El bosque de Birnam, camino del Palau

Hace poco más de un cuarto de siglo el historiador Bernat Muniesa publicó su obra en dos tomos La burguesía catalana ante la II República Española. Mucho más sonoros que el título eran los subtítulos: Il Trovatore frente a Wotan y El triunfo de Wagner sobre Verdi.

Muniesa no engañaba a nadie sobre el futuro que anhelaba para Cataluña en relación a España, pues abogaba por «la separación hasta las últimas consecuencias para enlazar luego en una cooperación sin imposiciones entre los pueblos y los individuos». Ni tampoco ocultaba que esa misma receta debía aplicarse por doquier hasta «la destrucción de los grandes estados artificiales que ahogan a pueblos como el sij, tamil, kurdo, irlandés, vasco, catalán, gallego, bretón, corso, galés o flamenco». O sea que no sólo proponía acabar con España, sino también con la India, Sri Lanka, Turquía, el Reino Unido, Francia y Bélgica para ir abriendo boca.

Era desde esta perspectiva desde la que esbozaba, en clave operística, la radiografía de la «traición» de la wagneriana burguesía catalana, atrincherada en el Liceo, al espíritu romántico del nacionalismo verdiano. La culpa fue de «Wotan, celoso dios de los privilegios» porque entraron en juego los intereses de clase y «finalmente el dios wagneriano aplastó al romántico trovador».

Ignoro cuáles son las actuales posiciones de tan original belcantista de la Historia pero, cualquiera que analizara lo ocurrido esta semana aplicando sus mismas partituras y libretos, debería llegar a la conclusión de que se han invertido las tornas. O sea, de que en Convergència i Unió, coalición heredera de aquel catalanismo político burgués, ha primado esta vez la utopía de la construcción nacional frente al pragmatismo en la defensa del modelo económico vigente. Puesto que Mas, Oriol Pujol y compañía han aceptado tragarse los recitados del programa económico de Esquerra con tal de poder tocar el cielo con los dedos dando el do de pecho en el aria del referéndum soberanista, bien podría decirse que esta vez Wotan ha mordido el polvo frente a Il Trovatore y Verdi ha triunfado sobre Wagner.

El único problema para Cataluña es que la ópera verdiana que se empezó a interpretar en el Palau de la Generalitat, desde antes incluso de que se publicaran tan singulares libros, no es ni ese Trovatore ni La forza del destino ni Nabucco ni Ernani, a través de las que el gran músico del risorgimiento alentó con sus notas luminosas el alba de los nacionalismos decimonónicos, sino su mucho más lúgubre y espesa Macbeth. No hubiera hecho falta que se estuviera programando estos días en el Real para recordar su argumento, escrupulosamente fiel a Shakespeare: empieza en el primer acto con las brujas profetizando el destino en el caldero y concluye en el cuarto con los árboles del bosque de Birnam avanzando en perfecta formación contra la pareja que en el segundo y el tercero ha cometido los peores desmanes.

Por eso, de todos los testimonios contra los líderes de CiU que en los últimos tiempos ha ido acumulando la Unidad de Delincuencia Económica y Financiera (Udef), el más útil a efectos de este paralelismo es el del tal MacMahan Bolich, quien, según la información difundida por la agencia Colpisa, habría revelado a la Policía todos los detalles de la relación entre Jordi Pujol y una ciudadana andorrana conocida como «la bruja Avelina». Según el declarante, él mismo se encargó de llevarle a la susodicha, cuya labor consistía en «predecir el futuro por el método de frotarle un huevo por la espalda y el cuello y luego romperlo». No es difícil imaginar a la bruja Avelina repitiendo al mismo tiempo los conjuros que sus congéneres hacen escuchar a Macbeth: «El mal es bien y el bien es mal, cortemos los aires y la niebla… Aumente el trabajo, hierva la labor, crezca la caldera».

