El Brexit contra el campo

El retiro del Reino Unido de la Unión Europea sin duda conlleva muchos riesgos. Pero, si los políticos y los líderes empresariales británicos tienen razón, también crea una oportunidad importante: la posibilidad de construir un sector agrícola más seguro, más ecológico, más eficiente y más innovador. Si el Reino Unido logra aprovechar esta oportunidad, la UE, Estados Unidos y otras economías con sectores agrícolas altamente protegidos podrían seguir sus pasos.

Tal como están las cosas, grandes porciones de la agricultura del Reino Unido están atascadas en la Política Agrícola Común de la UE (PAC), acusada de impulsar al sector hacia prácticas de mayor volumen, más industriales y más perjudiciales para el medio ambiente, sin respaldar la diversidad agrícola y destinando los pagos a los terratenientes más adinerados de Gran Bretaña. Una investigación de 2005 determinó que los 3.000 millones de libras (3.900 millones de dólares) en subsidios que el Reino Unido recibe de la PAC fueron destinados, en gran medida, a importantes empresas dedicadas a la industria agropecuaria y a la producción de alimentos, como Nestlé, Cadbury y Kraft.

Una vez liberados de la defectuosa PAC, sostienen quienes defienden el Brexit, el Reino Unido podrá construir un sector agrícola más competitivo que beneficie a los agricultores y a los trabajadores agrícolas, reduciendo inclusive la dependencia de subsidios distorsivos. Y podrían estar en lo cierto. En Nueva Zelanda, la abolición de subsidios en 1984 ayudó a catalizar la innovación y la diversificación en el sector agrícola, que hoy es el motor del crecimiento económico de Nueva Zelanda.

Sin embargo, debería observarse que el sector agrícola de Nueva Zelanda llevaba décadas sobreviviendo sin subsidios. Por cierto, los que fueron abolidos en 1984 habían sido creados en los años 1970 como una solución de corto plazo para los nuevos desafíos que enfrentaba el sector. En el Reino unido, en cambio, los subsidios están profundamente arraigados y fluyen a los seguidores poderosos y adinerados del actual gobierno. Esto tal vez explique por qué la estrategia del Brexit del gobierno propone mantener los subsidios, que serán pagados directamente por la billetera pública británica.

Sin duda, la abolición de los subsidios fue apenas un elemento de la transformación agrícola de Nueva Zelanda. Igualmente importante fue el esfuerzo realizado por los líderes del país para garantizar el acceso a mercados en crecimiento en Oriente Medio, Japón y luego en China, que hoy es el principal mercado exportador de Nueva Zelanda, y que representa el 21% de las exportaciones.

En el caso del Reino Unido, nuevamente la situación es diferente. Nueva Zelanda es un enorme exportador agrícola neto, que produce, por ejemplo, 98% más corderos y carne de cordero de lo que consume su población. Para Nueva Zelanda, en consecuencia, encontrar nuevos mercados exportadores fue una cuestión de vida o muerte. Gran Bretaña, en cambio, es un importador neto de productos agrícolas y compra el 46% de sus alimentos a otros países, inclusive el 27% a la UE.

Los acuerdos de libre comercio son tan importantes para el esfuerzo del Reino Unido por garantizar la competitividad de su sector agrícola como lo fueron en Nueva Zelanda. Pero el principal objetivo no debe ser asegurar que las exportaciones agrícolas británicas sean competitivas. Más bien, Gran Bretaña debe garantizar que las importaciones extranjeras no perjudiquen sus propios objetivos agrícolas. En resumen, el desafío existencial que enfrentan los agricultores está dentro de las propias fronteras de Gran Bretaña.

