El cambio climático: ¿un cuento chino con final feliz?

Cuando Donald Trump tildó al cambio climático de “cuento chino” inventado para perjudicar la economía americana, parecía convencido de que, como hombre más poderoso del planeta, podría desafiar al calentamiento global mediante un tweet y hacer “América grande otra vez”. No contaba que, con su bravuconería al anunciar la salida de Washington del Tratado de París, empujaría precisamente a Beijing a llenar el vacío para emerger como líder global en la lucha contra el cambio climático, irónicamente contribuyendo a hacer China grande otra vez.

En el ambiente de malestar que dominaba el Foro Económico Mundial de Davos debido a la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca a principios de año, la delegación china se prodigaba como nuevo líder “sensible y responsable”, obedeciendo así al lema establecido en Davos para este año. Ante el Foro, Nur Bekri, director de la Administración Nacional de Energía china, no solamente contradijo firmemente a la Administración estadounidense con su reconocimiento del cambio climático, sino que también lo atribuyó a la responsabilidad humana y anunció el desarrollo de energías limpias como objetivo primordial del Gobierno chino.

Durante las últimas tres décadas, China, al igual que Trump pretende hacer ahora, ha gobernado el país como si fuera una gran empresa, cegada por el desarrollo industrial y la prosperidad económica, llevándose por delante la salud y la vida de millones de ciudadanos y causando serios perjuicios para el medioambiente y el futuro del planeta. ¿A qué se debe pues este giro repentino en la política energética e industrial china? ¿Qué supone este nuevo liderazgo para Europa, destituida de su rol como líder climático? ¿Con unos Estados Unidos impredecibles y una UE paralizada, ¿cuáles serán los mayores retos para la República Popular y la comunidad internacional?

La guerra contra la polución: de un problema local a un reto global

“Las montañas verdes y las aguas claras no son menos que las montañas de oro y plata (...). Proteger el medioambiente es proteger la productividad, y mejorar el medioambiente es estimular la productividad”. Las poéticas palabras del presidente chino Xi Jinping no podrían suponer un contraste más grotesco con las imágenes apocalípticas de numerosas ciudades chinas envueltas en una nube de polución, que circulaban por las noticias y redes sociales a principios de año, causando decenas de miles de “refugiados del esmog” que abandonaban el país. Sin embargo, Xi y la cúpula del Partido Comunista Chino (PCC) han reconocido la amenaza real que alberga la polución, no solamente para la estabilidad económica del país sino también para la credibilidad de su liderazgo: según un estudio de Berkeley Earth, la contaminación atmosférica en la República Popular es, por sí sola, causante de 1,6 millones de muertes al año (equivalente a un 17% de la cifra total de muertes). Tres octavas partes de la población china respiran aire calificado como “nocivo” por Naciones Unidas, causante de asma, ictus, cáncer de pulmón y ataques cardíacos. La cura de estas enfermedades supone gastos inmensos en sanidad que el Gobierno chino tiene que afrontar, habiendo logrado introducir, durante su primer periodo de legislatura, programas de pensiones y seguridad social que prácticamente ofrecen  cobertura universal. Los costes de la contaminación atmosférica, derivados del impacto en la salud y de la pérdida de productividad laboral, supusieron un 6,5% anual del PIB chino entre los años 2000 y 2010 y alcanzan casi el 10% si contamos la polución de agua y tierra, cifras crecientes, según el think tank Rand Corporation. Adicionalmente, cabe considerar las pérdidas derivadas del sector turístico, la huida de capitales, así como de empresas internacionales y de personal cualificado que abandonan el país a causa de la polución.

