tasa de crecimiento anualizada durante esos tres años fue de un flojo 3,5 %, casi igual a la del año anterior a la crisis de la COVID.

Todos los pronósticos que indican tasas de interés futuras mayores extrapolan el último rebote posterior a la pandemia. Sin embargo, aun cuando las restricciones de la pandemia quedaron mayormente en el pasado, la economía desaceleró en el segundo semestre de 2022 y esa debilidad se mantuvo este año. La descripción de la India como una economía floreciente es un deseo vestido de mala economía.

Peor aún, estas exageraciones ocultan un problema que fue creciendo durante los 75 años posteriores a la independencia: la anémica creación de empleo. En la próxima década la India necesitará 200 millones de empleos adicionales netos para emplear a quienes están en edad de trabajar y desean hacerlo. Pero es un desafío virtualmente insuperable si tenemos en cuenta que en la última década la economía no creó puestos de trabajo nuevos en términos netos (cuando entre 7 y 9 millones de personas se sumaron al mercado laboral cada año).

Esta presión demográfica suele salirse de control y genera protestas y episodios de violencia. En 2019 se postularon 12,5 millones de personas para 35 000 puestos de trabajo en los ferrocarriles indios, con la promesa de un puesto cada 357 postulantes. En enero de 2022, las autoridades del ferrocarril anunciaron que no estaban en condiciones de ofrecer esos puestos. Los postulantes arrasaron con todo, quemaron vagones y destrozaron estaciones de tren.

Debido a que los empleos urbanos son escasos, durante la pandemia decenas de millones de trabajadores volvieron a la agricultura para ganarse la vida a duras penas, y muchos siguen haciéndolo. El sector agrícola indio ya está en dificultades y emplea ahora al 45 % de la fuerza de trabajo del país. Las familias de agricultores sufren un elevado y obstinado subempleo, muchos de sus miembros comparten trabajos limitados en parcelas cada vez más pequeñas debido a la subdivisión generacional. La epidemia de suicidios de agricultores continúa y el gobierno demora desaprensivamente el pago de salarios a quienes procuran con ansias obtener apoyo a través de los programas de garantía del empleo rural, algo que desata protestas reiteradas.

La economía está rota para demasiada gente. El problema reside en el sector manufacturero del país, que es pequeño y poco competitivo. Desde las reformas liberales de mediados de la década de 1980, la participación del sector manufacturero en el PBI cayó ligeramente, a cerca del 14 % (frente al 27 % en China y al 25 % en Vietnam, donde sigue aumentando). La India representa menos del 2 % de las exportaciones manufactureras del mundo, y con la desaceleración de su economía en el segundo semestre de 2022 el sector manufacturero se contrajo aún más.

Sin embargo, es gracias a la exportación de productos manufacturados intensivos en mano de obra que Taiwán, Corea del Sur, China y ahora Vietnam lograron emplear a grandes cantidades de personas. Las India, con 1400 millones de habitantes, exporta aproximadamente productos manufacturados por el mismo valor que Vietnam con 100 millones... y Vietnam está listo para mantener la delantera.

Quienes creen que la India está en la cúspide de su grandeza suelen centrarse en dos eventos recientes. El primero es que los contratistas de Apple hicieron las inversiones iniciales para ensamblar iPhones de alta gama en la India (lo que lleva a especular que se alejarán de los fabricantes chinos, algo que favorecería a la India a pesar de los considerables problemas del país en términos de controles de calidad y logística). Aunque ese resultado, por supuesto, es posible, los análisis académicos y los informes de los medios de difusión son desalentadores. El economista Gordon H. Hanson prevé que los fabricantes chinos mudarán la producción manufacturera intensiva en mano de obra de los caros nodos costeros del país al interior, que está menos desarrollado y donde los costos son menores.

Además, los inversores que abandonaron a China se mudaron principalmente a Vietnam y a otros países del sudeste asiático que, junto con China, son miembros de la Asociación Económica Integral Regional. La India se abstuvo de participar en este bloque comercial preferente debido a que sus fabricantes temen que no les será posible competir si los otros estados miembros logran acceder al mercado indio.

Y la mayoría de los productores estadounidenses que abandonan a China están pasando a una «deslocalización cercana» de sus operaciones en México y Centroamérica. En general, aunque algunas inversiones derivadas de esta agitación podrían fluir hacia la India, la inversión extranjera cayó en 2022 en términos interanuales.

La segunda fuente de esperanza son los Esquemas de Incentivos Vinculados a la Producción del gobierno indio, creados a principios de 2021 para ofrecer recompensas a la producción y el empleo en sectores a los que se atribuye valor estratégico. Desafortunadamente, como advirtió junto con otros autores el gobernador del Banco de la Reserva de la India, Raghuram G. Rajan, es probable que estos esquemas, como ocurrió con las concesiones anteriores a las empresas manufactureras, solo terminen engordando las ganancias corporativas.

La heroica aventura de las empresas indias emergentes que logaron convertirse en unicornios también se está desvaneciendo. La reciente bonanza del sector dependía del financiamiento barato y de la ola de compras en línea de una pequeña cantidad de clientes durante la pandemia, pero las perspectivas de rentabilidad en el futuro previsible para la mayoría de las empresas emergentes son sombrías. Las compras de esa reducida cantidad de clientes disminuyeron y el financiamiento está desapareciendo, incluso para empresas como el gigante educativo Byju.

Cuando miramos más allá de la ilusión que generó el rebote de la India desde las profundidades de la COVID, el pronóstico económico para el país es funesto. Frente al aumento de la demanda de empleo, la economía seguirá con eternas dificultades para crear puestos de trabajo decentes y respetables. En vez de dar rienda suelta a la ilusión y los incentivos industriales efectistas, los responsables de las políticas debieran fomentar el desarrollo económico con inversiones en capital humano y la incorporación de más mujeres a la fuerza de trabajo.

Eso hicieron todos los países con economías exitosas desde la revolución industrial. El Estado roto de la India desconoció en reiteradas ocasiones los desafíos a largo plazo que debe enfrentar. Ahora, en vez de superar los déficits fundamentales para el desarrollo, los funcionarios buscan soluciones milagrosas. Lo único que se logrará alimentando la fanfarria de un inminente siglo indio es perpetuar las falencias, algo que no ayudará ni a la India ni al resto del mundo.

Ashoka Mody, Visiting Professor of International Economic Policy at Princeton University, previously worked for the World Bank and the International Monetary Fund. He is the author of India is Broken: A People Betrayed, Independence to Today (Stanford University Press, 2023). Traducción al español por Ant-Translation.

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