El más famoso de los exploradores rusos, Artur Chilingarov, encabezó en agosto de 2007 la expedición de su país en la que dos minisubmarinos plantaron una cápsula de titanio con la bandera rusa en el fondo del mar, a 4.200 metros de profundidad bajo el Polo Norte. Moscú sostiene que la cordillera submarina Lomonosov es una extensión de su plataforma continental, por lo que, de acuerdo con la Ley Internacional del Mar, reclama la soberanía sobre lo que ya se conoce como el norte profundo. La desaparición progresiva de los hielos árticos debido al calentamiento global ha disparado la disputa geopolítica sobre un territorio en el que investigaciones del Centro de Estudios Geológicos de Estados Unidos sitúan la cuarta parte de los recursos de hidrocarburos pendientes de descubrir en el planeta.
El Alto Representante para la Política Exterior Europea, Javier Solana, y la Comisión Europea presentaron conjuntamente al Consejo de primavera de 2008 un importante informe denominado Cambio climático y seguridad internacional. El informe concluye que un incremento de la temperatura media de la atmósfera por encima del umbral de seguridad identificado por la comunidad científica -dos grados sobre la temperatura existente en los tiempos preindustriales- conducirá a numerosos conflictos derivados de los impactos económicos, políticos, ambientales y sociales producidos por la alteración del clima. El África subsahariana, Oriente Medio, el sur de Asia y Asia central, Latinoamérica y el Caribe, así como el Ártico, figuran en el informe como zonas de riesgo.
En abril de 2007, a iniciativa del Gobierno británico, su entonces secretaria de Asuntos Exteriores, Margaret Beckett, presidió una sesión del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas dedicada, por primera vez en exclusiva, al cambio climático. En ella participaron representantes de 50 Estados. En su intervención, Beckett señaló que el cambio climático "no es un problema tradicional de seguridad nacional, sino uno relacionado con nuestra seguridad colectiva en un mundo frágil y crecientemente interdependiente".
A medida que la ciencia ha avanzado en la comprensión de cambio climático, la conceptualización del problema se ha desplazado desde su consideración como un problema ambiental a uno de sostenibilidad global por su incidencia en los ámbitos sociales y económicos. En la actualidad, empieza a ser visto como un problema de seguridad global, y en el futuro podría afectar, incluso, a derechos humanos fundamentales, como ha defendido Oxfam ante las Naciones Unidas.
La crisis climática en curso plantea una amenaza emergente a la seguridad global por dos tipos de razones complementarias. En primer lugar, porque un incremento de la temperatura por encima de dos grados nos adentra en un territorio climático desconocido, con riesgo de producir una alteración del clima de efectos potencialmente irreversibles. Desde 1900, la atmósfera se ha calentado 0,74 ºC. La temperatura es ya, o está cerca de serlo, la más elevada en el actual periodo interglaciar que comenzó hace 12.000 años. Las emisiones que están en la base de ese incremento han aumentado un 70% entre 1970 y 2004, como destacó Rajendra Pachauri en su discurso de aceptación del Nobel de la Paz otorgada al Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC, en sus siglas en inglés).
En segundo lugar, porque una alteración climática por encima del mencionado umbral producirá una fuerte desestabilización social, económica, ambiental y política en amplias regiones del mundo, que acabará incidiendo en los siempre difíciles equilibrios de la paz y seguridad internacionales. Así, el IPCC estima que la disponibilidad de agua puede reducirse entre un 20%-30% en regiones como el Sahel, el Cuerno de África y Oriente Próximo, que ya sufren en la actualidad un estrés hídrico muy considerable. La escasez de agua, la desertificación y sus problemas asociados exacerbarán las migraciones masivas, generando tensiones en las zonas de tránsito y destino, caso de Europa, y concretamente en España, que es ya una de las puertas de entrada de estos flujos migratorios crecientes.