Más aún, la sociedad china ejerce una presión creciente que amenaza desestabilizar el liderazgo del PCC, mediante actos de protestas en las redes sociales y manifestaciones a nivel local en contra de la polución de aire, agua y tierra. A las críticas se sumó incluso el canal televisivo estatal CCTV, a quien el Gobierno municipal de Beijing prohibió consecutivamente emitir noticias sobre el esmog en la ciudad. A su vez, la brecha social se dispara, dejando atrás a los ciudadanos más pobres y vulnerables residentes en zonas contaminadas, sin voz política ni medios económicos para salir de la región o del país. Estas imágenes contrastan duramente con el propósito del PCC de eliminar la pobreza en el 2020 y cuestionan seriamente su legitimidad y credibilidad a nivel nacional e internacional.

No por último menos importante, la contaminación del medioambiente deja de ser un problema local y nacional. Bajo condiciones meteorológicas adversas, el esmog chino llega a alcanzar Corea del Sur, Japón e incluso la costa oeste de Estados Unidos. En contraposición de la Administración Trump, Beijing es muy consciente de que los altos niveles de contaminantes que emite como país trasciende los problemas regionales, con un severo impacto sobre el cambio climático a nivel global. De este modo, el investigador de la Universidad de Beijing, Shuai Chen, predijo que la producción de soja en China disminuiría un 19% en el año 2100 a causa del cambio climático, alertando de las consecuencias dramáticas para la seguridad alimentaria de la población del coloso asiático.

Ante dichas amenazas económicas, políticas y alimentarias, el primer ministro Li Keqiang reiteraba en marzo ante el plenario anual de la Asamblea Popular Nacional, su famosa declaración de “guerra a la polución”, prometiendo al pueblo chino y al mundo entero “que el cielo volverá a ser azul”.

Una nueva China ecologista: entre amor por el planeta y amor propio

Las palabras de Li Keqiang no representan una promesa vacía ni un sueño idealista, sino que revelan una concluyente estrategia industrial, en la que el Gobierno chino combina una política climática de trascendencia global con sus propios intereses nacionales, económicos, tecnológicos. Frente a la desaceleración del crecimiento económico, que con un 6,7% en 2016 supuso el más bajo desde 1990 y que tiene previsión de bajar hasta el 6,5% este año, Beijing ha reconocido que para evitar el estancamiento, necesita implementar cambios radicales en su modelo de desarrollo. El eslogan “sociedad ecológica”, (生态文明) establecido en el XII Plan Quinquenal (2011-2015), marcaba el momento de cambio decisivo, declarando obsoleto el modelo económico de las últimas tres décadas dominado por la industria pesada, la exportación y el alto consumo de energías sucias, predominantemente el carbón. China se encaminaba decididamente hacia un nuevo modelo de desarrollo basado en el consumo interno, en una producción más eficiente y sostenible en cuanto al uso de energías y recursos, y en la innovación de tecnologías puntas. Precisamente, Beijing ha identificado en los últimos años las tecnologías con bajas emisiones de carbono como las tecnologías del futuro, y apunta a establecerse como líder global en innovación, producción y exportación de las mismas a lo largo de todos los continentes, como parte de su visión “One Belt, One Road”. La Agencia Internacional de la Energía (AIE) estima que el mercado de energías limpias crecerá exponencialmente, creando millones de puestos de trabajo y estimulando trillones de dólares en inversiones anuales. Con ese objetivo en mente, la Administración Nacional de Energía china anunció a principios de año que invertiría más de 360 mil millones de dólares en energías renovables para 2020, reduciría los niveles de esmog y emisiones de carbono, y crearía 13 millones de puestos de trabajo en el proceso. En 2015, las inversiones en tecnologías limpias de energía eólica, solar, biomasa y geotérmica por parte de la República Popular ya superaban la suma de las inversiones de EEUU, Reino Unido y Francia combinadas. De este modo China, que junto a EEUU representa actualmente el 40% de las emisiones globales de gases contaminantes, parece estar decidida a cumplir con su compromiso plasmado en el Tratado de París de incrementar su uso de energías no fósiles a un 20% y de reducir sus emisiones a partir del año 2030. Y mientras Trump ve en la lucha contra el cambio climático al enemigo de la prosperidad americana, Xi ha sabido reconocer en ella una oportunidad única para cumplir su famoso “sueño chino” de renacimiento como gran nación.

