El buñuelo peronista (II)

Hay que empezar confesándolo. La política argentina tiene un elemento que a los españoles no es difícil evaluar, el peronismo. Para nosotros decir Perón significa referirnos al apoyo político y económico que recibió Franco en la segunda mitad de los años cuarenta, que alivió la hambruna y consintió, entre otras cosas, que en Catalunya aún hoy se llamen peronas a lo que por doquier se denominan judías verdes, vainas o fréjoles. Pero también supuso el triunfal viaje de Evita Perón por la Península al que ya hace algunos años dediqué una serie (junio de 1997) en la que si mal no recuerdo mostraba la desfachatez de la dictadura argentina cubriendo con un manto protector a la dictadura española. Luego, el que fue general Perón, con calle postinera en el Madrid más arrogante, devino un exiliado de lujo, protegido por el Caudillo Franco y residente en una mansión de la zona más exclusiva de la capital, Puerta de Hierro. Resumiendo: que si a un español medianamente sabedor de las cosas se le pregunta por Perón se le podrán ocurrir una buena serie de respuestas, pero hay una que está excluida. Es imposible que admita que el tal general pueda ser considerado como un caudillo de izquierdas.

Nos cuesta mucho a algunos el que alguien pueda aunar dos términos tan contradictorios y versátiles como caudillo e izquierdas - confieso mi perplejidad cada vez que escucho a Hugo Chávez, porque no sé si reír o llorar-,pero qué demonios importa lo que nosotros podamos pensar si la realidad es que para buena parte de la progresía argentina el gobierno del matrimonio Kirchner - que sigue la tradición peronista de gobernar primero el varón y luego la señora; ricos ycorruptos-son considerados como la opción de izquierda, y jaleados por los antaño activistas armados con expresiones sacadas de Lenin, Trotski e incluso del malogrado Antonio Gramsci. Que la vida política argentina tenga aún hoy como referente obligado el Partido Justicialista (peronista), con sus fracciones, sus corrupciones y su siniestra historia, es una paradoja que no se esclarece con los libros, y menos aún con los artículos. Al fin y al cabo, ¿quién osaría reprochar a los peronistas su irracionalidad y su sentimentalismo en un mundo como el nuestro, donde hay quien sitúa a un equipo de fútbol como máximo referente vital, el Barça, por ejemplo? ¿O cuando se oye que gentes en apariencia racional y sensible admiten que votarían por Pasqual Maragall en cualquier ocasión y bajo cualquier concepto? Por más que sea una frivolidad, ¿qué es eso sino peronismo de boutique?Al fin ya la postre, Perón fue el primer presidente que convirtió a la clase trabajadora argentina en sujeto histórico, y alos sindicatos en instrumentos de poder. Y eso es más trascendental que once millonarios jugando con un balón, y que un señorito tejiendo nubes.

Nunca hubo una influencia anarquista tan potente y variada como en la Argentina del primer tercio del siglo XX. Un movimiento dirigido por dos personajes, españoles ambos, de tan llamativa mediocridad y arrogancia que quizá esté ahí la semilla de esa paradoja: la clase trabajadora más audaz para los dirigentes más incompetentes. Me estoy refiriendo al asturiano Emilio López Arango, acribillado a balazos por un ácrata radical, y a su colega en la dirigencia conocido entre nosotros como"Diego Abad de Santillán", de verdadero nombre Silesio Baudilio García Fernández, casi vecino del anterior porque había nacido en Reyero, en la parte leonesa de los Picos de Europa. Lo cierto es que esas masas combativas de trabajadores anarquistas acabaron integradas en el sindicalismo peronista. El mito de Perón, la leyenda de Evita, perdura bajo las formas más peregrinas, desde la religiosidad laica de los pobres hasta la variante intelectual que me deja más corrido, el llamado "pensamiento nacional", o lo que es lo mismo, la teorización de la particularidad argentina en torno al peronismo, cuyo tufo fascistoide nos evoca a los españoles la gozosa burla barojiana a propósito de El Pensamiento Navarro;una contradicción en los términos.