Otro impacto será el incremento en la frecuencia e intensidad de eventos climáticos extremos como las olas de calor, las tormentas tropicales, los huracanes, las sequías y la gota fría. Según la Organización Mundial de la Salud, la ola de calor sufrida por Europa en el verano de 2003 causó la muerte prematura de 30.000 personas. En Centroamérica, el huracán Mitch causó la muerte de 11.000 personas en Honduras y 18.000 en Nicaragua. Otro factor que incidirá en la seguridad internacional es la posible proliferación del uso de la energía nuclear en regiones inestables.
Según el IPCC, para no exceder en 2 ºC la temperatura, es preciso que para 2050, las emisiones totales mundiales se reduzcan a la mitad respecto a 1990. Para ello, hay varias rutas posibles. La que implica una transición menos traumática del sistema energético mundial hacia una economía baja en carbono requiere que, hacia el año 2020, se alcance el cenit en las emisiones totales y que, a partir de ahí, se reduzcan progresivamente hasta finales del siglo XXI.
Hoy día, los principales emisores de gases de efecto invernadero son Estados Unidos, China, la Unión Europea, Rusia, India, Japón y Brasil. Si se incluyen las emisiones debidas a la desaparición de los bosques primarios, habría que incluir a Indonesia. En el horizonte se perfilan dos hechos de gran relevancia que condicionan la viabilidad de alcanzar ese cenit. Así, hacia el año 2020, cerca del 90% de los habitantes de la Tierra vivirá en países emergentes y en desarrollo cuyo nivel de renta per cápita será, por término medio, entre siete y diez veces menor que el de los países ricos. Su prioridad, como es lógico, será el crecimiento económico. Al mismo tiempo, hacia 2020, la mayoría de las emisiones de gases de efecto invernadero se originará en los países emergentes y en desarrollo.
La metáfora que evoca la situación es la de un transatlántico que surca el océano a gran velocidad y que, además, se va acelerando. El buque lleva una gran inercia y necesita realizar un giro importante en su trayectoria en un plazo breve de tiempo. Siendo la maniobra ya de por sí difícil, se complica porque no hay un único capitán al mando, sino un grupo de capitanes -los principales Estados emisores-, cada cual con su forma de entender la trayectoria del barco y los problemas asociados.
El escenario actual de las emisiones y las tendencias señaladas obligan a cuestionarse si la arquitectura institucional existente es suficientemente poderosa y eficaz para reconducir la situación. En nuestra opinión, la respuesta es no. Concebir la crisis climática como un problema emergente de seguridad global conlleva subir al máximo nivel la toma de decisiones al respecto. Esto implica poner sobre la mesa el papel que debe jugar el Consejo de Seguridad. Opinamos que hay razones de peso para que el organismo internacional dotado del máximo poder político y legal para afrontar los problemas de seguridad internacional sea el que se implique directamente en el tema.
Para que el Consejo disponga de mayor representatividad y capacidad de reconducir la crisis global del clima, sería conveniente su ampliación. Una posible opción pasaría por incluir, junto a los actuales miembros permanentes -Estados Unidos, China, Reino Unido, y Francia y Rusia-, a los países cuya contribución es decisiva en la solución de la crisis climática -India, Japón, Brasil, Indonesia y Suráfrica-. Esos diez Estados juntos suman el 60% de la población mundial y el 70% de las emisiones globales. Contienen, además, los mayores bosques del planeta, cuya función de sumidero es esencial preservar. Todos ellos han sido ya invitados a formar parte de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) por su importante papel en la economía mundial.
Construyendo sobre el vigente Convenio Marco, contando con el respaldo pleno de las Naciones Unidas y el asesoramiento científico del IPCC, un Consejo de Seguridad ampliado y renovado estaría en condiciones inmejorables de configurarse como un poder mundial capaz de aplicar la estrategia adecuada en los ritmos adecuados que requiere la crisis climática en la que la humanidad ya se ha adentrado.
Antxón Olabe, analista ambiental y socio de Naider, y Mikel González, investigador de la Universidad del País Vasco/EHU.