China y la Unión Europea: ¿juntos en la lucha contra el cambio climático?

“Los políticos europeos deberían de mantener una actitud prudente en sus declaraciones y salvaguardar el desarrollo estable a largo plazo entre China y la UE”. Con esta mordaz advertencia, la agencia estatal de noticias Xinhua tachaba de indignante e infundada la (supuesta) acusación de un alto cargo de la UE, quién habría alertado de la amenaza externa china para Europa a principios de año. “China y Europa deberían de trabajar juntos en temas de gobernanza global, con el cambio climático como ejemplo principal”, proseguía el comentario de Xinhua, insistiendo en que China es una oportunidad para Europa, no una amenaza. Siguiendo este consejo, Miguel Arias Cañete, comisario europeo de Acción por el Clima y Energía, quien tuiteó entusiasmado una foto suya con el ministro de Energía chino durante la Cumbre del Clima de Marrakech en noviembre de 2016, viajaba a Beijing en marzo de este año anunciando que la Unión Europea lideraría junto a la República Popular la lucha contra el calentamiento global.

Sin embargo, mientras la cooperación con Beijing alberga grandes oportunidades y su involucración es vital para poder frenar el deterioro del planeta, cabe tener en cuenta los cambios actuales en el mapa geoeconómico y geopolítico de la escena internacional, reflejadas también en las prioridades climáticas nacionales. En este sentido, el director del think tank alemán Merics, Sebastian Heilmann, argumenta que la Unión Europea, abatida por sus dificultades económicas y su parálisis política, ha perdido su puesto como líder en la lucha contra el calentamiento global. Efectivamente, mientras que a nivel mundial se observan cifras de inversión récord en energías renovables que aproximadamente alcanzaron los 330 mil millones de dólares en 2015, la inversión europea cayó un 21% frente al año anterior, sumando apenas 49 mil millones de dólares. Adicionalmente, el vacío que ha dejado Washington amenaza con desencadenar un entorpecimiento y una ralentización añadida dentro de la ya fragmentada y frágil UE a la hora de cumplir con sus objetivos climáticos. En el extremo se encuentra precisamente Polonia, cuyas ciudades Varsovia, Katowice y Cracovia llegan algunas veces a superar a Beijing y Nueva Deli en la lista de las diez más contaminadas del mundo. Paradójicamente es Polonia el país que auspiciará la siguiente Cumbre del Clima en 2018 mientras su Gobierno amenaza con desestabiliza r la base legal de la política climática europea.

Mientras tanto, la República Popular dispone del potencial necesario para adelantar a Estados Unidos y a la Unión Europea en tecnologías de energía, medioambiente y propulsión a medio y largo plazo, y de convertirse en un modelo a seguir por sus reducciones de emisiones de dióxido de carbono. Hace dos años, ya superó a Alemania como líder mundial en instalaciones fotovoltaicas. El dumping de paneles solares chinos en el mercado europeo amaga con desatar una guerra comercial, siendo una piedra en el zapato para la alianza verde entre China y la UE. Al mismo tiempo, el Gobierno chino prevé hacer circular cinco millones de coches eléctricos para el año 2020. La cifra corresponde a una cuota mínima propuesta por el Ministerio de Industria y Tecnología chino a finales del año pasado, según la cual el 8% de las ventas de coches nuevos habría de ser vehículos eléctricos para el 2018, aumentando progresivamente hasta alcanzar un 12% en 2020. Sin embargo, ni siquiera BMW, considerado un pionero de la movilidad eléctrica en China, logrará cumplir con la nueva cuota sin mayores dificultades, ya que entre los 379.000 coches vendidos en la República Popular el año pasado, solamente 1.204 eran eléctricos. En este contexto, la iniciativa de Beijing suscitó una severa respuesta por parte del entonces vicecanciller y ministro de Economía alemán, Sigmar Gabriel, quien en un artículo del periódico Die Welt advirtió de la discriminación por parte del Gobierno chino, cuyo objetivo sería excluir a las marcas de automoción alemanas y europeas para beneficiar a los fabricantes nacionales de “vehículos de nueva energía” subvencionados por el Estado. Este acto no corresponde, afirma Gabriel, a las normas de competencia leal y equitativa. Ciertamente,el objetivo de Beijing para 2020 es obtener el 70% de todos los coches eléctricos de fabricantes domésticos, según el periódico Frankfurter Allgemeine Zeitung. Ello conllevaría graves pérdidas para la industria europea y en concreto para la automoción alemana, cuyo mercado principal sigue siendo China, con un volumen de compra que supera el 30% desde los últimos años.

