El Brexit de Boris

Ahora que Boris Johnson hizo realidad su ambición de toda la vida de convertirse en primer ministro del Reino Unido, la tragicomedia del Brexit se acerca al clímax. El resto de la Unión Europea lo vio con mal disimulado horror, pero la apoteosis de Johnson trae consigo una mala y una buena noticia.

La mala noticia es que la retirada de la UE “sin acuerdo” que Johnson defendió para obtener el liderazgo del eurófobo Partido Conservador puede provocar una paralización de la actividad económica comparable al desastre que siguió a la quiebra de Lehman Brothers en 2008. Puede que la ruptura comercial sólo afecte en un primer momento a las empresas británicas relacionadas con el comercio exterior, y que produzca alguna clase de solución negociada entre el RU y la UE dentro de algunas semanas o meses; pero la crisis financiera de 2008 nos enseñó que incluso una breve interrupción de la actividad comercial normal en una parte de la economía puede tener consecuencias duraderas.

La buena noticia es que Johnson es un político mucho más astuto y habilidoso que su predecesora, Theresa May. Y tanto se ha difundido el pesimismo sobre el futuro del RU, que cualquier forma de Brexit que no sea una ruptura sin acuerdo será una sorpresa positiva y generará un rebote económico no sólo en el RU sino en toda Europa. Es verdad que a la larga cualquier versión del Brexit perjudicará al RU; pero en todas las versiones con alguna clase de acuerdo, el daño a corto plazo se compensará con la recuperación de la confianza de empresas y consumidores, cuando de pronto los riesgos de una ruptura total sean reemplazados por la certeza de un largo período de transición en el que las relaciones económicas del RU con Europa seguirán casi inalteradas.

En este escenario, cambios a las políticas a ambos lados del Canal pueden superar incluso el daño estructural del Brexit al RU y a sus socios comerciales. El RU recibirá el estímulo cíclico prometido por Johnson en la forma de un mayor gasto público y rebajas de impuestos. El resto de Europa, especialmente Alemania y Francia, se beneficiará con las oportunidades comerciales derivadas de nuevas políticas de la UE que probablemente dejarán fuera del mercado común a competidores británicos en industrias lucrativas como las finanzas, los medios, los medicamentos, la defensa y los autos.

¿Cuál es entonces la probabilidad de un resultado ordenado y un largo período de transición, en vez de una ruptura súbita potencialmente catastrófica?

Los sitios de apuestas políticas calculan que la probabilidad de salida sin acuerdo llega al 33%, y algunos analistas financieros la sitúan hasta en 50%. No sorprende, dado que Johnson dedicó la mayor parte de su campaña por el liderazgo a normalizar la idea de abandonar la UE sin acuerdo. Pero hay al menos tres razones por las que ese resultado es muy improbable, a pesar de, o mejor dicho, debido a Johnson.

En primer lugar, hoy los números parlamentarios son más desfavorables que nunca a una salida sin acuerdo. Los partidos de oposición están más unidos ahora en contra de Johnson que antes en contra de May, y la mayoría parlamentaria efectiva de Johnson se redujo a sólo dos o tres congresistas. De modo que en principio, bastaría la defección de dos conservadores para ganar una moción de censura contra el gobierno de Johnson y llamar a elección general. Este mes 40 congresistas conservadores votaron una moción que debilita la táctica negociadora de Johnson, de modo que no faltan disidentes potenciales para ponerle fin a su gobierno, si fuera necesario para evitar una salida sin acuerdo. Y si se llamara a elecciones antes de que Johnson pueda reunir a su partido logrando alguna versión del Brexit, es probable que pierda, lo que lo convertiría en el primer ministro más efímero de la historia británica. De modo que para Johnson es mucho más peligroso incitar una rebelión entre los opositores a un Brexit sin acuerdo que contrariar a los eurófobos que sabotearon a May.