Por supuesto, los agricultores británicos enfrentarán momentos difíciles como resultado de la pérdida del mercado de la UE, que representa más de la mitad de lo que exportan. Impedir el ingreso de inmigrantes de la UE al Reino Unido también afectará a los agricultores, ya que muchos de ellos dependen de la mano de obra estacional. Pero el objetivo más urgente debe ser que Gran Bretaña decida qué tipos de granjas y alimentos quiere desarrollar, y luego proteger sus intereses en sus acuerdos con los principales exportadores del mundo, con los cuales intenta sellar tratados de libre comercio. Esto incluye a Estados Unidos, que ya está buscando aprobación para que sus agricultores vendan pollos lavados con cloro en el Reino Unido.

Sin embargo, la probabilidad de que los negociadores comerciales británicos garanticen términos favorables para los agricultores del país es baja. Casi todos los países del mundo -especialmente Estados Unidos- tienen industrias agrícolas muy bien organizadas e influyentes que están altamente capacitadas para forzar a sus gobiernos a garantizarles ventajas en los nuevos acuerdos comerciales.

Es más, a diferencia de los negociadores de Nueva Zelanda, que siempre colocaron la agricultura en el tope de la agenda, los negociadores británicos no están en las condiciones adecuadas para garantizar que los acuerdos de libre comercio protejan a los agricultores del país. Después de todo, están representando una economía impulsada por los servicios, en la que la agricultura no es un motor importante de crecimiento.

En consecuencia, lejos de proteger los objetivos agrícolas nacionales, los nuevos acuerdos de libre comercio probablemente traigan aparejadas alzas en las importaciones de alimentos baratos. Una investigación encomendada por la Unión Nacional de Agricultores predice que un Reino Unido post-Brexit probablemente vea aumentar sus importaciones de carne de vaca, carne de ave, manteca y leche en polvo.

Considerando la situación actual de la agricultura británica, será muy difícil que los agricultores británicos puedan competir con este tipo de importaciones. Muchos agricultores son víctimas de una crisis de larga data en los ingresos agrícolas. La gente joven huye del campo; la edad promedio de un agricultor británico hoy es 59 años. Y la granja británica promedio tiene 41 hectáreas, comparado con las granjas de 250 hectáreas de Nueva Zelanda.

Si la agricultura ha de transformarse en un elemento más seguro, más ecológico y más justo de la economía post-Brexit de Gran Bretaña, los responsables de las políticas británicos tendrán que cambiar su estrategia radicalmente. Por empezar, deben tomar medidas para proteger el contexto rural, asegurar el bienestar de los animales y mejorar la educación, la transferencia de conocimiento y la capacitación comercial para los agricultores y los trabajadores agrícolas.

Los responsables de las políticas británicos también deben avanzar más allá de respuestas ad hoc a los desastres naturales y causados por el hombre, construyendo sistemas de protección más efectivos y confiables. Por ejemplo, podrían facilitar la provisión de seguros asequibles para los agricultores o crear algún tipo de esquema de asistencia mutua. Implementar (y financiar) este tipo de expectativas requerirá de una voluntad política sostenida.

El Reino Unido también debe garantizar que su sector agrícola pueda sacar ventaja de las nuevas tecnologías. Aquí también Nueva Zelanda ofrece un ejemplo útil, con su estrategia proactiva centrada en las inversiones en investigación y tecnología. Las universidades dedicadas a la agricultura también han ayudado en el desarrollo y despliegue de sensores que mejoran la eficiencia, monitores de rendimiento de los cultivos, imágenes satelitales y sistemas de hardware y software agrícolas inteligentes.

Michael Gove, uno de los principales defensores del Brexit y hoy secretario de Estado de Medio Ambiente, Alimentación y Asuntos Rurales, ha descripto al Brexit como "una oportunidad única en la vida para reformar la manera en que nos ocupamos de nuestra tierra, nuestros ríos y nuestros mares, y el modo en que reformulamos nuestra ambición para el medio ambiente de nuestro país y el planeta". Eso está muy bien y es algo bueno, pero todavía no se refleja en las políticas. La tarea por delante consiste en ver que así sea.

Ngaire Woods is Dean of the Blavatnik School of Government and Founder of the Global Economic Governance Program at the University of Oxford.

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