Visto desde una perspectiva estratégica a largo plazo, la mencionada subvención y promoción de nuevas energías encajan en un ambicioso plan industrial del Gobierno chino, Made in China 2025 (中国制造 2025): crear una de las economías más avanzadas y competitivas del mundo en base a la producción de tecnologías innovadoras, con el objetivo de convertirse en una “superpotencia de fabricación” (制造强国) en el año 2049. Según Jost Wübke, a corto plazo Made in China 2025 puede crear nuevas oportunidades de negocio para empresas internacionales en la República Popular y generar un impacto positivo en la innovación y difusión de nuevas tecnologías en los mercados globales. No obstante, a largo plazo el plan tiene como meta la discriminación de compañías extranjeras, imponiéndoles rígidas reglas de contratación a la vez que dotando de subvenciones masivas al mercado chino, y logrando finalmente una sustitución tecnológica. De este modo, la prosperidad de los países europeos, cuyo pilar económico es precisamente la innovación de altas tecnologías, corre serio peligro de quedarse fuera de la competición en un futuro no tan lejano.

En conclusión, Sigmar Gabriel subraya en su artículo que Alemania y Europa no deberían señalar a China con arrogancia y pedantería, siendo el objetivo de Beijing convertirse en una nación de exportación tecnológica, un interés completamente justificado y comprensible. La pregunta clave, según Gabriel, gira entorno a los medios empleados para lograr dicho fin.

¿Salvará China el planeta?

“En espíritu de cumplir con su alta responsabilidad de velar por el bienestar del pueblo chino y el desarrollo de toda la humanidad a largo plazo, el Gobierno chino consolidará su respuesta activa al cambio climático. Además, China asume sus responsabilidades internacionales, acorde con la etapa de desarrollo en la que se encuentra actualmente y dentro de las posibilidades realistas, llevando a cabo acciones vigorosas con el fin de contribuir a la protección del planeta”. El esperanzador mensaje que el representante especial para el cambio climático en China, Xie Zhenhua, enviaba al mundo durante una rueda de prensa internacional, parece indicar una determinación clara de Beijing por posicionarse en el centro de la arena mundial y renacer como nueva autoridad cumplidora y consciente, pasando de ser un infractor a un salvador medioambiental. Siguiendo la línea política ultrapragmática y experimental iniciada bajo la era de Reforma y Apertura (改革开放) de Deng Xiaoping hace casi cuarenta años, el PCC demuestra una vez más su sorprendente habilidad de adaptación, enmarcando sus ambiciones nacionales dentro del nuevo mapa geopolítico. De este modo, ante el estancamiento político de Bruselas y la imprevisibilidad de Washington, por un lado, y el inminente llamamiento a la comunidad internacional por forjar una acción común y evitar catástrofes climáticas irrevocables, por otro, Beijing llega al rescate en el momento idóneo. Con el respaldo moral de la comunidad internacional, acepta su compromiso como líder climático, convirtiéndose en líder tecnológico y finalmente en superpotencia económica y política.

