El camino al altruismo

Martin Nowak, biólogo de la Universidad de Harvard, escribió: “La cooperación fue el arquitecto de la creación a lo largo de toda la evolución, desde las células y los organismos multicelulares hasta los hormigueros, las aldeas y las ciudades”. En tiempos en que la humanidad tiene nuevos desafíos globales que resolver, también necesitamos nuevas formas de cooperar. Y el fundamento de esta cooperación debe ser el altruismo.

El impulso de ayudar a otros sin pensar en uno mismo no es solamente un noble ideal. La actitud de servicio desinteresado confiere calidad y sentido a nuestras vidas y las de nuestros descendientes, y de hecho, puede ser que de ella dependa nuestra supervivencia misma. Necesitamos la inteligencia de reconocerlo y la audacia de proclamarlo.

La humanidad se enfrenta a tres enormes desafíos: garantizar condiciones de vida decentes para todos, mejorar nuestro grado de satisfacción con la vida y proteger el planeta. Al análisis tradicional de costo‑beneficio le resulta difícil compatibilizar estas demandas, porque pertenecen a horizontes temporales diferentes. Medimos el estado de la economía de año en año, pero nuestra felicidad es algo que juzgamos a lo largo de una vida, y los beneficios del cuidado del medio ambiente serán, sobre todo, para las generaciones futuras.

Pero estos dilemas se disuelven al pensar en términos altruistas. Un financista que se preocupe por los demás no especulará imprudentemente con los ahorros de toda una vida de sus clientes, cualquiera sea la ganancia que pueda obtener para sí mismo. Un ciudadano responsable siempre pensará en el efecto de sus acciones sobre la comunidad a la que pertenece. Una generación que piense más allá de sí misma tratará el planeta con cuidado, por la simple razón de dejar a sus hijos un mundo habitable. De modo que el altruismo nos beneficia a todos.

Esta idea del mundo puede parecer idealista; al fin y al cabo, desde la psicología, la economía y la biología evolutiva se ha dicho más de una vez que la naturaleza humana es esencialmente egoísta. Pero investigaciones realizadas en los últimos 30 años indican que el auténtico altruismo existe y que es posible extenderlo más allá de los vínculos de parentesco y comunitarios hasta abarcar el bienestar general de la humanidad y el de otras especies. Además, la persona altruista no necesariamente padece por sus buenas acciones, sino que por el contrario, suele beneficiarse por ellas indirectamente; mientras que el actor egoísta crea a menudo sufrimiento para sí mismo y para otros.

También existen estudios que demuestran que las personas pueden aprender a ser altruistas. Los investigadores en neurociencias identificaron tres componentes del altruismo que todos podemos desarrollar como habilidades adquiridas: la empatía (comprender y compartir los sentimientos de otras personas), el amor incondicional (el deseo de esparcir felicidad) y la compasión (el deseo de aliviar el sufrimiento de otros).

El altruismo no es exclusivo de las personas, también las sociedades pueden volverse más altruistas, algo que incluso puede darles una ventaja evolutiva sobre otras más egoístas. Las investigaciones sobre la evolución de las culturas sugieren que los valores humanos pueden cambiar más rápidamente que los genes. Por eso, si queremos crear un mundo más compasivo, primero debemos reconocer la importancia del altruismo y luego cultivarlo en las personas y promover el cambio cultural en las sociedades.

La necesidad de cultivar este reconocimiento es evidente, sobre todo, en el sistema económico. La búsqueda de un crecimiento cuantitativo ilimitado no es realista: somete a nuestro planeta a una presión intolerable y aumenta las desigualdades. Pero por otra parte, dar marcha atrás al crecimiento supondría otros problemas, ya que obligar a la gente a competir por menos bienes y recursos provocaría una generalización del desempleo, la pobreza e incluso la violencia.

De modo que es necesario hallar un equilibrio: la comunidad internacional necesita sacar de la pobreza a mil quinientos millones de personas y poner límites a los excesos de los consumidores más ricos del mundo, que son los que causan la mayor parte del deterioro ecológico. Esto no implica necesariamente aumentar los impuestos, sino convencer a los ricos de que la búsqueda incesante de beneficios materiales es a la vez insostenible e innecesaria para su propia calidad de vida.

Este concepto de “armonía sostenible” puede promoverse complementando las cifras de PIB habituales con la publicación de índices de bienestar personal y preservación del medioambiente. Por ejemplo, el gobierno de Bután ya incluye en su contabilidad nacional, además del PIB, la “riqueza social” y la “riqueza natural” de su gente.

También se podría crear una bolsa de valores (aparte de los mercados bursátiles tradicionales) que incluya a las “organizaciones éticas”, por ejemplo las empresas sociales, los bancos cooperativos, los organismos de microfinanzas y las asociaciones de comercio justo. En algunos países (como Brasil, Sudáfrica y el Reino Unido) ya se han dado pequeños pasos en esta dirección.

Pequeños pasos pueden hacer grandes cambios. Conforme el valor del altruismo se vuelva cada vez más evidente, este nuevo modo de pensar se extenderá a toda la economía y beneficiará al conjunto de la sociedad, a las generaciones futuras y al planeta.

Matthieu Ricard, a French Buddhist monk who resides at Shechen Monastery in Nepal, holds a doctorate in molecular genetics and runs 130 humanitarian projects through his organization Karuna-Shechen. Traducción: Esteban Flamini.

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