Nuestra experiencia política de la transición tuvo un corolario tan poco estudiado como importante. La izquierda radical de la lucha contra la dictadura llega a la victoria del PSOE convertida en la izquierda más moderada que conoció España en el siglo XX. Es decir, en el periodo que va de noviembre de 1975, muerte de Franco, a octubre de 1982, mayoría absoluta del partido de Felipe González y Alfonso Guerra, se produce un cambio irreversible, cuyas causas y efectos no es cuestión de ver ahora. La experiencia democrática demolió esquemas. Algo similar no se ha producido aún en Argentina, y tampoco tendría por qué producirse, pero esa inexistencia consiente, por ejemplo, que un diario influyente como Página 12 sea en muchas cosas una remake light del montonerismo peronista, donde Horacio Verbitsky - un dirigente de la antigua muchachada-se reinventa un Gramsci porteño para definir la oposición del campo argentino - "bloque agrario", la llama-a la política de los Kirchner. O donde Hebe de Bonafini, ex líder de las Madres de la Plaza de Mayo, se la describe con trémolos hagiográficos por su nueva actividad de "chef gastronómica" en sus cursos "Cocinando política... y otras yerbas", hasta el punto de que el cronista se derrita en cursiladas porque a "Hebe le preocupa que algunas tradiciones culinarias languidezcan ante la economía global".

Quizá se trate de una mirada superficial y sea menester profundizar en los gestos, en vez de limitarse a describirlos, pero el espectador tiene la impresión de que hay muchas cosas que convendría tocar. Una atroz represión que alcanzó a 30.000 muertos y desaparecidos, sin contar los efectos colaterales del exilio, y la dureza criminal de unas fuerzas armadas dedicadas al exterminio. Cualquiera diría en la celebración del 33. º aniversario del golpe, el pasado 24 de marzo, que sólo quedan unos flecos referidos a los asesinos y torturadores, pero algún día habrá que echar una mirada a la responsabilidad peronista en el golpe, lo que significó la vuelta de Perón, la matanza entre peronistas de Eceiza, el gobierno golfo de Isabelita y López Rega, la estupidez criminal montonera... No basta con echar mano de Marx y volver a la manida boutade de que la historia cuando se repite es como farsa. La victoria histórica de un adversario del peronismo como Raúl Alfonsín puede ser explicada por un hartazgo ciudadano del buñuelo peronista, pero los poco más de dos mil días de gobierno de Alfonsín soportaron 14 huelgas generales de la UGT peronista; una media quizá sin parangón histórico. Cierto que el ciclo de la Unión Cívica Radical que empezó en la fallida esperanza de Alfonsín terminó en el desastre de Fernández de la Rúa, pero ni así se explica la victoria de un grado más en el caos y la corrupción, con Carlos Menem y su 49% de sufragios.

El próximo 28 de junio el peronismo gubernamental - ya en vida de Perón existía un peronismo oficial y otro crítico, lo cual tiene su mérito tratándose de un profesional de la política ágrafo, habilísimo, pero tan inculto como un militar cuartelero-,pues bien, ese peronismo gubernamental se plantea un plebiscito en el mejor estilo de la tradición del caudillaje. Cristina Kirchner lo justificó con una frase terrible: "El mundo se cae a pedazos". Y es cierto que su mundo se desploma. Que el hambre se enseñoree del país que alimentó a medio mundo y que el dengue se haya convertido en una epidemia que afecta a 35.000 infectados, 400 de ellos en el Gran Buenos Aires, teje una pantalla de deterioro y pesimismo. Pero fíjense en una cosa, ganen los Kirchner o la oposición a los Kirchner, siempre ganarán los peronistas. Las filas de la oposición son en buena parte de la misma orientación. De ahí mi sorpresa cuando leí unas proclamas del matrimonio presidencial para el plebiscito del 28 de junio: "Independencia económica, soberanía política y justicia social". Exactamente el mismo programa político, retórico y marchito, con el que se exhibía en España la vieja Falange de Girón y Fernández Cuesta, aquel buñuelo rancio que nuestro Generalísimo sacaba de la despensa para regalo de todas las edades y todos los días.

Gregorio Morán