Según MacMahan, si el huevo cocinado y cascado así sobre la espalda de Pujol «aparecía negro» era que todo estaba en orden porque la yema había absorbido su «energía negativa». Pero el padre de la nación catalana llegó a estar tan obsesionado con su bruja de las montañas que «cada vez la hacía venir más de seguido (sic) y cada vez le pagaba más por adivinar su futuro».

¿Qué es lo que hace depender febrilmente a Macbeth de los pronósticos de las viejas del bosque? Al principio, lo que el crítico G. K. Hunter ha definido como «el inquietante horror-placer del mal presentido». Después, la mezcla de deleite y pesadilla que lleva al delincuente a merodear en torno a la comisaría de Policía para averiguar si ya ha sido descubierto. Entre una y otra visita a las brujas, queda el certero diagnóstico de Lady Macbeth: «Quisieras conseguir por medios lícitos un fin injusto y coger el fruto de la traición sin ser traidor. Te espanta lo que vas a hacer, pero después de hecho no quisieras que se deshiciese». Porque «Catalunya is not Spain».

Los Pujol no tienen las manos manchadas por el rastro de la sangre como los Macbeth sino por el del dinero. Las antiguas confidencias del constructor A.C.A. («Lo primero que me dijo fue: usted nos debe tantos millones») o del empresario F. P. R. («Sacó una libretilla y empezó a hacerme la cuenta del 3%») volvieron a mi memoria mientras leía el otro día las declaraciones prestadas por Javier de la Rosa ante la Udef: «Que en varias ocasiones había llevado a la Generalitat maletas con dinero en efectivo y cheques del Banco de España, entregándoselos en persona al señor Pujol».

El problema de esa pareja es que la huella del dinero sucio es tan indeleble como la de la sangre. Tampoco se quita con jabón por mucho que se frote. Los billetes de las comisiones ordeñadas un día, no a los contratistas de la Generalitat sino a los ciudadanos catalanes a los que se les repercutían en el coste de cada obra pública, pueden reaparecer 15, 20 o 25 años después en el maletero del coche del primogénito, rumbo a Andorra, ante la mirada atónita de una chica lista y valiente. De noche todos los billetes de 500 euros son pardos. Los Bin Laden no se crean ni se destruyen, sólo se transforman. ¿Nos habrán descubierto ya, Marta? Traedme a la Adelina.

El que la señora Ferrusola se haya dedicado al negocio de la floristería -tan rico en sinergias funerarias con el de los mármoles de su hijo Jordi- refuerza mucho esta extrapolación, pues no en vano Lady Macbeth recomienda a su marido «esconder el áspid entre las flores». Pero aún no se ha calibrado suficientemente el papel central que en este drama de ambición, delirio y abuso de poder ha tenido esa racista empedernida que no soportaba a los musulmanes que no hablaran catalán y consideraba intolerable que Montilla se llamara José. Això és una dona. Nada me sorprendería que en el transcurso de la previsible instrucción judicial, fruto de las últimas denuncias, terminara siendo ella la que también emergiera esta vez manejando los hilos del tinglado tras las bambalinas del nacionalismo separatista.

No comparto la mala opinión con que gran parte de la crítica y el público han acogido la traslación ambiental del Macbeth de Verdi a un imaginario estado de la Europa oriental o del Cáucaso. El director de escena Dimitri Tcherniakoff lo ha plasmado así en la producción que hoy podrá verse por última vez en Madrid y yo percibo en ese montaje grandes intuiciones. El localizador de Google Maps que nos conduce de un escenario a otro con ritmo trepidante bien podría estar llevándonos de las Ramblas a la Plaza de Sant Jaume. Por encima de cualquier otro, su mayor acierto es identificar a las brujas con una opinión pública coral y caníbal a la que los Macbeth retroalimentan con el mismo puño de hierro en guante de senyera que el pujolismo ha empleado para uniformar a la sociedad catalana en torno al victimismo y la confrontación con España.

