El Brexit y la sombra del Cisma

El adjetivo «unido» que sigue al sustantivo «reino» en el nombre oficial de Reino Unido no es mera aspiración o declaración de intenciones. Al contrario que España, que lleva doscientos años instalada en la división sobre los asuntos más graves de su ser, el Reino Unido no se ha planteado grandes cuestiones que le llevaran a una duda existencial. En las cuestiones más materiales o metafísicas, es de cierto, un «reino unido». En sus horas más decisivas, su unidad política y social apenas se agrietó.

El Brexit, por lo que tiene de incierto y colosalmente complejo de ejecutar, se nos antojaba una idea extravagante y harto improbable que habitaba en los arrabales del alma británica y que difícilmente podía llegar a convertirse en un proyecto nacional que sumara mayorías. Empero, el 26 de junio de 2016 los británicos, por una mayoría muy ajustada, decidieron su salida de la Unión Europea. Es posible que la última vez que una división radical recorriera el solar británico fuera cuando el Rey Enrique VIII, deseoso de un heredero y desesperado por la ausencia de alternativas canónicas a su situación, negara en 1533 la autoridad del Papa al declarar unilateralmente la nulidad de pleno derecho de su matrimonio con Catalina de Aragón.

En la Reforma anglicana, Enrique VIII sólo estaba preocupado por lograr tener un hijo varón con Catalina de Aragón y asegurar así su descendencia. Al contrario que la luterana, no fue una cuestión propiciada por debates teológicos de clérigos, al menos en su génesis, sino más bien una cuestión de supervivencia de la dinastía reinante. Al igual que la primera ministra, Theresa May, quien nunca creyó en el Brexit y defendió en la campaña del referéndum la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea, probablemente Enrique VIII se vio abocado a una reforma eclesiástica que él en principio no buscó. No en vano, Enrique VIII fue y murió sintiéndose profundamente católico, fue defensor de la ortodoxia frente a las herejías de la época e irónicamente fue de los primeros monarcas europeos en atacar a Lutero y defender al Papa. Incluso llegó a escribir su contundente defensa de los siete sacramentos en su Assertio Septem Sacramentorum de 1521 y dedicada a León X, defensa ésta que le valió el título de Fidei Defensor, otorgado por el Papa y aún hoy orgullosamente empleado por todos los monarcas británicos a pesar de su origen papal. De un modo muy similar, David Cameron no buscó jamás el Brexit, antes al contrario, lo evitó lo más que pudo y al igual que muchos de sus ministros de más peso, no creyó jamás en tal proyecto.

La reforma inglesa dividió para siempre al país. Es de advertir que casi 500 años después, muchas familias católicas mantienen y blasonan su condición de «recusants», esto es, familias que se negaron a abrazar la reforma y siguieron fieles a Roma, a pesar de los asesinatos, martirios, prohibiciones legales y humillaciones que sufrieron. Y en la sociedad británica actual tal división entre leavers y remainers empieza lentamente a instalarse en el ethos del país.

Dos ideas incardinan ambos procesos. En la reforma y el Brexit, aunque de forma distinta, late una suerte de desasosiego en la relación con Europa pero, adviértase, nunca es una reacción de hostilidad. Antes al contrario, en ambos procesos, se intenta desesperadamente tanto en Roma como en Bruselas encontrar una solución. Ni las gestiones del cardenal Wolsey en Roma ni las del propio Cameron en Bruselas dieron resultado. También la idea de jurisdicción fue determinante en ambos procesos. Al no llegar la nulidad de Roma, el arzobispo Cranmer no tardó en otorgarla él mismo. De modo similar, la exigencia más simbólica de los defensores del Brexit es precisamente la de poner término a la jurisdicción del Tribunal de Justicia de la Unión Europea y que su prestigiosa Corte Suprema vuelva a ser la cúspide del sistema judicial británico.

Sobre el Brexit y su impacto en las próximas décadas es imposible hacer un pronóstico certero en esta hora. Quizá, lo único que podemos hacer es mirar hacia atrás para ver si en una vaga lontananza encontramos las claves para entender este proceso tan genuinamente inglés. En el Brexit vuelven a repercutir con lejano y frágil son, los ecos de una reforma religiosa, que fue, recordémoslo, desordenada, confusa y divisiva. Para entender el Brexit tendremos que reanimar el pasado y precisamente su reforma religiosa, que continúa ahí, subálvea y es tan rica en matices ingleses, es un ejemplo fecundo que puede asistirnos en esclarecer qué cosa sea el Brexit. La discrepancia entre partidarios y contrarios al Brexit seguirá latiendo, discretamente durante las próximas décadas del mismo modo que aún palpita, siglos después y sutilmente, las divisiones de la Reforma.

Eduardo Barrachina, presidente de la Cámara de Comercio de España en el Reino Unido.

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