En segundo lugar, Johnson tiene un modo de evitar la ruptura, que no estuvo a disposición de May. Si pudiera persuadir a la dirigencia de la UE de hacer algunos cambios cosméticos menores al acuerdo de salida de May, conseguiría casi con certeza que el Parlamento apruebe su “nuevo” acuerdo, ya que a los euroescépticos intransigentes decididos a reemplazar a May con un brexitero “genuino” no les quedaría otra opción que votar por el acuerdo de Johnson o arriesgarse a una elección en la que podrían quedarse sin ningún Brexit. En tanto, muchos proeuropeos en ambos partidos principales que antes esperaban evitar el Brexit ahora apoyarían casi cualquier acuerdo negociado, con tal de evitar la pesadilla de una salida sin acuerdo.

De modo que el mayor riesgo procede de la UE. ¿Dará la dirigencia europea suficientes concesiones cosméticas a Johnson para convertir el acuerdo imposible de May en un éxito de Boris? La respuesta probable es que sí. La UE está casi tan desesperada como Johnson por poner fin al culebrón del Brexit; y en realidad, Johnson necesita una sola concesión pequeña: un cambio a la “salvaguarda irlandesa”, diseñada para garantizar una frontera abierta en Irlanda del Norte.

Como esta cuestión sólo afecta a Irlanda, la UE se guiaría por los intereses del gobierno irlandés. Y es difícil imaginar que Dublín prefiera la certeza de perjuicio inmediato a los intereses económicos y de seguridad de Irlanda en un Brexit sin acuerdo antes que aceptar una ligera flexibilización de la “salvaguarda irlandesa” que garantice un largo período de transición sin cambios. Como observó hace poco Pat Leahy, destacado comentarista del Irish Times: “¿No es la posibilidad de que haya controles de frontera dentro de unos años mejor que la certeza de que los habrá el 31 de octubre?”. Y para más provecho de Irlanda, durante el período de transición posterior a un Brexit ordenado, el RU estaría ansioso por negociar un tratado comercial permanente con la UE, lo que dejaría a Irlanda mejor posicionada para insistir en que se ponga como condición el mantenimiento de la frontera abierta.

Esto nos trae a una tercera razón para apostar contra una salida sin acuerdo: las declaraciones y el estilo político de Johnson. Es verdad que prometió reiteradamente abandonar la UE en octubre “con o sin acuerdo”, pero también dijo que la probabilidad de lo segundo es “una en un millón”, porque está confiado en tener una negociación exitosa con la UE.

¿Por qué aceptó el mundo como verdad revelada la promesa de Johnson de una salida “con o sin acuerdo” y descartó como una expresión de deseos irrelevante su predicción de un Brexit consensuado? Si se presta más atención a las ambiciones personales y menos a las promesas (que por lo general ha sido el mejor modo de predecir las acciones de Johnson) se llega a la conclusión opuesta.

Si Johnson insiste en un Brexit sin acuerdo, se arriesga a un desastre pase lo que pase: una debacle económica si consigue eludir la oposición parlamentaria y hace realidad la ruptura prometida, y una elección general prematura si el Parlamento la impide. Si, por otra parte, realmente intenta negociar un acuerdo para una retirada ordenada, todavía podrá entregar un Brexit simbólico dentro del plazo que se fijó para octubre, y al mismo tiempo conseguir el período de transición que el RU necesita desesperadamente.

La consiguiente recuperación de la confianza de las empresas permitiría un generoso presupuesto con rebaja de impuestos, dádivas públicas y un estímulo fiscal keynesiano, que sentaría las bases para una elección general el año entrante, en la que Johnson estaría casi seguro de ganar por amplia mayoría. Para un libertino político cuyo único principio coherente ha sido la incoherencia, un Brexit negociado y ordenado sería sin duda la opción preferida, más allá de las promesas temerarias que hizo a los eurófobos que lo llevaron al poder.

Anatole Kaletsky is Chief Economist and Co-Chairman of Gavekal Dragonomics. A former columnist at the Times of London, the International New York Times and the Financial Times, he is the author of Capitalism 4.0: The Birth of a New Economy in the Aftermath of Crisis, which anticipated many of the post-crisis transformations of the global economy. His 1985 book, Costs of Default, became an influential primer for Latin American and Asian governments negotiating debt defaults and restructurings with banks and the IMF. Traducción: Esteban Flamini.

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