El mayor riesgo de quien alimenta la espiral del odio y el conflicto es terminar siendo prisionero de su propia dinámica. Jan Kott entendió como nadie el río que arrastra a Macbeth: «Como tiene que convertirse en Rey, mata al legítimo soberano. Luego tiene que matar a los testigos del crimen y también a aquellos que sospechan de él. Tiene que matar a los hijos y a los amigos de los que mató. Después tiene que matar a todos porque todos están en su contra. Al final se mata a sí mismo. Recorre así todos los peldaños de la gran escalera de la Historia».

Basta sustituir el crimen por la corrupción para entender lo que les ha pasado a los Pujol y a sus hijos políticos y biológicos: Jordi Jr., Oriol, Artur, Felip... Comenzaron robando para llegar al poder. Remember Banca Catalana. Luego tuvieron que hacerlo para conservarlo. Primero era para el partido, pero la familia exigía su parte. ¡Ay, la Santa Espina! A medida que el poder y el latrocinio fueron siendo mayores, también lo fue el rastro que dejaban. La denuncia de Maragall en el Parlament marcó un punto de inflexión y entonces optaron por huir hacia adelante, tratando de tapar los delitos de enriquecimiento ilícito con los de referéndum ilegal, desacato y secesión.

En esas estamos. El coro de «Patria opressa» no se refiere al yugo inglés sino a la tiranía del grupo dominante. «¡Oh, desdichada Escocia! Ya no es nuestra madre, sino nuestro sepulcro. Sólo quien no tenga uso de razón puede sonreír allí», dice en la Escena Tercera del Acto Cuarto el noble Ross.

Los verdaderos ocupantes del Palau de la Generalitat siguen siendo Jordi Pujol y Marta Ferrusola. Artur Mas y Helena Rakosnik no son sino meros suplentes en los días B del programa que cumplen como pueden su cometido mientras siguen siendo los viejos divos quienes atraen al público. Estamos en el momento en que Lady Macbeth se dirige desafiante a su marido: «¿Y qué importa que se sepa, si nadie puede juzgarnos?». Se refiere a La Vanguardia pero también al fiscal Rodríguez Sol, al juez subvencionado del caso Palau y a los financieros y empresarios genuflexos.

Pero Macbeth acaba de ver moverse el bosque de Birnam, tal y como profetizaron Adelina y las demás brujas. Pronto se dará cuenta de que nuestro Estado es lo bastante ingenuo como para tolerar e incluso fomentar el independentismo y lo bastante inútil como para tolerar e incluso fomentar la corrupción, pero no ha llegado a ser lo suficientemente estúpido como para contemplar impávido que los mismos que roban traten de destruirlo. Rajoy es tan rehén del cumplimiento de la ley como los Pujol de su vulneración y ya es consciente de que ni los más hondos resortes de su personalidad le salvarán de la obligación de aplicarla.

La primera reacción del Honorable ha sido gritar «¡A la batalla! ¡A la batalla!» y por eso Artur Mas se ha abrazado a Oriol Junqueras, que parece bravo y corpulento. El «sólo tiene vida en mí lo que aún no existe» volverá a ser su grito de guerra. Pero nada parará ya al bosque de Birnam. Los viejos troncos del Estado tardan en moverse pero una vez en marcha no habrá quien los detenga y de las masas difusas emergerán amenazas diáfanas como si se tratara de un borrador que alguien va pasando a limpio. Una mañana la yema del huevo no se pondrá negra y el elegido por la bruja sentirá deslizarse por su espalda un helado y viscoso escalofrío. Se dará cuenta entonces de que incluso para los padres de las patrias «la vida es una historia contada por un idiota, llena de estruendo y furia, que nada significa». Y Escocia quedará delante del espejo, contemplando atónita la verdadera condición de su siglo undécimo.

Pedro J. Ramírez, director de El Mundo.

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