Todos nos hemos enfrentado a esas imágenes de osos polares a la deriva sobre un fragmento de hielo marino, víctimas del calentamiento global. Se han convertido en el símbolo de la amenaza que supone para el planeta el dióxido de carbono producido por nuestras centrales eléctricas, el carbón y los automóviles. Deberíamos vivir de otra forma para poder salvar a los osos y el planeta. Algunas voces aisladas denuncian este horror, considerando que se trata de una impostura cuyo objetivo sería cuestionar el crecimiento, sobre todo cuando es de origen capitalista, y ampliar el poder de los Estados.
Confieso que siempre me ha costado mediar entre estas dos posturas, hasta que conocí a Judith Curry en Reno, Nevada. Curry es una verdadera climatóloga, que dirigió el Departamento de Geología de la Universidad de Georgia antes de renunciar a sus funciones académicas para poder expresarse de forma independiente. «El pensamiento independiente y la climatología», dice Curry, «se han vuelto incompatibles». ¿No se calienta el clima? «Se calienta, pero no sabemos por qué razón». Sin lugar a dudas, «el factor humano, y especialmente el dióxido de carbono, contribuyen a este calentamiento, pero no de manera decisiva».
Curry nunca sigue adelante sin pruebas. Me explica que, desde 1910 hasta 1940, nuestro planeta se calentó durante un episodio climático que recuerda al presente, y no podemos culpar a la industria, porque en aquella época, en la mayor parte de nuestra Tierra, no había ninguna. Ninguno de los modelos climáticos utilizados por los científicos que trabajan para Naciones Unidas puede explicar esta tendencia de principios del siglo XX. Ninguno de los modelos puede explicar tampoco por qué, de 1950 a 1970, el clima se enfrió, lo que hizo pensar en una nueva era glacial.
Pero, ¿no está subiendo ahora el nivel de los océanos, erosionando las costas? «Sí», responde Curry, «el nivel está subiendo, pero este fenómeno se viene midiendo desde la década de 1860. En nuestra época no hemos observado ninguna aceleración particular». También en este caso debemos plantearnos que las causas son naturales, porque «el clima es un fenómeno complejo, poco conocido, debido a todas las variables que implica». Llegamos al motivo que la llevó a abandonar la investigación oficial. «La climatología», comenta Curry, «se ha convertido en un partido: se está a favor o en contra del calentamiento global por el dióxido de carbono. Si uno expresa el menor escepticismo, es condenado al ostracismo por la comunidad científica». ¿Acaso la investigación no se basa en el escepticismo? ¿Qué motivos pueden llevar a los investigadores a negar la esencia misma de cualquier investigación? «Política, dinero, honores», responde Judith Curry.
«No conviene que los climatólogos», remacha Curry, «amen el capitalismo, ni la industria, ni que se inclinen por un gobierno mundial, en lugar de por gobiernos nacionales».
La controversia sobre el calentamiento global, conviene recordarlo, comenzó en 1973, como consecuencia de la crisis del petróleo. Las industrias nucleares aprovecharon la ocasión para alegar que la energía nuclear era la única alternativa al petróleo. A ellas se unió la NASA, el organismo de exploración espacial estadounidense, que construyó modelos de predicción climática que se centran en el dióxido de carbono, porque es un factor fácil de detectar. Los movimientos ecologistas y la burocracia de la ONU, que aboga por un gobierno mundial, vislumbraron una ventaja inesperada. La comunidad científica, recuerda Curry, fue convocada para demostrar que este proyecto político tiene una base científica. El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático fue fundado por la ONU en 1988 con este fin; desde entonces los climatólogos se han convertido en una comunidad prominente y próspera, que trabaja en una única dirección.
Eso hace que Judith Curry se muestre escéptica ante el Acuerdo de París sobre el Cambio Climático, adoptado en 2016. Tras concluir este acuerdo, los Estados se comprometieron a reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero a fin de estabilizar la temperatura en su nivel actual. Curry señala que aunque todos los Estados respetaran este compromiso, de aquí a 2050 la temperatura se reduciría en dos décimas de grado, una disminución insignificante. Desde la firma de este tratado, ningún gobierno ha tomado medidas concretas. No solo se han retirado los estadounidenses, sino que los indios no lo tienen en cuenta y Francia fracasa cada año en sus objetivos de reducción de gases.
Judith Curry añade que, desde hace un año, hemos entrado en un periodo de enfriamiento del que «nadie sabe si durará o no, hasta el punto de poner en tela de juicio el calentamiento».
«No dejan de anunciar», remacha Curry, «que estamos llegando a un punto de no retorno, y, en concreto, que el deshielo del casquete polar ártico es el principio del apocalipsis, pero este deshielo, que se inició hace décadas, no lleva a la catástrofe. Los osos se adaptan; nunca han sido tan numerosos».
Según Curry, «la única ruptura dramática no se debe al deshielo, sino a las erupciones volcánicas, que podrían romper el casquete polar». Los climatólogos no hablan de eso, porque sus modelos teóricos no pueden tener en cuenta lo impredecible.
Entonces, ¿invita Judith Curry a la pasividad? Ella opina que la investigación debe diversificarse, abordar las causas naturales del cambio climático y no obsesionarse con el factor humano, «que representa menos del 40% del cambio climático». Cree que haríamos mejor en prepararnos para las consecuencias nefastas del cambio. Subraya, por ejemplo, que actualmente los huracanes están produciendo menos daños que en el pasado, porque los sistemas de alerta son más eficaces. Todo esto contribuye a que Curry no sea popular en el ámbito de la climatología. No hay nada que ponga en tela de juicio la validez de sus investigaciones, pero también es cierto que a ella, ante todo, le interesa la realidad, y la realidad no mueve las pasiones.
Guy Sorman