Sin embargo, varias piedras entorpecen el camino del PPC. En primer lugar, las directrices de la cúpula en Beijing no siempre son bienvenidas a nivel regional. En vista a la ralentización del crecimiento económico, los gobiernos locales chinos se muestran reticentes a la hora de reducir las industrias intensivas en energía y contaminación. Algunas provincias han llegado a limitar la producción de energías renovables para proteger la industria del carbón, que sigue constituyendo ⅔ partes del abastecimiento energético chino. El año pasado, Beijing ordenó cerrar 335 fábricas, logrando reducir el consumo total de carbón de 23 millones de toneladas en 2013 a 10 millones, según la agencia estatal Xinhua. Sin embargo, el recorte de capacidades en los sectores del acero y el carbón supuso la pérdida de 725.000 puestos de trabajo, con previsión de despedir otro medio millón de personas a lo largo de este año, según el ministro de Empleo chino, Yin Weimin. A pesar del enorme potencial de creación de trabajo que alberga el sector de energías verdes, la transición no ocurrirá de un día para otro, ni la mayoría de los trabajadores de las industrias pesadas dispondrán de la formación necesaria para ser empleados en los nuevos sectores.

En segundo lugar, con el fin de disciplinar a los gobiernos locales, Xi Jinping prosigue decididamente con su campaña de mano dura contra la corrupción, centralizando cada vez más el poder en la cúpula de su partido. Sin embargo, el miedo a represalias y la rígida jerarquía piramidal inmovilizan la flexibilidad y capacidad de experimentación de la política china en sus bases, que justamente fueron claves para el crecimiento y la transición económica de las últimas décadas.

En tercer lugar, mientras que el estancamiento de Occidente en investigación e inversión en tecnologías verdes abre todas las puertas para que Beijing se posicione como líder tecnológico, paradójicamente también frenará su capacidad de innovación: al fin y al cabo, una de las estrategias claves de su avance tecnológico ha sido la integración en sus propios productos de las mejores ideas y prácticas prestadas de empresas americanas y europeas, las cuales han sido competidoras y a su vez modelos a seguir para las empresas chinas.

Por último, a pesar de las megalómanas inversiones que la República Popular ha realizado en nuevas energías durante los últimos años, la energía solar y eólica todavía no supera el 1 y el 4% respectivamente en el mix energético. Actualmente, consume la mitad del carbón mundial y es a la vez su mayor productor, disponiendo del 14% de las reservas mundiales. En este contexto, expertos predicen que la alta dependencia china respecto al carbón prevalecerá durante las siguientes décadas, constituyendo su primera fuente de energía aún en el año 2050. Bajo estas premisas Beijing, al contrario que la UE, no accede a fijar ante la comunidad internacional un límite total para reducir sus emisiones de CO2; su compromiso se reduce a llegar al auge de sus emisiones a partir del año 2030. Para justificar su política, Beijing insiste en basar la cooperación climática con Bruselas y Washington en el principio de “responsabilidad común pero diferenciada”, la cual atribuye a las naciones desarrolladas una mayor responsabilidad y rapidez en sus avances. En la práctica, eso significa que China podría emitir de forma desenfrenada hasta el año 2030 e incluso mantener las emisiones a (muy) altos niveles después de esa fecha. Para el PPC, dicha flexibilidad es vital para encontrar un equilibrio entre su política climática y tecnológica a largo plazo y sus necesidades económicas inmediatas, con el fin de poder abastecer a sus mil cuatrocientos millones de habitantes y minimizar los daños colaterales sociales y económicos. Para el planeta, quedará por ver si los esfuerzos del llamado “nuevo líder responsable” por cumplimentar su transición energética y contener la contaminación medioambiental, bastarán para mantener el calentamiento global dentro de los límites que eviten su deterioro irreversible.

Christina Müller-Markus, máster en Sinología, Universidad de Viena

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