El cambio real en Euskadi se llama Zapatero

Las negociaciones desarrolladas estos últimos días entre el PSE y el PP del País Vasco están animadas por la voluntad de que se produzca un cambio real en la política vasca. Para que ello sea posible, se ven como necesarias transformaciones profundas en numerosas actitudes políticas e instituciones, desde la educación a los medios de comunicación.

Sin duda, son cuestiones que deben abordarse a lo largo de la legislatura, pero todo ello está subordinado al éxito que se obtenga en el asunto clave: la derrota de ETA. Mientras el miedo a la banda terrorista persista, cualquier reforma institucional será más difícil y cualquier éxito será efímero y fácilmente reversible. Cambiar una ley educativa o proceder al relevo de algunos altos cargos puede tener un efecto saludable, pero a medio plazo lo único que permitirá la transformación real de la política vasca será la derrota total de ETA. Para eso se requiere un Gobierno nacional dispuesto a aplicar la ley sin concesiones.

La hoja de ruta de la democratización de la política vasca tiene en la derrota de ETA su punto de partida, no su punto de destino.De otro modo la legislatura autonómica que ahora se inicia estará condenada a ser dentro de unos años un episodio más de los intentos fallidos. Lo que estas elecciones han mostrado al nacionalismo es que sin ETA no puede conservar el Gobierno. Lo que deben mostrarnos a todos los demás es que con ETA lo hubiera mantenido y probablemente lo recuperará.

Esta legislatura va a servir, por encima de todo, para conocer si el tropismo natural de las direcciones socialistas nacional y vasca vuelve a dominar la política española o si, por el contrario, puede ser rectificado. La duda es si se nos lleva o no a una situación en la que una vez más ETA se encuentra en el centro del debate o si el debate sobre lo que el Gobierno debe hacer frente al terrorismo es ya un asunto esclarecido por la experiencia y por la razón, y se encuentra definitivamente cerrado.

Pero dado que la mirada positiva que Zapatero llegó a tener sobre destacados miembros de la banda terrorista es perfectamente coherente con su idea de la Historia de España y especialmente con su idea de la Transición como un proceso falso y viciado que exige una revisión, conviene hacerse cargo de la magnitud de la empresa que el presidente tendría que acometer y de la cantidad de cosas que tendría que dejar de pensar para llevar hasta el final una política que lo obliga a desdecirse de casi todo lo que lleva dicho y a deshacerse de casi todo lo que lleva hecho desde 2004.

En consecuencia, conviene que la comprensible esperanza del 1 de marzo sea moderada y protegida por un saludable escepticismo ante la posibilidad de que Zapatero se transmute sin más en algo que no sólo no ha acreditado ser sino por lo que siempre ha mostrado una íntima y minuciosa aversión. El verdadero cambio en el País Vasco se llama Zapatero.

Ese escepticismo conduce a pensar en la posibilidad de que se impulse una reforma estatutaria destinada a facilitar «la integración de nuevos actores en el sistema político» aprovechando fracturas, quiebras, disensiones, conversiones y cualesquiera otras manifestaciones del pavor a perder el poder. Pero es evidente que no hay integración ni progreso alguno de la democracia si se condicionan al cambio previo del Estatuto. Además, eso concedería el poder de impulsar la reforma a quienes nunca han aceptado el Estatuto (lo que es condición necesaria para proceder a su «reforma» y no a otra cosa) y les reconocería la tutela sobre el contenido mismo de los cambios, puesto que la razón de ser de éstos sería procurarles acomodo, y su incomodidad bastaría para estropearlo todo.

Esto, obviamente, no debería ocurrir. La resistencia a aceptar que la derrota de ETA debe llevar aparejada un cambio estatutario se fundamenta en el deterioro que padecerían el pluralismo y la democracia, que serían sobrepasados por el extremismo y por la violencia. Algo parecido a lo ocurrido en el caso norirlandés, con el resultado que está a la vista: el desplazamiento de quienes siempre han sido pacíficos y no piden nada a cambio de serlo, y el premio de quienes nunca lo han sido y piden mucho a cambio de aparentarlo.

Se puede pensar que congelar el sistema político vasco hasta que se produzca la derrota de ETA sólo sirve para otorgar a los terroristas la capacidad de bloquear la voluntad política de los ciudadanos. Pero, en realidad, ese argumento no otorga a ETA la capacidad de condicionar la política vasca; lo que hace es asumir que ETA lleva décadas condicionando la política vasca y que el mapa electoral vasco no responde hoy a la sociología electoral natural de ese territorio, sino a la sociología electoral del miedo. Y la novedad en el País Vasco es que ahora no sólo sienten miedo los de siempre.

Miguel Ángel Quintanilla, profesor de Ciencia Política en la Universidad Complutense.