El Brexit y el futuro de Europa

Nadie sabe todavía cuándo el Reino Unido presentará su calendario para negociar la salida de la Unión Europea, pero ya es evidente que el Brexit cambiará el mapa de Europa. Y, especialmente si se toma en cuenta la asombrosa falta de preparación británica para las consecuencias de su propia decisión (su estrategia, prioridades y hasta sus plazos siguen en la incertidumbre), eso significa que la UE debe comenzar a ver la mejor manera de adaptarse a la situación. Aquí se explica cómo.

Comencemos por las únicas certezas: las negociaciones del Brexit serán largas, complejas y agrias, y el divorcio tendrá efectos geopolíticos de largo alcance. El impacto inmediato es el freno al impulso de integración que ya llevaba 60 años. Europa se verá afectada también en el corto y mediano plazo, ya que probablemente en los próximos cinco años sea necesario invertir un nivel importante de energía política en el Brexit, un período en que la UE precisa de esa fuerza para afrontar sus peligros internos y externos. En el largo plazo, es probable que el Brexit acelere la salida de Europa del protagonismo de la toma de decisiones a nivel global.

El Reino Unido no podrá eludir esas consecuencias. Si bien puede abandonar la UE, no puede reubicarse físicamente fuera de Europa.

Por esta razón, aunque los socios europeos del Reino Unido no escogieron el Brexit, tienen el deber de gestionar airosamente sus consecuencias, para lo que es necesario equilibrar dos prioridades. Su objetivo táctico debe ser llegar a un acuerdo con el Reino Unido que mantenga la integridad de la UE, mientras que su objetivo estratégico ha de ser preservar la prosperidad e influencia de Europa.

Con estas ideas en mente, junto con varios colegas europeos, cada uno actuando a título individual, escribimos hace poco un artículo que propone un concepto para Europa de ahora a 10-20 años: una relación de colaboración continental que sentaría nuevas bases para la continuidad de la cooperación con el Reino Unido en materia económica, asuntos exteriores y seguridad.

La idea económica básica es un esquema básico para una relación mucho menos profunda que ser miembro de la UE y más cercana a un acuerdo de libre comercio. Si se adopta, el Reino Unido y la UE no sólo conservarían sus lazos económicos, sino también crearían un nuevo modelo para la relación futura entre la UE y los vecinos que no se unirán en un futuro cercano, como Noruega, Suiza, Turquía, Ucrania y probablemente los países del sur del Mediterráneo.

Toda propuesta sobre el futuro de la relación entre el Reino Unido y la UE debe comenzar por una interpretación del significado del referendo del Brexit. La nuestra parte del supuesto de que los votantes británicos rechazaron tanto la imposibilidad legal de limitar los flujos de entrada de trabajadores de la UE como el principio de una soberanía compartida.

Estas dos limitaciones políticas deben tomarse como un punto de partida. La primera implica que un acuerdo duradero entre el Reino Unido y la UE no puede incluir el libre movimiento laboral. La segunda descarta la participación en una política común, por lo que toda iniciativa de cooperación debe basarse en acuerdos entre gobiernos.

La primera limitación es un obstáculo serio, ya que la UE se basa en la libre circulación de bienes, servicios, capital y trabajadores. Los socios europeos del Reino Unido plantean claramente que estas cuatro libertades son indivisibles, y que si desea seguir teniendo acceso libre al mercado continental para el procesamiento de datos y sus servicios financieros, debe aceptar el acceso ilimitado de su mercado laboral a los trabajadores irlandeses o polacos.

Sin duda, la libertad de circulación de los trabajadores es parte integral de la UE. De hecho, en ninguna otra parte del mundo existe el derecho fundamental a establecerse en otro país y ganarse allí la vida sin tener que pedir permiso. Para millones de personas, este derecho encarna precisamente lo que representa la UE.

Pero el Reino Unido ya ha tomado su decisión, y la pregunta correcta que cabe hacerse es si es posible conservar unos vínculos económicos sólidos sin libre circulación de mano de obra. Desde un punto de vista económico, la respuesta es sí: no se necesita una movilidad laboral plena para que exista un mercado profundamente integrado de bienes, servicios y capital. Solamente se precisa de suficiente movilidad temporal para acompañar la integración de los mercados de servicios.

En otras palabras, la libertad de circulación de los trabajadores es políticamente esencial al interior de la UE, pero económicamente prescindible cuando se trata de terceros países. No es necesario incluirla en un acuerdo económico con Gran Bretaña.

La segunda limitación es de una naturaleza diferente. A diferencia de un mercado para clavos o tornillos, el mercado de servicios financieros o de la información debe basarse en leyes detalladas que aseguren la justa competencia y proteja a los consumidores. Gran parte de la tarea de la UE es prepararse para estas leyes. Así que en este respecto la pregunta es cómo los productores británicos pueden mantener el acceso al mercado de la UE (y viceversa) si ya no son una de las partes del proceso legislativo.

Uno de los principales objetivos de la asociación con el continente sería solucionar este problema. Mediante ella, Gran Bretaña participaría en un proceso multilateral de consultas sobre las propuestas de leyes de la UE y tendría derecho a plantear inquietudes y proponer enmiendas, de manera que el resultado del proceso mantenga el máximo nivel de consenso posible. Ambos lados tendrían el compromiso político de escuchar al otro. Sin embargo, la UE tendría la última palabra para la promulgación y aplicación de sus leyes.

Para tener acceso completo al mercado de la UE, el Reino Unido tendría que aceptar una serie de políticas esenciales para el buen funcionamiento de un mercado integrado: normas de competencia, protección al consumidor y derechos sociales fundamentales, por ejemplo, y quizás también normas tributarias mínimas para evitar distorsiones como las que se acaban de ver en el caso de Apple. El Reino Unido también tendría que aportar al presupuesto de la UE, desde el que se proporcionan fondos para el desarrollo (la contraparte al acceso al mercado único).

Algunos objetan que el acuerdo sería demasiado severo para que el Reino Unido lo acepte. ¿Pero le iría mejor sin acceso al mercado de su principal socio comercial?

A otros les preocupa que la UE renuncie a sus facultades de toma de decisiones si las consulta con terceros. ¿Pero cómo unos pocos con derecho a voto (el Reino Unido y otros países) podrían predominar sobre la mayoría?

Y otros más señalan que un acuerdo así implicaría demasiadas concesiones al Reino Unido y haría que otros países desearan un estatus parecido, haciendo que la UE acabara desintegrándose. ¿Pero por qué a un miembro de la UE le iría mejor siguiendo las normas y contribuyendo al presupuesto comunitario sin tener derecho a voto en la formulación de las políticas? Y, lejos de socavar la integración europea, una asociación continental ayudaría a la consolidación del núcleo de la UE.

Es cierto que todos tendrían que pagar un precio, pero sería uno mucho menor en términos de pérdida de prosperidad e influencia global que el que conllevaría no poder crear una relación de colaboración continental.

Jean Pisani-Ferry is a professor at the Hertie School of Governance in Berlin, and currently serves as Commissioner-General of France Stratégie, a policy advisory institution in Paris. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.

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